Ethail se había confundido de trabajo. Más claro el agua. ¿Qué hace un alto elfo repartiendo correo para los humanos? Deshonrar a los racistas de su especie. Si su abuelo le viera, le habría pegado con el cinturón.
Aún así, él quería ver mundo. Y ese día se arrepintió de haberlo visto. Tras guerras insufribles, los elfos impusieron su poderío sobre el Imperio de los humanos. ‘Imperiales’, se hacen asímismos llamar. Dime tú que hay más racista que hacerte llamar a ti mismo, y toda tu raza, ‘Imperial’.
Sea como sea, ahí se encontraba, andando por el campo desde la Ciudad Imperial hacia Helgen, una guarnición al norte, en Skyrim, país de los nórdicos.
Tras la victoria de los Elfos, estos prohibieron el culto a Talos. Menuda estupidez. Osea, ¿está más perseguido rendir culto a un Dios que EXISTIÓ, que a los malditos demonios que han intentado destruir Nirn un millón de veces? Menudos tiempos para estar vivo.
Talos, o Tiber Septim, como se le llamó al nacer, fue un hombre que fundó el primer Imperio (Ethail se preguntaba si antes de eso ya les gustaba que les llamasen ‘Imperiales’, los muy narcisistas). ¿Qué tenían los elfos en contra de Talos? Pues que nació como un hombre. Eso como va a ser. ¿Cómo va un asqueroso HUMANO ascender a la divinidad?
Los nórdicos precisamente creían tanto en Talos, que habían comenzado una rebelión contra el Imperio. De triunfar, no serían rival alguno para el Dominio Élfico. De hecho, se rumoreaba que la carta que tenía Ethail que entregar, hablaba de la entrega del líder rebelde: Comosellame, a Ethail le daba exactamente igual.
Se salió del camino, con intención de merendar, y lo que encontró, le cambió por siempre. Reconoció la estatua nada más verla. Representaba un señor con indumentaria nórdica, sosteniendo una espada con ambas manos, en dirección al suelo: Representaba a Talos. Se acababa de encontrar una capilla al Dios nórdico.
Junto a la estatua: Cadáveres de hombres, mujeres y niños por igual. Una auténtica masacre. En ese momento lo comprendió: Los Imperiales eran el enemigo. Pero contuvo sus dudas: ¿Cómo saber si no había sido su propia especie quién liquidó a esos infantes? ¿Qué derecho tenían los elfos a decidir a quienes deben adorar los humanos? A Ethail se le cerró el estómago. Ya comería algo en Helgen.
Por cosas como esta, Ethail se autoengañaba asímismo, pensando que la política no le importaba en absoluto.
Canción empleada: Journey’s End, de la banda sonora original del videojuego ‘The Elder Scrolls: Skyrim’ (2011)
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