Relato infraordinario

 Despedirse es saltar en el tiempo y en el espacio. Antes, contigo, después, sin ti. Hay tantas maneras de despedirse como de vivir y vivimos continuamente despidiéndonos. Intento adivinar por su intensidad y duración si las despedidas son  banales o importantes. A veces son inevitables y no importa decir adiós, al revés, aligera. Desde hace años las observo e intento clasificarlas en lentas, rápidas, frías, sin sustancia, desgarradas, dolorosas, imposibles y ya hace mucho que comprendí que no hay dos iguales. Hace unos meses vi a una pareja oriental sentarse en un banco en silencio. Se separaron después de un rato largo sin mirarse, sin tocarse, deprisa, sin prolongar el momento.

Últimamente me planteo, al decir adiós a personas a las que quiero y con las que no comparto mi vida diaria, si será la última vez que nos vemos, repentinamente consciente de la fragilidad propia y ajena y de lo rápido que pasa todo. Me doy
cuenta de que el tiempo no es real, cuando nos parece largo es largo y cuando nos
parece corto, también lo es, pero nadie sabe lo largo y lo corto que es en
realidad. Entonces no puedo evitar pensar si alguna vez la vida volverá a juntarnos y ya no sé cómo seguir. Tal vez lo mejor sea hacer como la pareja oriental y buscar en la inmovilidad la fuerza para pasar al después sin hacer ruido.

AG-J

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