Este pequeño pueblo crece y crece, dando honor a su nombre de El Progreso, bañado sus suelos productivos por su compañero de siempre el gran río Ulúa. En aquellos años veinte, las autoridades locales que conducen la comunidad han sentido que necesitan algo que los identifique y entre acuerdos tomados hicieron posible tu viaje de continentes. Fuiste traído desde la casa alemana J. F. Weule en 1925. Sí, reloj de péndulo de cuatro caras con las cuales siempre estas pendientes de las miradas familiares y extrañas.

Y es que desde tu llegada te convertiste en compañero fiel. Desde tempranas horas de la madrugada los campesinos se guiaban por tus campanadas para confirmar su llegada a tiempo a su trabajo, de igual manera los pobladores en tus alrededores y los negociantes asentían sus mejores andanzas por cada hora en la que escuchaban tu sonido. Ya en el tiempo del oro verde bananero, sus labradores se conectaban con tu repique y el silbido de la locomotora que anunciaba su pronta partida y la hora de sus despegues, para ir con él en sus viajes para llegar al lugar de oficio, por hacer negocios recíprocos o por puro placer en el largo trayecto desde el valle progreseño hasta el puerto de Tela.

Siempre tuviste un amigo inseparable que cuidaba de ti y velaba porque tu tiempo nunca se detuviera, Maximiliano Ortiz su nombre, que a sus 87 años su propio tiempo se detuvo, y quien mantuvo la visión de preparar a uno de sus hijos para que siguiera cuidando de tu buen funcionamiento y tu perfecta sincronización.

Amigo reloj asentado en el parque que lleva el nombre del prócer nacional Ramón Rosa, ¿Cuántos enamorados se apostaron cerca de ti? ¿Cuántos amores prohibidos llegaron y te visitaron por ser tú, su punto de encuentro? ¿Cuántas aves que adornan el cielo te sobrevolaron o se apostaron en tu monumento? ¿Cuántas celebraciones diversas has acompañado? ¿Cuántas personas con trabajo o sin él esperaron con tu tiempo? ¿Cuántas movilizaciones por el bien común has visto pasar? ¿Cuántas y cuántas historias…? ¡Sólo tú lo sabes!

Pasaron los años y te convertiste en símbolo de la ciudad, tanto que al cumplir sus cien años de fundación, te convertiste en su ícono principal de presentación, adornando fotografías, camisas, gorras, autos, cuadros de pinturas, tazas y todo tipo de recuerdos alusivos al centenario, junto a los ojos orgullosos de sus hijos ciudadanos.

Siempre seguiremos agradecidos contigo, reloj del parque, como todos te llamamos, porque eres parte del paisaje, eres parte de la ciudad, eres parte de cada uno de nosotros.

Ya falta poco tiempo para celebrar tu propio siglo de tu presencia y seguro se celebrará con las mayores vivas, bombos y platillos, convirtiendo tu propia imagen de celebridad local en mundial.

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