Soy un hombre metódico, hace tiempo que dejé de ser joven, si es que alguna vez lo fui, «muy maduro para su edad» ha sido el comentario que mas he escuchado sobre mí, estudiante modélico, de matricula de honor, tuve la suerte de encontrar trabajo nada más acabar la carrera, lo cierto es que entre estudiar y trabajar no he tenido tiempo, y creo que tampoco aptitudes, para encontrar pareja, tampoco lo echo de menos, estoy bien solo.

Ya llevo veinticinco años trabajando y lo cierto es que aunque esto no era lo que me había imaginado, una labor de despacho, resolviendo expedientes, haciendo cálculos, tengo que reconocer que me encuentro bastante cómodo en este mundo de cifras y números.

Mi rutina diaria es sencilla, me levanto temprano, sé que más de lo necesario, pero me gusta hacer las cosas despacio, ducha, afeitado, desayuno, dejar recogido, elegir el traje que toca, pensareis que es absurdo, pero tengo uno para cada día de la semana, gris o azul marino, no me gustan demasiado los colores llamativos, pasar el cepillo a los zapatos y rumbo a la oficina.

Me siento y reviso mi escritorio, coloco, como cada mañana, lo que el personal de limpieza ha movido, la grapadora en la esquina derecha, junto al porta lápices, en la esquina izquierda los expedientes y al lado de ellos un espacio vacío donde irán a parar las carpetas con el nuevo trabajo que vaya llegando. Perfecto, ya puedo empezar.

Vaya, por ahí se acerca el jefe, que raro que venga por aquí a estas horas, ¿Quién será la chica que le acompaña?

– Buenos días Antonio.

– Buenos días señor Ramírez.

El jefe sonríe.

– Te he dicho mil veces que no es necesario que me trates de usted, pero bueno, supongo que es una causa perdida. Esta es Eva, la nueva becaria, va a hacer sus prácticas con nosotros. He pensado que como eres el más veterano deberías ser tú quien se ocupe de enseñarla y hacer que el tiempo que esté con nosotros le sea productivo.

La chica esboza una sonrisa, yo, como un imbécil, noto que me ruborizo. Intentando parecer profesional la recorro de pies a cabeza con mi mirada por encima de las gafas, es joven, muy joven. Nunca me ha gustado trabajar con gente, mucho menos encargarme de enseñar a nadie, menos aún sabiendo lo mal que está la universidad ahora, la gente sale sin tener ni idea de nada. ¿Por que han pensado en mí?

Me levanto, me acerco a ellos y alargo mi mano para estrechar la de ella, la ignora y acercándose me da dos besos, creo que me he vuelto a ruborizar. Mi jefe sonríe de nuevo mientras se aleja diciendo:

– Trátala bien Antonio.

¿Y ahora? Ella espera, supongo que alguna indicación por mi parte, a estas horas ya debería haber resuelto al menos cinco o seis expedientes, pues no será este “impedimento” el que me obligue a no cumplir con lo que había planificado para hoy.

– Acerca esa silla y colócala al lado de la mía. Espero que al menos tengas algún conocimiento básico, tengo mucho trabajo y no puedo perder el tiempo.

Ella vuelve a sonreír y dice que lo hará lo mejor que pueda. ¿Por que sonríe tanto?

Me siento, y ella a mi lado, demasiado cerca para mi gusto, ¿es que esta juventud no sabe lo que es el respeto por el espacio vital? cojo la primera carpeta del montón de pendientes y me pongo a leerlo, ella se acerca aún más, puedo notar el calor de su cuerpo a mi lado y su perfume, por un momento cierro los ojos y aspiro. Vuelvo a notar que me pongo rojo, pero esta vez porque espero que ella no haya notado lo que he hecho, solo faltaba que fuera a pensar que soy un viejo verde.

Voy resolviendo expedientes, el montón de carpetas disminuye, al final no será un día perdido. Intento ir diciendo en voz alta lo que hago sin mirarla en ningún momento. Me ha hecho varias preguntas, al principio me molestaba, pero creo que me gusta escuchar su voz.

Llega la hora de salir, Eva se levanta, me vuelve a dar dos besos y antes de alejarse me dice:

– Muchas gracias Antonio, creo que será agradable aprender contigo.

Vuelve a sonreír. ¿Sonríe? ¿Me trata de tú?, lo dicho, esta juventud está echada a perder.

No se que cara habré puesto, pero ella ha hecho aún más amplia su sonrisa. Creo que yo también he sonreído.

– Hasta mañana.

Se va.

Me recompongo, me encuentro incómodo. Lo cierto es que para mi también ha sido extrañamente agradable. Coloco la mesa, grapadora, expedientes pendientes y me voy a casa. Allí al menos no me encontraré con sorpresas, leeré un poco, quizás un poco de tele y pronto a la cama.

A la mañana siguiente la misma rutina, ducha, afeitado, desayuno, el traje del día, los zapatos y a trabajar. Al pasar por el puesto de flores que hay de camino compro una y me la pongo en la solapa. Huele como Eva.

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