Reconozco que tengo una mente mono. Siempre saltando de rama en rama. ¿Y qué? Otros tienen mente serpiente. Siempre arrastrándose por la tierra, por las cosas concretas; y no se lo reprocho. Yo, cuando cuento una cosa, la cuento de verdad. Me gusta detenerme en los detalles. Y no me importa ver las miradas impacientes de la gente que me escucha. Tranquilos, que esto no es una maratón. Me hubiera gustado verlos en Roma hablando latín. Con todos los pronombres, sustantivos, adjetivos y adverbios al principio de la frase y en último lugar el verbo, como un mastín que recoge las ovejas en el redil. Eso es tener paciencia. Y es que hay gente que se llena la boca con cosas como la economía de lenguaje. Si nos ponemos así, volvamos a los gruñidos de los primeros homínidos. ¡Eso sí que era economía de lenguaje y lo demás cuento!

El otro día, sin ir más lejos, iba con mi amiga Carmen, impaciente donde las haya, y le empecé a contar que me había encontrado a nuestra amiga Mar en Malasaña, en la calle Ruiz, la calle esa donde están las catalpas, que tanto me gustan. Siempre que las veo, me parece que sus hojas están hechas con el pelo de Miguelito, el de Mafalda. Por cierto, Mar llevaba un vestido rojo parecido al que me compré en Cádiz, el mío es más bonito, porque lleva botones. Me la encontré justo al lado de la librería de segunda mano, donde me compré “Las etimologías” de San Isidoro, un libro divertidísimo, lleno de disparates. No me había fijado pero tiene un ojo verde y otro gris marengo. Igual que David Bowie. Aunque, Bowie los tiene distintos por un golpe, no es de nacimiento.

Y sí, lo confieso, me disperso un poco con los detalles, pero la información extra también es importante. Estoy a tres segundos de que me diga:” ¡Vete al grano!” La gente cómo es. Siempre atosigando. Tener un discurso caótico no es fácil. No sé por qué se ponen así. Hasta que se atreven y te sueltan: “Bueno, y al final ¿qué pasó?”Entonces, ya sé que es hora de recoger las palabras que estaban desperdigadas, a su aire, sembrando semillas, y poner punto y final al discurso.

«Nada -le digo- que te dieras prisa. El plazo de la beca termina mañana».

Dedicatoria

Epílogo

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS