Fines de setiembre

Primera luz de primavera, como arcoíris robado

esparces tus colores por la tierra.

Fecunda es tu centella y eficaz tu criba

de nublazón limeña

en que sólo el haz más fino llega en su amarillo.

Árbol dormido, semilla traslúcida, flor de plástico,

eres copiosa sólo en la luz selecta.

No es la espada dorada ni el rayo de las lanzas

(ni siquiera las agujas de fotones)

las que horadan las nubes y raen su plomo,

sino es la floresta renovada, quién en su matiz de solaz,

trasquila el estambre y hace del gris el extracto de la sábila.

Alzo el rostro y veo celeste.

Curioso color casi olvidado, curioso azul gentil.

Sábana impoluta sólo cortada por el metal de las alas.

Tengo que retraerme a la tierra para no perderme en tanto cielo.


Oh, primavera, eres tan dulce que no te aguanto.

Tu pureza se hace acre en mi nariz y quema mi interior.

Estornudo de sangre, alergia de vida,

tu fruto requiere

ráfaga de perfumes y mezcla de

brisa marina y tierra mojada.

Persistente lavanda, fresca rosa, azahar estrellada,

aromas añejados en el relente,

si alguna vez los olí ya no las recuerdo.

Mi nariz es una granada reventada

y la inflamación carmesí de sus gajos

                                       ya no huelo nada.


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