Emocionado Andrés recibió la armónica,
su abuela había hecho realidad su deseo;
sus conciertos se extendían hasta la noche
y comenzaban con el sol mañanero.
Después de un mes los aplausos cesaron,
las ovaciones se convirtieron en tedio,
disimuladamente la familia buscaba,
desaparecer el tan odiado instrumento.
Sin importar lo bueno del escondite,
Andrés siempre su armónica hallaba,
nuevamente la rochela empezaba,
era insufrible el doloroso tormento.
En un instante de ingenuo descuido
su dueño la olvido por completo,
el carro de su padre le pasó por encima,
quedó como plancha el inútil objeto.
Entristecido por la pérdida,
le hizo un solemne entierro,
mientras inconsolable el niño lloraba,
los demás festejaban por dentro.
Los días transcurrieron tranquilos,
no había bulla, tampoco revuelo
pero de visita llegó la abuela
trayendo una armónica de nuevo.
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