— ¡Mire vieja! Deje de escribir sobre cascajos, chulos, tripas, basura, ríos puercos, gente mala, gente buena. ¡okey! ¡Supérelo! ¡Ya! ¡Se va a quedar sin trabajo!

—Sí señor.

Las baldosas brillaban al paso del señor Garnica. En la noche, la mujer se quedaba profundamente dormida después del orgasmo. La empleada doméstica era una persona íntegra. Los hijos adolescentes, una parejita, les respondían de buen modo todas las veces, y hacían todo lo que ellos les ordenaran. Los amigos del señor Garnica eran honestos, sinceros, generosos, y sin vicios. El clima era cálido, en el día, y también cuando nuestro astro luminoso se retiraba a descansar, apagado en sus aposentos. La Empresa presentaba un inusitado crecimiento económico.

— ¡Fuera!

—Mi señor, un momento por favor. Acabo de tener una excelente idea.

Cualquier cosa que supurara sangre le llamaba la atención. Miraba cada momento hacia las montañas. Nadie sabía de dónde había salido. Talvez de una grieta de la tierra. Por uno de sus poros salía luz roja. Abrió la puerta de la oscuridad, y solo podría haber dos opciones para mirar. Una, mas oscuridad. La otra, luz normal.

—¡Dije fuera!

La anciana aristócrata aseguraba que la carne humana es deliciosa. Yo le pregunté si ella había comido. Respondió que no, pero, que Chucho sí.

—¿Eso te lo inventaste?, ¿o sucedió en realidad?

—Es verdad señor.

—Contacta a ese Chucho por favor señora Avetrusca.

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