El bosque tiene ojos

El bosque tiene ojos

Dylan

14/01/2023

Quien ha tenido la fortuna o desgracia de pasar una noche en el bosque, alejado de la civilización, puede constatar que mirar hacia el velo negro que cubre el paisaje produce un estado de alerta. Incluso a la mente más estable le será difícil ocultar la sensación de ser observado desde aquel abismo que esconden los árboles, pues el único antídoto para alivianar la paranoia es la falsa protección que brinda la luz artificial de una cabaña, pero incluso desde la comodidad de aquella tu mente sigue siendo consciente del abismo que se encuentra allá afuera. Sea por mera herencia que remonta a los años de los hombres de las cavernas o sea por la poca costumbre de aventurarse lejos de la civilización, lo cierto es que, desde aquel verano, dicha sensación solo empeora. Estos motivos me llevan a plasmar en papel lo ocurrido, pues como un desagüe, espero que la letra escrita logre vaciar mi mente de los acontecimientos de aquella noche, antes que ella misma use su raciocinio para conectar los eventos y crear un recuerdo imborrable en mi memoria.

Para un estudiante, la llegada del verano produce una sensación de libertad equivalente a aquel hombre que, ganada una fortuna, no tiene que trabajar ningún día más en su vida. Como golondrinas que migran hacia climas cálidos, los estudiantes recorren cientos de kilómetros para alejarse de la civilización en busca de un merecido descanso. Escoger un destino, planificar la estadía, encontrar transporte y preparar el equipaje fueron las acciones que los cuatro llevamos a cabo al inicio del verano. Como destino, aquella cabaña en el bosque fue superior al resto de las alternativas, de manera casi magnética los paisajes de la zona nos hicieron llegar a un acuerdo unánime de elección. 12 horas de viaje nos obligaron a salir en la madrugada para llegar al destino antes de que oscureciese, una sabia decisión, pues después de lo ocurrido, ninguno de los cuatro desearía estar en aquel bosque una vez se alza la luna.

Luego de 12 horas de viaje, la locomoción nos dejó a unos metros del sendero principal del bosque y rápidamente la vista se deleitaba ante la armonía de aquellos gigantes verdes que se movían en son del viento. A medida que uno se acercaba a aquel sendero, se podía sentir una suave brisa en la cara y se podía respirar aire puro, ambos elementos cooperaban en energizar el cuerpo para la caminata que nos esperaba. El sendero de tierra actuaba como arteria principal uniendo varios caminos que, a simple vista, se perdían en distintas direcciones del bosque, pero al fijar la mirada se podían notar cabañas de madera a la distancia. A lo largo de la caminata solo se podía escuchar el baile de los arboles con el viento y las pisadas sobre la tierra, los cuatro nos mantuvimos en silencio hipnotizados por la tranquilidad del paisaje. Al cabo de 10 minutos de caminata, nos alejamos del sendero principal adentrándonos en el bosque en dirección a nuestro destino. Pasados 7 minutos en aquel nuevo camino, se podía observar la terraza trasera de nuestro lugar de estadía, pues el camino recorría el borde del terreno antes de pasar por la entrada principal.

Como era de esperar, el arrendatario de manera muy cordial nos recibió en la entrada y nos entregó las llaves de la cabaña. La puerta principal daba de manera directa a la sala de estar, que tenía una chimenea como protagonista. A la izquierda se encontraba la cocina, a la derecha las habitaciones y en frente la terraza que se podía observar desde el camino. La cabaña era de madera y contaba con ventanales desde los cuales se podía apreciar tanto la terraza, como el bosque. Era un lugar bastante acogedor, al menos bajo la luz del sol.

Usualmente el viento nocturno nos obligaba a refugiarnos bajo el calor de la chimenea, pero aquella noche la luz de las estrellas nos motivaba a desafiar la costumbre, tomamos la decisión de seguir la conversación en la terraza. El cielo nocturno se desplegaba de manera maravillosa, las luces del cielo tenían la mezcla perfecta de belleza y misterio. Esta escena, influida en gran parte por el alcohol, motivaba conversaciones sobre vida en otros planetas. Aún recuerdo cuando en medio de la conversación la mirada de los cuatro se desviaba levemente hacia el camino, específicamente a la figura que se podía ver caminando por aquel. En una primera instancia pensamos que se trataba del vecino que vendría reclamando por el ruido, pero aquella hipótesis se anuló rápidamente cuando notamos que la persona traía un extraño saco en la espalda. En ese instante, un escalofrío recorrió mi columna, pues aquella figura caminaba en dirección a nuestra cabaña y tarde o temprano llegaría a tocar la puerta. De los cuatro presentes, dos lograron usar el alcohol para anular el temor y llamaron a la figura a acompañarnos en la terraza. La silueta paso por encima del cerco y caminó hacia nosotros, me estaría engañando a mí mismo si dijera que no sentía temor, pero rápidamente fui a buscar dos tragos a la cocina, uno para calmarme y otro para mostrar cordialidad ante aquella extraña visita.

Toda especulación se desvaneció cuando la figura se empapó de la luz de la terraza, se trataba de un hombre adulto con postura encorvada, probablemente debido al saco que sujetaba en los hombros, pero el rasgo que más resaltaba se encontraba en su rostro, pues parecía no tener expresión, mi primer pensamiento fue que se podía deber a algún tipo de parálisis facial. Agradecido por la cordialidad, el hombre dejó el saco en el suelo, tomo asiento y acepto el trago que le ofrecí. Inundado en preguntas de nuestra parte, el extraño hombre nos comentó que se había bajado de la locomoción en las afueras del bosque y, al igual que nosotros, había caminado por el sendero principal. Nos comentó que iba en dirección a la cabaña de su hermano que se encontraba a unos minutos de la nuestra. Ninguno de los cuatro tenía conocimiento de dicha cabaña, pero asentimos de todas maneras. La conversación fue bastante agradable, pues se trataba de un hombre muy culto que poseía un gran uso de la palabra. Se hacía imposible no desviar la mirada la mirada hacia aquel voluminoso saco y aún más difícil era ignorar el olor desagradable que irradiaba. Toda macabra especulación se desvaneció cuando del saco, aquel hombre cogió un libro y nos comentó que era escritor, traía un saco lleno de libros para su hermano. Al cabo de unos minutos, nos agradeció por la cordialidad y siguió su camino por aquel bosque oscuro. Los cuatro nos reímos por las retorcidas especulaciones que nos jugó la mente que, sumado al alcohol, no eran favorables para aquel cordial sujeto. Unas horas más tarde decidimos ordenar la terraza y dar por finalizada la noche. Antes de cerrar los ojos para dormir no pude evitar recordar aquel rostro sin expresión que mantenía firme contacto visual con quién le diríjase la palabra, de una manera… casi analítica.

Al día siguiente, por mera curiosidad, decidimos recorrer el bosque en busca de la cabaña en la cual se estaría hospedando aquel escritor. A lo largo de la caminata disfrutábamos inventando historias sobre el misterioso hombre del saco y la mayoría de las ocasiones terminábamos riendo. Tal como ocurría en el sendero principal del bosque, a simple vista era imposible notar la presencia de cabañas, pues los grandes árboles tapaban las estructuras de madera, pero en esta ocasión incluso fijando la mirada no podíamos encontrar ninguna cabaña, pareciese como si la nuestra fuese la última en esa dirección. No fue hasta que pasaron alrededor de 15 minutos que notamos un color café oscuro asomándose por entre los árboles. Se trataba de una cabaña bastante pequeña, de forma rectangular, contaba con solo un piso y pareciese tener únicamente una habitación. El entorno estaba descuidado, rodeado de ramas dificultando el paso; las ventanas se notaban polvorientas y la estructura en sí pareciese estar abandonada, pues se encontraba en muy mal estado. Sin afán de meternos en problemas y satisfechos con nuestro descubrimiento, decidimos volver a nuestra cabaña. En el camino de vuelta, pudimos notar que las nubes dominaban el cielo y con poca frecuencia, caían gotas sobre nosotros. Logramos llegar a la cabaña antes de que comenzara a llover.

Aquella noche, como era costumbre, la conversación en la sala de estar nos llevó a las altas horas de la noche. La lluvia golpeaba con fuerza el tejado de la cabaña y el viento hacia que esta temblara, pero no dejamos que esos factores alteraran el ambiente. No había ningún elemento fuera de lugar aquella noche, pero mi mirada solía desviarse constantemente en dirección al ventanal que daba a la terraza. Si bien solo podía ver mi reflejo en ella, invadía mi cabeza la sensación de estar siendo observado desde el exterior. De manera involuntaria, recordaba la mirada fija de la visita que tuvimos la noche anterior, una mirada que analizaba cada rasgo facial, cada expresión de mi rostro.

La lluvia cesó mientras dormíamos, pero fuimos testigos del desorden provocado una vez se alzó el sol al día siguiente. Desde la terraza se podían ver ramas por doquier, el pasto escondía posas de agua y el camino se había transformado en un barrial. Nada de esto fue sorpresa para nosotros, salvo un elemento que se encontraba fuera de lugar en aquel caos, un elemento que me quito el sueño las noches posteriores. En la terraza se encontraban dos huellas de barro apuntando en dirección a la sala de estar.

Después de ese hallazgo, el ambiente de la cabaña cambió. Algunas personas del grupo intentaban mediante el humor mejorar los ánimos, pero la sensación de paranoia opacaba dichos intentos. Aquel día no salimos de la cabaña, debatimos sobre la posibilidad de terminar la estadía y volver a la ciudad, pero después de analizar nuestras opciones, tomamos la decisión de quedarnos en la cabaña y tratar de hacer caso omiso a lo encontrado, bajo la hipótesis de que aquellas huellas de barro podrían haber provenido de alguno de nosotros. Esta especulación logró calmar la paranoia en el ambiente, pero en mi cabeza estaba confiado de que ninguno de nosotros fue el autor de dichas huellas. Esa noche nos acostamos temprano para descansar y recuperar fuerzas… fuerzas que, sin saberlo aún, necesitaríamos al día siguiente.

No sería transparente de mi parte decir que dormí plácidamente aquella noche, pues mi descanso se interrumpía constantemente por la sensación de ser observado. Aún recuerdo con pánico el momento en que puse los pies en el suelo para levantarme de la cama la mañana siguiente, pues en vez de sentir el piso de madera con la planta del pie, mis dedos se hundieron y resbalaron en una sustancia que mis ojos pudieron comprobar posteriormente. Apuntando hacia mi cama se encontraban dos huellas de barro, idénticas a las descubiertas en la terraza el día anterior. De un grito desperté al resto de la cabaña, quienes fueron testigos del camino de huellas que se extendía desde la puerta de la terraza hasta mi habitación. Instintivamente, seguimos las huellas hasta la puerta de la terraza, que se encontraba entreabierta, solo para descubrir que estas se perdían en el camino. Tomamos la decisión de armar nuestros bolsos y terminar nuestra estadía al instante, pues no queríamos ser testigos de lo que podría suceder si pasábamos otra noche en aquel lugar. Una vez en la puerta de la cabaña, con nuestros bolsos en mano, tuvimos la intención de caminar hacia el sendero principal, pero aquella polvorienta cabaña que sabíamos se encontraba en dirección contraria, nos despertaba una peligrosa curiosidad.

Existen pocas sensaciones en el ser humano equivalentes a la curiosidad, esta nos impulsa a hacer acciones irracionales que muchas veces atentan directamente contra nuestra integridad, pero las llevamos a cabo de igual manera, pues somos conscientes que quedarse con la duda nos perseguirá el resto de nuestras vidas. 15 minutos de caminata en dirección contraria al sendero principal nos llevó al mismo lugar que descubrimos unos días antes, ramas por doquier, ventanas polvorientas y una estructura en mal estado nos lo confirmaron. Nos abrimos paso entre las ramas en dirección a la puerta principal. Mientras nos acercamos a la puerta, intentamos observar por las ventanas en busca de algún habitante, pero la oscuridad del interior y el polvo no nos lo permitieron. La puerta de la cabaña se encontraba abierta y, bajo esta, se encontraban huellas de barro que actuaban como bencina para impulsar aún más la llama de nuestra curiosidad. Una vez dentro, mi olfato se vio invadido por un hedor a podrido y, a pesar de que la cabaña constaba de una única habitación vacía, se despertaba en mi cabeza una sensación de temor. La cabaña estaba llena de barro y ramas, como si aquella puerta no se hubiera cerrado en días. La gran habitación no contaba con muebles ni decoración, solo había una alfombra desgastada y sucia en mitad de esta. Las huellas de barro se perdían en la alfombra, por lo que decidimos levantarla… bajo la alfombra se encontraba una escalera que llevaba a una especie de sótano, el olor se hacía cada vez más insoportable.

Una vez en el sótano, encontramos un interruptor para prender la luz, al accionarlo se reveló ante nuestros ojos una especie de línea de ensamblaje que contaba con tres mesones largos ubicados paralelamente. En el primer mesón se encontraban cuadrados de madera, como si se tratasen de la materia prima de la línea de ensamblaje. En el segundo mesón se encontraba la madera convertida en cabezas de maniquíes con rostros tallados a la perfección. No fue hasta que vimos el tercer mesón que el horror invadió nuestros cuerpos… uno de nosotros vomitó al instante, otro se desmayó cayendo al suelo y golpeándose en la cabeza. En lo personal, me paralicé del terror y perdí absoluto control sobre mi cuerpo durante unos minutos. De manera casi instintiva agarramos a nuestro compañero que se había desmayado y salimos corriendo camino abajo sin mirar hacia atrás.

Hasta el día de hoy agradezco no habernos encontrado con el habitante de dicha cabaña, pues sobre el tercer mesón se encontraba el producto terminado, se encontraba la obra finalizada de aquel ensamblaje… sobre el tercer mesón estaban las cabezas de maniquí cubiertas por un material que irradiaba un hedor putrefacto, se encontraban las cabezas cubiertas de rostros humanos de piel ajustados a la perfección sobre los rostros tallados de madera. Sumido en el terror que me invadía, dos cabezas en particular atrajeron mi mirada… una se trataba del rostro de aquel hombre que visitó nuestra cabaña, ubicada en el tercer mesón. La otra… se ubicaba en el segundo mesón y se trataba de un rostro innegablemente similar al mío.

Fin

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