Legado (infraordinario)

Legado (infraordinario)

Arcadio

10/02/2023

Después de la siesta, durante esa hora de la tarde en que el mundo parece detenerse, La abuela se sentaba en su mecedora favorita, con las manos suaves y arrugadas sobre su regazo. En la pequeña casa de campo, el sol brillaba a través de las ventanas, iluminando el polvo en el aire. Yo, sentada en el suelo, sacada de mi distracción o aburrimiento, observaba. Fascinada por la calma que emanaba de ella.

La abuela comenzaba a tejer. Era tan buena que no necesitaba mirar el tejido para seguir haciéndolo perfectamente bien. A veces miraba a la ventana, cuando el viento movía una rama; a veces me miraba a mí, cuando notaba que la estaba mirando con mucha curiosidad. A ambos, al árbol y a mí, nos sonreía. La habitación se llenaba de silencio, excepto por el sonido de las agujas de tejido, la respiración suave de La Abuela, y el pálpitar lento de mi corazón. Sentía mi cuerpo flotando. 

De repente, sin anticiparlo (aunque siempre lo hiciera), La Abuela comenzaba a susurrar una canción que había aprendido de su propia abuela. Una canción sobre la espera, sobre tiempos felices que pronto llegarán. La canción siempre era la misma, pero el ritmo y la melodía siempre me divertían igual que la primera vez. 

Los mejores días eran cuando La Abuela terminaba de tejer lo que estaba haciendo. Casi todo era para mí: Un suéter, unos guantes, un gorro. Un día antes de morir, La Abuela terminó de tejer una bufanda y me la regaló. Con la sonrisa de siempre, me dijo: Desde mañana empezaré a enseñarte cómo hacer una igual a esta. Nunca pudo enseñarme, pero hoy, veinte años después, aprendí y terminé de tejer una bufanda igual a la última que me regaló mi abuela. 

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