Las vecinas chismorreaban sobre Manuelito, decían que al centro de los dos extremos del cordón de la tierra apareció una nueva línea hasta el botón de su ombligo. La ternura de los primeros años se la definieron lenguas de otros cuerpos. Sus experiencias del trato humano eran de observación y adopción como prendas ajenas sobre piel. Porque un día, su aparición fue presagio, fortuna y ver al muchachito todo extranjero y hermoso, allí, tintinenado sus pasos frente a la salida de la misa dominical, igualito al Cristo. Tantas otras reconstrucciones artificiales de su pasado ignoto y otras ideas despavoridas justificaban el estado etéreo de Manuelito en su visiones. «Iluminado como los santos» en palabras de la comadre Chemita.
Pasaron siete años y los trece se le apilaban junto al hambre, velada parcialmente por Márgara, quien le apuraba a espaldas del marido, tortillas tiesas y frijoles. Porque los santos viven del maná del desierto y Manuelito aventuraba paseos por las callejuelas de la zona, salvado en su esfera onírica, saltando en los maderos de las vías férreas. El inventario de ficciones daba cobijo y sumado a su halo de santo local, le permitían vivir lejos de la realidad, sumergiéndole en su utopía. Un salto en medio, tierra seca, otro y madera, pam, pim, pam sobre el riel, tlan, tlan, tlan, arena y hierbas. Sus pies ágiles cuidando de no pisar al rey de los himenópteros, quien declamaba la frase mística del día: «Debajo de los rieles pasa otro tren sin fronteras, frenos o pausas».
Continuaban las frases del sabio gastando fortuna sobre la calle metálica, demasiada mística que se pasó de la encrucijada, una paradoja que otras veces fuese el mismo sentido supra-humano que le detenía allí para dar media vuelta.
Llegó una miríada de olores, intentó contenerse, pero uno tras otro entraban, permeando prendas defensivas. Entendió que existían condiciones idóneas para afectar la naturaleza de sus visiones, que empezaban a reproducirse sin control, eran esperpentos, objetos extraños, un entumecimiento entre sus piernas, aspiraba asco, todo en este lugar era túnel, niebla, un poste lleno de miado para no caerse. Saltó asustado todas las heces que proyectaban los policías y demás operarios de justicia que salían del edificio, esos «que llevan ruina con título de justicia» le decía Fray Mauro. Su situación empeoraba, le derribó la composición macilenta que emergía de un agente cruzando la línea férrea, directo a los cuartos de servicio: «Bolona ya le dejo mas tarde la comida de por aquí preciosa», el asco que sentía en esa sonrisa, mientras observaba mareado a quien recogía un guacal, plic, plac las gotas sobre cemento parchado, los fluidos impregnando los durmientes, lisos hasta el centro de su moral. Un eco retumbó en su entrepierna cuando la mujer enseñó descarada la mercancía, que todavía le daba para tres comidas y ayudita del nieto. Deslizándose involuntariamente, con la mano en su pantalón hacia la boca del cuartillo, pasó la manta rosa, grasa y mugre. Manuelito se vio en sus ojos, el pavor olfativo dejo paso a una mezcla de flores viejas, viento y sal. Ella se disculpó con el, le había visto y sabía su nombre, se le veía lindo en sus ojos y le iba a enseñar algo, le agarró, se dejó llevar, mas por el mareo y se preguntó cuando fue la última vez que pasó algo de cloro al piso, por la mañana, estaba segura, le habló mientras le bajaba sus pantalones, de como el rostro de la Piñas que hacía cuatro años le había llevado a tumba un mal de labio, ella le iba a enseñar lo que necesitaba de las calles. Manuelito estaba mudo, sus visiones le mostraban a la Piñas, mientras la Bolona le manoseaba explicándole que era servidora y su amiga usaba agua de piña para adormecer los miedos, por si quería un poco, que a la pobre después que la criara la miseria, sidosa a los diecisiete, salió de la casa de cuidados, violada por los patronos en esa feria de críos, Manuelito mudo escuchaba ser consuelo salir de la vida, soñar con redención, perpetuar el odio hasta que no quede mas orden, mas escape y mas hijos de sus madres y que eso no importaba, que se acostara en el catre limpio.
Manuelito fue vencido, con la bragueta a media hasta, lívido en el suelo, ese sol abravecido, la Bolona sonriendo por el bien que le había hecho, pasó horas desparramado en la esquina, haciéndole compañía al poste con el caldo espirituoso y apareció la visión de la Márgara, le automatizó una última caminata llena de horrores que terminó en la plaza.
Desde el día siguiente despertó Manuel, que al pestañear era suficiente para saltar a otra línea temporal. En que los cambios sutiles consistían en una posición distinta en la mugre de su ropa, un lunar invasor en su cuerpo, un dedo de otra persona en sus manos, una vena que antes no resaltaba y aquellos que le generaban espasmos y convulsiones, hombres de uniforme girando su cabeza setecientos veinte grados, la mujer comiendo ojos, los fluidos de su cuerpo depredando las manos, la sábana rosa en su cuerpo, la Bolona con su boca muda en movimiento mientras toca sus pantalones, la Márgara llorando de frente dejándole tortillas «ay mijito, que te cuide dios». Ya no transitaba los desiertos urbanos, dejó su halo para vivir su tormento de limosnas, tirado por la calle, con cartones, botes y sucio, frente a la plaza. Sembrándolo un miedo profundo y traidor. Ahora es parte de la distribución del lugar, todos los parroquianos le miran, le escuchan y le reconocen como parte del folklore del lugar.
Crédito autoría musical:
– Fragmento de la obra musical: autor: Ishto Juevez, título: Fun Key One, Álbum: ELE Migrante, Casa Editorial: 775455 Records DK.
– obra musical: autor: Ishto Juevez, título: Ceniza, Álbum: Single 2023, Independent.
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