-¡Ajústate la corbata!-

Viendo su reflejo en el espejo del baño, Mario Benavente hace caso al consejo que, lanzado por su madre desde la cocina, llega hasta él atravesando los espacios abiertos de la casa. Sonríe. Luego, se pasa la mano por la quijada, la barbilla, y la zona de los bigotes, revisando que nada interrumpa el suave camino que hacen sus dedos sobre el rostro. La afeitada, efectivamente, es perfecta. Sube el nudo para dar ese ajustón y remata el movimiento con un apretón seguro sobre el cuello de la camisa blanca. Impecable.

Ahora, siente con agrado el inconfundible olor a huevos revueltos que ella le ha preparado -su plato favorito- y que, correspondiendo solamente a cada dos días domingos de cada mes, le había vuelto a hacer -rompiendo el protocolo junto con la alcancía con forma de cerdito que tenía escondida en el armario, la porcina caja fuerte de donde sacó el dinero para comprarle la teñida de ropa nueva que ahora estaba usando: camisa, correa, corbata, medias, saco y pantalón, todo, excepto los zapatos que, como resultaron ser al final de una minuciosa evaluación, estaban todavía presentables- pues aquel, no era un día cualquiera sino uno muy especial, uno para celebrar.

Son las 6:30 a.m. y Mario, más que emocionado, abandona el marco del espejo del baño. Está nervioso. Es su primer día de trabajo.

«Bueno señor Benavente, empieza el próximo miércoles…¡Sea usted bienvenido a BeyondTech!»

-BeyondTech, BeyondTech, BeyondTech-. Susurra.

Repitiendo esas palabras mientras mira perdidamente a la nada, sentado en uno de los asientos rotos del bus que lo lleva de regreso hasta su casa, ubicada en una de las zonas más humildes de la periferia de la ciudad. Unos bocinazos y gritos alterados lo traen de vuelta. Provienen del chofer de un auto que, atascado también en el tráfico, acaba de ser asaltado por un grupo de muchachos que son ,más o menos, de la misma edad que la de Mario. De hecho, cree reconocer entre ellos a uno, pero no está muy seguro. Ha pasado un tiempo como para decir, categóricamente, que aquel era su amigo Pedro Linares,ex compañero de carpeta y desertor de clases hace más de 10 años, además, la cabeza cubierta por la capucha de su suéter no ayudaba a despejar la duda . El bus vuelve a moverse y con ello, Mario también a lo suyo, observando en el cielo -como si fueran migas dispersas en la cara de un gigante-, las sobras naranjas de una tarde recién engullida. Ha llegado la noche.

-Valió la pena todo-, se dice.

Recordando las horas de amanecida y los sacrificios que un muchacho, adolescente como él, tuvo que hacer. Cambiando cervezas por libros y al grupo de amigos del barrio por otros de estudios y también, por que no decirlo, al posible amor de su vida por un cartón de graduado, cuando, después de que ella lo invitara para ir juntos a una fiesta, él le tuviera que decir que no, pues al día siguiente le tocaba rendir su último examen final.

Mario Benavente no termina de ingresar al lujoso auto de alta gama que su chofer ha estacionado a la entrada del moderno edificio de BeyondTech. Se ha detenido detrás de la puerta trasera para luego, tras unos segundos de pausa, darse vuelta. Se queda allí, pensativo, o, más bien, melancólico, colocando sobre el borde superior sus manos superpuestas, para entonces y, casi recostándose en ellas, soltar un suspiro. Las luces de los pisos están encendidas, cae la tarde de aquel viernes. Observa algunas sombras que se mueven apuradas. Algo que lo hace sentir una especie de dios que sabe todo lo qué pasa sin que los demás sean conscientes.

«Con un fuerte aplauso, agradecemos al Ingeniero Benavente por sus más de 35 años ininterrumpidos al servicio de BeyondTech, sus aportes, y sus logros, han colocado a ésta empresa a la vanguardia de nuestra industria.»

Todo desaparece para Mario Benavente mientras ve caer la delicada tela que cubría su foto, ubicada ahora en la galería de honor de BeyondTech donde, únicamente, solo los Gerentes Generales más destacados pueden estar. Sobre el vidrio, vuelve a ver la imagen de aquel muchacho en el baño de su casa. Sonríe, y con él, el Mario Benavente que está recordando esos momentos fuera del edificio, sonríe también. Y termina de subir al auto.

– Vámonos- Dice. Ya no hay nada más que hacer aquí.

– A la orden señor-. Le responde el conductor sentado delante del timón que, más o menos, tiene su misma edad.

-BeyondTech, BeyondTech, BeyondTech-. Susurra.

Repitiendo suavemente esas palabras mientras mira perdidamente a la nada, sentado en su cómodo asiento de cuero mientras lo llevan de regreso hasta su casa, ubicada en una de las zonas más ricas de la ciudad.

De su billetera, saca una foto antigua. Es de su madre. Y entonces, el inconfundible aroma de aquellos huevos revueltos vuelve a su corazón. Hoy, no es un día cualquiera, sino uno muy especial. Hoy, es el último día de trabajo de Mario Benavente.

Como si fueran migas dispersas en la cara de un gigante, las sobras naranjas de una tarde recién engullida son observadas por Mario. Lo hace con melancolía. Luego, se desajusta por última vez el nudo de la corbata. Por fin, ha llegado la noche.

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