SINOPSIS
Marina trabaja en un laboratorio donde sufre un accidente que le dañó la visión en un ojo. Tras un trasplante de córnea, empieza a experimentar unas pesadillas muy extrañas, que le atormentan la existencia y le cambian la vida. Decida a averiguar qué le está sucediendo, se embarcará en una aventura emocionante en busca del posible origen de sus males. Tras unas regresiones hipnóticas, descubre que la persona donante de la córnea es, ni más ni menos, Gemma Sax, una escritora de novela negra con mucho éxito, a la que Marina admira desde hace tiempo y que murió en extrañas circunstancias.
¿Son las últimas imágenes que vio Gemma Sax en vida las que ahora recrea Marina en sus pesadillas y visiones? ¿Le estará mandando un mensaje para que busque a la persona que la asesinó y que ella no pudo ver?
Marina, una persona escéptica, con una mente racional y científica, emprenderá una batalla contra sí misma y contra todos aquellos que no creen en su fantástica historia. Una lucha que la llevará a Fuerteventura, a la Isla de los Lobos, un paraíso submarino donde Gemma Sax encontró la muerte.
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Marina llegó en taxi al café librería El Portón Dorado. Allí fue donde descubrió a la que después se convertiría en su novelista de cabecera, Gemma Sax. Habían pasado casi quince años desde aquel encuentro.
El Portón Dorado se había convertido en un espacio de referencia para que escritores noveles dieran a conocer sus trabajos, mientras sus asiduos clientes disfrutaban de un buen café, aromatizado con las notas sublimes de los libros, tanto viejos como recién impresos. También se organizaban tertulias literarias, que ambientaban el local con un aire bohemio y vanguardista a la vez, un pequeño oasis cultural para los amantes de las letras.
Gemma Sax presentó allí su primera novela, “El atlas humano” cuando, una tarde como otra cualquiera, Marinasaboreaba el mejor expreso de la ciudad de Valencia, y se quedó impresionada por el preámbulo que antecedía a la obra.
Pero esta vez, Marina no acudía como cliente, si no como autora. Había elegido este sitio como un homenaje a Gemma Sax que, por muchas circunstancias, había cambiado su vida completamente.
Marina estaba muy nerviosa, no tanto por la presentación de su libro, como por las declaraciones que estaba dispuesta a dar sobre los motivos que lo habían inspirado. Y es que, Marina, tenía mucho que perder. Se enfrentaba a la incredulidad que muchos manifestaban ante su historia personal, a las sonrisas condescendientes, a la incomprensión. Pero ella ya se había acostumbrado a esta clase de reacciones y las capeaba valientemente, porque se había convertido en una luchadora.
Bajó del taxi. Respiró hondo y cruzó la entrada del Portón Dorado como si traspasara una puerta a otra dimensión, la que le abriría el paso a la fama o al fracaso más absoluto de su propia vida.
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CAPITULO I
Cuando despertó, un fuerte olor a desinfectantes y antisépticos le dio la bienvenida sin pedirle permiso, invadiendo poco a poco sus sentidos. El extraño sueño en que había estado sumergida remitió, hasta quedar una rara sensación de estar viviendo en dos sitios a la vez. Era consciente de que estaba despierta, de que había abandonado el extraño mundo de atonía mental en que había estado sumergida durante… ¿cuánto tiempo? Lo ignoraba. Lo que estaba claro era que, aunque su mente había puesto en marcha los engranajes que lo hacían funcionar, su cuerpo se negaba a hacerle caso, y fue incapaz de mover un sólo músculo.
Recordó que se había sometido a una operación para recuperar la vista, tras un accidente en el laboratorio donde trabajada desde hacía más de tres años. Realizó unos pequeños movimientos para recordar que todavía su cuerpo estaba vivo, que lo podía controlar, que todo estaba en orden, y volvió a sumirse en una duermevela dulce y envolvente, al abrigo del mundo exterior. Le dolía un poco la espalda, algo frecuente en ella si permanecía mucho tiempo en la misma posición, pero no le dio mayor importancia. Estaba cómoda, segura, y no había mucho que pudiera hacer. Con un hondo suspiro se estiró y volvió a sumundo interior. Sabía que debía resolver muchos interrogantes, pero se le escapaban, furtivos. Su cómodo descansopronto se vio interrumpido por el mismo sueño repetitivo e incomprensible que había tenido unos instantes antes, cuando le parecía flotar en un espacio acuoso de variables verdes, en el que algún peligro la acechaba. Un estremecimiento la alejó del mundo de los sueños. Con la boca abierta, como si se estuviera ahogando, tomó una gran bocanada de aire y abrió el ojo sano, pesado y lloroso por el estado de somnolencia prolongado.
Cuando pudo espabilarse, Marina oyó voces familiares, próximas, que la llamaban por su nombre:
—¡Bienvenida, dormilona! —dijo una de ellas.
—¡Buenos días, Marina! Ya es hora de despertarse —manifestó otra.
—¡Por fin! ¡Vaya susto que nos has dado! —expresó la tercera, esta vez una voz grave, de hombre.
Dejó que el parloteo la meciera.Aquellas voces conocidas sonaban dulces, agradables, eran la prueba irrefutable de que definitivamente había vuelto a la realidad. Sin embargo, aunque las oía, se evadió de ellas, concentrando todo su esfuerzo en intentar recordar el motivo por el que se encontraba en aquella situación. «Marina, piensa», se ordenó a ella misma. «Primer paso: deshacer el camino andado». Era el método que siempre utilizaba cuando se equivocaba en algo, tanto en su trabajo en el laboratorio, como en su vida personal. Le vinieron a la mente las últimas imágenes del quirófano, antes de que todas las luces se apagaran.
«—La operación, como sabes, es muy sencilla —dijo el Dr. Bonet—. Ya te lo he dicho en otras ocasiones. Como se puede administrar solamente anestesia local, cosa que yo aconsejo para que la recuperación sea más rápida, vamos a administrarte la sedación alrededor del ojo afectado. ¿De acuerdo?
—De acuerdo, doctor, estoy preparada».
Fueron las últimas palabras que Marina recordaba. Estaba tranquila y preparada para la operación. Conocía al Dr. Bonet desde hacía mucho tiempo, incluso desde antes de trabajar en el laboratorio del Hospital Benlliure. Ferrán Bonet era toda una eminencia en el campo de la oftalmología. Él y su equipo de trabajo eran la mejor garantía para que la intervención fuera un éxito; no podía estar en mejores manos. Entonces, ¿qué significaban aquellas frases con las que sus amigos la habían recibido? Y, ¿por qué parecía que había dormido una eternidad? Instintivamente quiso palparse la cara, verificar que todo continuaba en su lugar, como antes de la operación. Se sorprendió al comprobar el tremendo esfuerzo que le suponía levantar la mano de la cama, pero pudo constatar que un apósito le cubría el ojo. Se dio cuentaque su cuerpo estaba entumecido, no reaccionaba a los estímulos, como si hubiese pasado una larga temporada inmóvil. ¿Qué había pasado?
Como si le dieran volumen a un aparato de radio, las voces que gravitaban a su alrededor volvieron a escucharse claramente. Marina, en un nuevo esfuerzo, que le pareció sobrehumano, pudo abrirel párpado del ojo sano, una fina capa de tejido que le pareció pesada y abotargada.
—Hola, aquí estoy de vuelta —pudo decir con un hilo de voz. Notó la garganta seca y acartonada. Las voces callaron al instante, aunque amplias sonrisas aparecieron en sus rostros. Parecían cansados.
Los tres pares de ojos que la observaban se miraron entre ellos, eludiendo la responsabilidad de responder a su pregunta. Los iris, de un imposible azul de Joan, sostuvieron su mirada ciclópea, que recorría la habitación sin reconocerla. No estaba el ramo de flores que él le regalaba cada mañana y que esperaba encontrar cuando se recuperase. La sencilla habitación que había dejado el día anterior, cuando ingresó en el hospital, en nada se parecía a la habitación en que se encontraba ahora, cargada de instrumental sujeto a las paredes.
—No te esfuerces demasiado —le susurró Joan, cogiéndole la mano y tratando de tranquilizarla. Pero el contacto con su piel no resultó nada agradable y, mucho menos, tranquilizador. Sin darse cuenta, Marina deslizó el brazo bajo la sábana, a salvo de su tacto—. Van a trasladarte de planta en cuanto los controles den resultados satisfactorios. Volverás a tu habitación.
—Pero… —atinó a articular Marina, antes que el índice de la mano protectora de Joan le sellase los labios, recordándole que debía descansar. Pero no lograba que su cabeza también lo hiciese. Andrea y Carmen habían dado un paso atrás ante la actitud sobreprotectora de Joan. Las preguntas surgían por millares a medida que recorría la habitación con la mirada. Percibía que algo no andaba bien. Le comunicaron que pronto vendrían el médico de guardia y el doctor Bonet, personalmente, para informarla de todo y responder a sus dudas.
—Sí, pero… ¿en qué parte del hospital estoy ahora mismo? —volvió a preguntar Marina.
—Estás en la unidad de cuidados intensivos, durante tres días, pero ahora todo va bien. Si quieres estaré presente cuando los médicos hablen contigo, ¿de acuerdo? —Sin esperar respuesta Joan se levantó,le dio un beso en la frente e indicó a las muchachas que debían salir. Ambas se miraron con disgusto, pero sabían de la determinación de Joan y no quisieron comenzar una discusión para no molestar a Marina, dadas las circunstancias. Marina también se percató del detalle, pero no se sentía con ganas de contradecirlo. No pudo evitar que gruesas lágrimas brotaran de su ojo sano, mientras afirmaba con la cabeza. Necesitaba de la presencia de alguien cercano que le trasmitiera confianza en un momento en que se sentía tan débil.
Marina no tenía familiares directos, ni padre, ni madre, ni hermanos que la consolaran en momentos tan difíciles como aquel. Joan era todo un poco: amigo fiel, colega de trabajo en el laboratorio y compañero de una relación sentimental un tanto extraña. Tal vez, Marina no se había decidido nunca por consolidar aquel compromiso más seriamente, por la condición que mantenían de compañeros de laboratorio. No sabía cómo podría afectar a su trabajo, que tanto le había costado conseguir, la cotidianidad de su presencia dentro y fuera del laboratorio. Pero allí estaba él, siempre a su lado, sin perder nunca la esperanza que ella claudicara a sus encantos, que no eran pocos: atractivo, deportista, trabajador, inteligente… “una perita en dulce”, como le decían sus compañeras. Además, estaban sus amigas incondicionales, Andrea, Carmen y Mireia.
Intentó tranquilizarse pensando en las palabras de Joan: “ahora todo va bien”. ¿Cómo qué ahora? ¿Qué había pasado? Parecía increíble que hubiera estado tres días ingresada en la UVI. ¿Por qué razón? ¿Qué era lo que había salido mal? Según el doctor Bonet, los trasplantes de córnea se contaban entre los más frecuentes y exitosos de todos. Ni tan siquiera había sido sometida a una anestesia general que hubiera podido complicarse. No comprendía nada, aunque, ahora que sabía que había estado postrada durante tres días en aquel estado, entendía su colapso muscular.
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La habitación donde la habían trasladado se situaba en la cuarta planta, en Medicina Interna. Las enfermeras, siempre diligentes, no pararon en su ir y venir. A lo largo de la mañana le realizaron diversas pruebas médicas. Marina empezó a tener apetito y solicitó algún alimento, pero las enfermeras le respondieron que no le darían ninguna comida sólida hasta que los doctores lo determinaran. Al cabo de un rato, dejaron que las visitas pudieran pasar a la habitación, y esta vez se alegró mucho de poder gozar de la compañía de sus amigos. Entraron Andrea y Carmen.
—¡Chicas! —exclamó Marina, y les hizo gestos con los brazos para que se acercaran.
Las tres se fundieron en un entrañable abrazo. Cuando se separaron, Marina preguntó por Joan.
—Se ha quedado preguntando a las enfermeras, para saber cuándo vendrán los médicos a hablar contigo. Ya sabes cómo es, siempre pendiente de que no te falte de nada —contestó Andrea, con un suspiro y entornando los ojos. No entendía como su amiga podía resistirse a tanta atención.
—¡Tú siempre a lo tuyo! —Sonrió Marina—. ¿Y Mireia?
—Vendrá mañana sábado —esta vez contestó Carmen—. Recuerda que se iba a Barcelona el lunes, a una convención de “Crecimiento Personal”. Ya sabes que en esos lugares no está permitido el uso de los teléfonos móviles, pero ella se lo llevó para poder llamarte y saber de tu operación. Como no le contestabas a los mensajes, habló conmigo y se lo expliqué todo. Quería venir, pero la convencí para que no lo hiciera y le aseguré que la mantendría informada en todo momento. Ayer mismo le di la buena noticia. Sabiendo como es, seguro que no ha podido disfrutar de la convención; se muere de ganas de verte.
«Mañana sábado», pensó Marina. Era como si de golpe y porrazo, el destino, caprichoso, le hubiera gastado una broma pesada y hubiera decidido que casi una semana de su vida se hubiera difuminado. ¿Dónde habían ido a parar los días perdidos?
Mireia había estado preparando el viaje a Barcelona desde hacía mucho tiempo. Cuando se enteró que la fecha de inicio de la convención coincidía con la operación de Marina, quiso anular la reserva de participación, que incluía alojamiento y dietas. Marina la convenció de que no lo hiciera, que la operación a la que iba a someterse era muy sencilla, sin riesgos. Además, contaba con el apoyo de Andrea y de Carmen y, cómo no, de Joan. Pero las cosas no habían salido como estaban previstas. Seguro que Mireia, con su visión particular de la vida y de los acontecimientos, pronto encontraría una explicación y un por qué a lo que había sucedido, independientemente del informe médico pertinente, aunque lo tuviese que buscar en alguna realidad paralela o en la inmensidad del cosmos. La entrada de Joan en la habitación, sacó a Marina de sus cavilaciones.
—Chicas, es la hora de comer —dijo el recién llegado, dirigiéndose a Carmen y Andrea, mirando el reloj—. Las enfermeras me han dicho que los doctores pasarán alrededor de las tres para hablar con Marina. Yo me quedaré con ella. Si queréis podéis iros a casa y descansar. Esta noche la pasaré aquí y mañana no iré al laboratorio, he pedido el día libre.
—En ese caso, os dejamos solos, parejita —contestó Carmen con un sonrisa.
—Mañana, que Mireia ya habrá vuelto, vendremos las tres y nos contáis lo que haya dicho el médico —añadió Andrea—. Así tú, podrás irte a casa y dejarnos a las cuatro hablar de nuestras cosas.
Todos rieron el comentario y se despidieron hasta el día siguiente. Marina se encontraba muy cansada y casi no podía mantener los ojos abiertos, así que Joan la tapó con una manta para que intentara dormir un poco hasta la llegada de los doctores. No habían pasado ni diez minutos desde que conciliara el sueño, cuando Marina empezó a lloriquear primero, y después a sacudirse violentamente en la cama, dando brazadas como si quisiera deshacerse de alguien que intentara cogerla. Joan, sobresaltado, trató de calmarla, pero no pudo conseguirlo hasta que ella despertó, de repente, con un grito:
—¡Noooooo…! ¡Noooooo…! —Parecía como si no pudiese respirar, y daba grandes bocanadas de aire intentando llenar sus pulmones del preciado oxígeno.
Cuando volvió en sí y se tranquilizó, Joan la abrazó, intentando contener el llanto que parecía no tener consuelo.
—Tengo miedo de dormirme, Joan —pudo decir al fin, Marina, entre gemidos.
—¿Por qué? ¿Qué te ha pasado? —Le preguntó Joan.
—Apenas me duermo vuelve el mismo sueño. De hecho, creo que es el único que recuerdo de todos estos días que he estado “ausente”, perdida.
—Pero, ¿de qué se trata?
—Es como si alguien, que no conozco, intentara ahogarme. Sólo puedo reconocer un rostro de color negro, sin cabellos, y unas gafas muy grandes que le cubren toda la cara o, tal vez, alguna clase de máscara o de casco…
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—La intervención ha sido todo un éxito —dijo el doctor Bonet, después del minucioso examen realizado en el ojo operado—. No se advierten síntomas de rechazo, ni de infecciones y la inflamación ha desaparecido prácticamente, teniendo en cuenta el estado de coma inducido al que has estado sometida. No puedo determinar el motivo del colapso nervioso súbito que sufriste en el quirófano. En principio pensamos en una reacción alérgica a la anestesia, sin embargo, mi colega, el doctor Beltrán aquí presente, la descarta por completo. En ese momento, el oftalmólogo presentó al neurocirujano, José Beltrán, que había estado presente durante toda la conversación.
—Entonces, ¿cuál es el diagnóstico? —Preguntó Joan, adelantándose a las palabras de Marina—. Ese colapso nervioso al que se refieren, ¿por qué razón se produjo? ¿Cuáles son las secuelas que puede dejar?
—Los análisis y las pruebas médicas realizadas durante todo el día de hoy, determinarán si hay algún tipo de origen cardíaco o vírico, aunque yo los desestimaría. La verdad es que ha sido un caso extraño, poco frecuente, ya que se produjo una vez había finalizado la operación que, como ha dicho el doctor Bonet, ha sido muy satisfactoria. No obstante, cuando te recuperes un poco, seguiremos haciéndote pruebas, entre ellas un TAC, un escáner cerebral, para descartar otras patologías —concluyó el doctor Beltrán.
—La verdad es que yo me encuentro muy bien, un poco cansada, pero todo esto me parece tan extraño como a usted, doctor Beltrán —contestó Marina, visiblemente afectada por las palabras de los médicos—. Desde el accidente en el laboratorio, en el que desgraciadamente perdí la visión del ojo derecho, me han realizado varios exámenes médicos, y en ninguno se han observado anomalías. Estoy muy confundida. No recuerdo nada de lo que ha sucedido, desde la operación, ni después, tan sólo unas pesadillas repetitivas que no séqué significan.
—No le des más vueltas a la situación —habló el doctor Bonet—. Tal vez sólo ha sido un problema transitorio que no se vuelve a repetir.
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