(infraordinario) Polilla

(infraordinario) Polilla

– Entonces ¿Qué es lo que determina la muerte?

– Pues, un cúmulo de circunstancias. El…

– La teoría me la sé, pero… ¿Cuándo muere realmente uno?

– Pues eso te trato de explicar, si me dejaras . . .

-Ya, para ti todo lo explica la ciencia, no es eso, hablo del margen entre la vida y la muerte, entre la consciencia y la inconsciencia, entre el ser o dejar de ser para siempre. No creo que la diferencia entre una y otra cosa radique en el tono muscular.

– No, no es así tampoco, pero ¿ que quieres saber? No lo entiendo. Hay una serie de . . .

Me miraste con hastío. -No tengo ganas de discusiones ahora.

Me serví otra copa. Desde la cocina se oía la música del salón. Algo sonaba además. Un ruido grave y repetitivo. Miré a mí alrededor sin descubrir de donde provenía. Observé la cocina, era realmente bonita, sin personalidad. Superficial. Vacía. Inerte. Como ellos, como tú, tal vez como yo.

La música paró, el murmullo gutural y parpadeante se escuchaba ahora con más claridad. Volví a escudriñar a mí alrededor, pero no conseguí averiguar nada. 

Sacaron la tarta y apagaron las luces de la casa. Todas, excepto una pequeña lamparita. Y entonces la vi. Con su revoloteo y su particular sonido. Una preciosa polilla bailaba alrededor de la bombilla. Una danza a vida o muerte. Me quedé ensimismada.  De fondo oía la tonadilla del cumpleaños feliz, pero sólo escuchaba el vuelo de la polilla. Jugaba a acercarse y alejarse, rítmicamente. A veces construía en el aire una espiral, se alejaba unos centímetros, se posaba, y volvía a acercarse peligrosamente a la bombilla. Se acercaba, se alejaba. De repente voló en el sitio, sin moverse, como hacen los colibrís. Y unos segundos después, se precipitó rápida hacia la bombilla. Se oyó un desagradable chisporroteo. La bombilla se apagó medio segundo, y se volvió a encender justo para dejarme ver caer el cadáver. Del salón se colaba el estruendo de la celebración. Cerré los ojos unos segundos. Me estaba mareando. Me senté y volví a saborear el ron. Pensé en la polilla, pensé en la vida y en la muerte. Oí de nuevo, mentalmente, ese horrible chisporroteo. Volví a cerrar los ojos. Al abrirlos volvía a haber luz en la cocina. Alguien me dijo ¿Vienes al salón? Si, contesté. Aunque no tenía ninguna intención de hacerlo.

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