Me sostenías con levedad. Sentía el cálido abrazo de tu mano, apenas temblorosa, mientras esperábamos juntos el encuentro tan ansiado.
Había olor a café; había vapor y murmullos, entrechocar de vasos, ruido de cubiertos y música. Y el tiempo pasaba. En la taza se reflejaba el sol agónico de la tarde. Muchos iban y venían, pero esperé contigo, sintiéndome cada vez menos hermosa, cada vez más lánguida.
No quería herirte; pero ¿qué podía hacer, si me oprimiste con fuerza, con demasiada fuerza; y se hundieron mis espinas en tu carne blanda? De pronto sentí que volaba. Temblaron mis pétalos en un aleteo trunco; y di de lleno, brutalmente, sobre la dura mesa de madera.
Te fuiste; y yo quedé allí, sangrante y secándome. Seguía habiendo olor a café y murmullos.
Luego vino alguien, me tomó por el tallo, y me arrojó de cabeza en esta oscuridad.
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