Marzo me encontró con energías renovadas. Aún quedan restos de la playa, los asados, mates al atardecer y dunas con él. El viento del otoño, su partida y el aire frío que lastimaba el rostro, caminaba.

La muerte del hijo del presidente, Jr, descongeló mi corazón que lloró con la excusa de la tragedia y de ese sol que amagaba con calentar el día.

Su recuerdo…el silencio; esa mañana se fue a vivir tan desconcertante e inesperadamente lejos, que al saber los años en que lo han gestado, fue como dos vidas: la nuestra, la suya.

Los buenos días se escaparon de mis labios con cada llamada entrante. La sonrisa se implantó, en un gesto automático, a todo el que atravesaba la recepción. Ahí, mas allá del telón, el duelo y la decepción.

Un acento hispano sacudió las hojas y unos ojos huracanados me atravesaron cuando nos presentaron. El nuevo socio, el hijo del vasco – murmuraron a lo lejos -. Aquella intensidad en la mirada, ese mechón rebelde en la cara y su boca, el cielo. Desde el lugar al que se fue, otro llegó; así, insospechado.

En ese día de un frío estático, el sol prometió acalorados momentos. España en el vacío de su ausencia, en mis venas, en memorias narradas, en parientes olvidos; también en la perplejidad del amor repentino.

Mientras, el teléfono bramaba y yo, contestaba: – Buenos días-.

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