El arte de la vejez

El arte de la vejez

Eví Matnay

30/11/2022

Así como tenerles miedo a las arañas, tenerle miedo al paso del tiempo es muy común. Tenemos internalizada la idea de que mientras más nuevo, mejor, pues está más lejos de estar obsoleto, más lejos de la muerte. Y así pasa con la edad, nos encontramos con la complicada tarea de encontrarle la belleza a la vejez.

En una cultura donde mientras más joven, más funcional y bello es una persona, resulta difícil disfrutar y enamorarse de la vejez. Como mencioné anteriormente, no estamos acostumbrados a ver su belleza. Mas bien nos enfocamos en sus debilidades y nos avergonzamos de los rasgos que el paso del tiempo va dejando en nosotros, ya sea en nuestro cuerpo, en nuestra mente, en nuestros sentimientos, en nuestra día a día; volviéndose cada vez más visibles.

Hace aproximadamente diez años, me fracturé el fémur izquierdo y necesité de una cirugía que dejó dos cicatrices bastante obvias en mi rodilla. Unos años después, mi hermana menor tuvo un accidente y quedó con una cicatriz en su mejilla derecha. La mano derecha de mi mamá fue marcada con una cicatriz unos meses después por culpa de una lata mal abierta. Recuerdo que me avergonzaba usar shorts con miedo a que alguien me hiciera la incómoda pregunta: “¿qué te pasó?”.

Intentaba ocultar esas cicatrices hasta que un día mi hermana me contó que tenía el mismo problema, solo que a ella se le complicaba más ocultar su cicatriz. Recuerdo contestarle “si te vuelven a preguntar, diles que te peleaste con un cocodrilo gigante para salvar la vida de tu familia y que le ganaste”. Ella solo mostró una pequeña risita. Pero en ese momento entendí que las cicatrices son historias por contar, y que se quedan impregnadas en nuestra piel para no olvidarlas, son parte de nosotros.

Nuestro cuerpo está lleno de cicatrices e historias que dejan su huella física. La herida que nos provocamos corriendo en el patio de la primaria, el raspón en la rodilla cuando aprendimos a andar en patines. El cabello maltratado de tanto tinte, las ojeras por desvelarnos haciendo proyectos, las marcas del acné en la secundaria, la miopía que heredamos de nuestros papás. La cicatriz de la cesárea, los pies que han estado más descalzos que vestidos, las hermosas estrías. Todo esto es la historia de lo que somos y la prueba de que vivimos.

A partir de haber aprendido y estudiado acerca de la gerontología y todo lo que esta conlleva, he intentado encontrar mi sentimiento hacia la vejez. Para mí, es tan hermosa y significativa que pudiera compararla con una obra de arte. Como los relieves que las distintas emociones de una larga vida van dejando en el rostro de una persona y que les llamamos arrugas. Los ojos marcados por tantas maravillas (e incluso desgracias) que alguna vez vieron y que ahora solo pueden contar. Las manos que trabajaron y acariciaron a lo largo del tiempo que es circular para unos, finito para otros muchos.

Cuando hablaba de la vejez, inmediatamente lo relacionaba con una muerte inminente. Sin embargo, ¿no todos vivimos constantemente oscilando sobre la vida y la muerte diariamente sin importar la edad?, entonces, ¿por qué le tememos tanto? Como Viktor Frankl dijo: “la muerte solo puede causar pavor a quien no sabe llenar el tiempo que le es dado para vivir”. A muchos nos da pavor la muerte, y, por ende, a la vejez.

Mi panorama de la longevidad ha cambiado durante este semestre y he aprendido a mostrar más empatía hacia aquellos que viven el dolor de una pérdida constantemente, que pierden amigos, parejas, familiares, salud, entre otras cosas. Hacia aquellos que añoran tiempo con su familia, pero sus familias tienen vidas ajetreadas o no están disponibles (a veces porque ya no están, a veces por abandono). Hacia aquellos que tienen tantas cicatrices que relatar, con alegría o sin ella y buscan quién los escuche. Hacia ellos que también quieren escuchar, que se quieren empapar de la juventud desde una perspectiva distinta. Hacia aquellos a los que su mente y cuerpo les comienzan a jugar trucos, haciéndolos creer que ya no son capaces.

Hablando de capacidades, mi abuelo me comentó hace unos días: “quisiera seguir haciendo mis actividades”, le encanta la carpintería y andar en bicicleta, “pero dudo que logre hacerlo hasta mis últimos mementos”. Hay un término que define cómo estamos acostumbrados a que las cosas se hacen de una forma, y si no puedes hacerlo de esa misma forma, entonces no eres capaz de entregar resultados.

El capacitismo es un término que se conoce y se usa en temas acerca de personas con alguna discapacidad, pero creo que también aplica en personas de la tercera edad. Que no puedan hacer una actividad de la misma forma en la que la mayoría de la gente lo hace, no es sinónimo de que no puedan hacerlo. Tal vez sea más tardado, o más riesgoso, incluso puede que no se entregue el resultado de forma impecable; pero no limitamos a las personas a un “es que ya no puedes hacerlo” y dejamos que lo hagan a su nuevo estilo.

Hubo un tiempo donde me dediqué a investigar acerca de las discapacidades y lo que hace falta para que las personas que las padecen se sientan incluidas en la sociedad y no se perciban segregadas o excluidas. Nunca creí que un tema que investigué por cuenta propia a mis diecisiete años lo pudiera relacionar con la vejez. Ahora entiendo que en muchos de nuestros comportamientos somos discriminatorios con el sector de la tercera edad.

He buscado encontrar una postura propia en los temas más tocados actualmente, pero la discriminación hacia los adultos mayores es silenciosa e igual de letal que el racismo, la misoginia, las fobias sociales, y la marginación.

Tengo una sensación de esperanza y de ansia, pues como estudiante que quiere dedicarse al ámbito experimental, veo un futuro con un gran panorama a investigar. No puedo esperar a ver lo que esta generación pueda (o podamos) aportar, aunque sea un poco, en mejorar la calidad de vida de los adultos de la tercera edad.

Quisiera seguir viendo el arte de la vejez como una expresión de sabiduría, de dulzura, de fuerza, y de victoria. Quisiera ver mi propia vejez como una oportunidad de seguir preparando mi trascendencia. Quisiera vivir parte de mi vejez estando en mi juventud.

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