Pasajero Ventral de un Velero Fantasma

Pasajero Ventral de un Velero Fantasma

En el club Ibérico mi padre encontró auditorio para justificar su exilio ante los paisanos. Entre vino tinto y tabaco, relataba sus años universitarios en la Complutense, su filiación anarquista y especialmente la epopeya vivida en el velero fantasma cuando tuvieron que huir. Con orgullo detallaba la aglomeración de personas en la cubierta, rozando sus ropas marrones, entre olores rancios de gente cansada, aburrida, deshecha que con ironía se apegaba a la esperanza. Hacía pausas para ver la reacción del auditorio y elevaba la voz en un siseo dominante cuando detallaba las raciones de gofio que los acompañantes canarios repartían en la cena, las discusiones por el agua limitada y la defensa por el vómito inacabable de mi madre. 

Con cierto dramatismo acentuaba con dignidad el rescate en el puerto de La Guaira y la precaria estadía en la isla de la Orchila, hasta que le asignaron identidad y trabajo. Mi madre asentía sonriente y me miraba señalándome. Yo me acercaba a sostenerme en su regazo, apoderándome de se perfume floral, de su tacto abandonado en el lóbulo de mi oreja, sus uñas rascando el nacimiento del cabello en mi cabeza. En tal estado era incapaz de responder a las señas de invitación de mis amigos pelota en mano. Solo existía el mundo de la voz de mi padre y la caricia de mi madre que  me encadenaba a esa historia, fascinado, descubriendo en ella que mi cuerpo abrigado por la piel de su vientre, atravesó el océano Atlántico en un velero fantasma.

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