Libertad de expresión

Libertad de expresión

Amor al café

03/04/2023

La muestra artística estaba abierta a todo público, terminé mi almuerzo y aún me quedaba una hora de descanso, así que decidí echar un vistazo por el malecón. Llamó mi atención un stand de tatuajes, no es que me gusten, por el contrario, estoy en desacuerdo con dibujar sobre la piel y no es que sea un anciano, pero soy un hombre conservador; pago a tiempo mis impuestos, voy los domingos a la iglesia, saludo, me despido, sedo el puesto en el autobús a una mujer, etc. Resumiendo, trato de ser una persona correcta, tal vez sea algo acartonado y aburrido, pero soy un buen tipo.

La presentación fue realmente atractiva, estuvo a cargo de un tatuador muy elocuente; la historia y diferentes procedencias del tatuaje, los diseños y técnicas en verdad me sumergieron en un mundo inhóspito para mí; lo más llamativo fue conocer personajes que hacen honor a esta milenaria tradición, como “Betty Broadbent”, considerada como la mujer más tatuada y fotografiada del siglo XX, fue la primera persona tatuada en participar en un concurso de belleza televisado en Nueva York y también la primera incluida en el Salón de la Fama del Tatuaje en 1981; créanme, si mi profesora de historia en primaria hubiese tenido el carisma de este tipo, sería un historiador.

Ya a punto de retirarme satisfecho por lo aprendido, el expositor lanzó una pregunta al aire, no sé por qué, pero la respondí con suma sinceridad e inocencia, mi respuesta fue: “no estoy de acuerdo con tatuarse”, de inmediato todos los rostros se voltearon hacia mí, en ese momento me di cuenta de que era el único presente con saco y corbata en medio de una docena de vehementes tatuados, mi presencia antes del fatídico momento había pasado desapercibida, pero ahora era el blanco de todas las miradas. En realidad, estaba intimidado, no voy a negar que temí por mi integridad física más mantuve mi postura con humilde entereza y a la espera de una reacción que no se hizo esperar; el expositor estaba frenético, pasó de ser una flor de loto a una venus atrapamoscas, lo peor fue que la mosca era yo; pensé que tal vez ese extraño incienso que quemaban tenía algo que lo alteró… para qué me engaño, sé que fueron mis palabras las que lo pusieron energúmeno, al parecer no le causó gracia mi opinión, a lo mejor sintió que mi presencia mancillaba el recinto; para calmarlo traté de explicarle que en lo personal no eran de mi agrado, pero que estaba allí porque de algún modo me parecía una expresión artística, pero mi argumento tuvo un efecto contrario, el tipo empezó a renegar y maldecir mi postura conservadora y tradicionalista.

Irónicamente por ser un retrógrada me estaba dando de palos una supuesta y autodenominada persona liberal y de mente abierta; si este fulano supiera que mi esposa es más exitosa y gana el doble que yo, que mi mejor amigo es homosexual, que mi secretaría es una feminista arraigada, que mi vecino es un veterano exmilitar psicorrígido, que mi cuñado es un neófito budista y que con todos ellos tengo una excelente relación basada en el respeto, ese que pone límites coherentes y nos permite vivir en paz con los demás a pesar de las diferencias, dejaría de tratar de instruirme sobre la libertad e igualdad, su admirable elocuencia se transformó en un caballo de Troya, atractivo en su exterior pero por dentro un engaño hueco.

Al parecer, en esa “mente abierta” no había entrada para aquellos que somos conservadores; así que con el tiempo contado para regresar a mi trabajo y molesto por lo tartufo de mi agresor, simplemente le respondí que la libertad de expresión de la que él hacía alarde, era la misma que me permitía opinar de manera diferente sin tener que aguantar el discurso de inclusión y diversidad que utilizaba hipócritamente para buscar camorra en contra de los que no pensábamos igual a él. No sé si fue por la radicalidad de lo que dije o por la cantidad de espectadores que se abarrotaban sobre el stand para observar el episodio, pero bilateralmente la discusión se dio por terminada, le agradecí al tipo por su exposición y él cortésmente me despidió con un gesto de desprecio y el dedo del corazón sobresaliendo de su puño cerrado.

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