En Bata y con zapatos de tacón

En Bata y con zapatos de tacón

Petra Cala

11/03/2018

No me gusta el café. Está amargo, no me sienta bien y nunca atino la cantidad de azúcar.

Muevo la cucharilla, intentando comportarme como si de aquel primer trago dependiera mi vida.

Está caliente aún. Miro el humo que escapa rápidamente de la pequeña taza. ¿Me querrá decir algo? Intento concentrarme para ver si configura algún dibujo en el aire, pero solo veo líneas difuminadas desvaneciéndose en la nada. Otro motivo más para pensar que estoy chiflada.

No ha sido un buen día. Maica se ha convertido en mi mayor pesadilla, se pasa el día buscando la manera de joderme. Lo peor de todo es que lo consigue. Tiene arte la muy zorra. Mientras yo me resigno viéndoles ensayar, ella se curra a base de rodillas el papel principal de la obra. Nadie le ha dicho que sólo le valdrá para una representación, mientras yo me recupero de mi pequeña lesión de codo.

Ya no sale humo. Me levanto y me acerco a aquel geranio que se encuentra junto a la ventana medio muerto. No me preocupo demasiado por él, seguramente necesite más la taza de café que yo, así es que se la tiro por los pequeños pétalos a modo de ducha. Sí. Hoy no ha sido un buen día, no. Maica ha jugado bien esta partida y ha ganado, pero con trampas. Álvaro ha llegado tarde al ensayo, con el pelo desorientado y un olor a colonia barata de mujer, intentando disimular ese pequeño arañazo que le recorría una parte de la mejilla y convencido de que su rollo con ella no es ni sospechado. Luego ella ha hecho su aparición, con una sonrisa de oreja a oreja y guiñándole un ojo. Qué asco me da.

—Tienes que aprender a valorarte, Valeria. Este tío no te conviene —me digo a mí misma en voz alta, mientras comienzo a darle vueltas a la taza vacía, intentando descubrir algo nuevo en el dibujo del chimpancé que tiene.

—Tú me entiendes, ¿verdad? Eres la única de este mundo que no me abandona. La única que me escucha sin dar opiniones y la única que me calma las penas. Estoy algo tocada, lo sé, pero aquí estoy, un día más en bata y con zapatos de tacón, esperando que acabe el día con un algo inesperado que me haga salir corriendo a la calle y abandonar la vida de mierda que llevo. Parece que tenga tatuada en la frente: bienvenida al mundo de los desgraciados, nena.

CAPITULO I: UNA NOCHE MÁS

—Hija, tenemos que hablar seriamente tú y yo —me dijo mi madre mientras me cogía la taza del café de la mesa, la miraba y olía para después lavarla en la pila—. ¿Qué le has metido esta vez?, ¿ron?

—Sabes que no bebo alcohol —le dije bostezando.

—Pues esta noche has bebido.

—Sí. He bebido una cola barata del súper. ¿Te quedas más tranquila?

—No me creas tan estúpida, huele a alcohol.

—Te haces mayor, ya no reconoces los olores —le dije mientras me quitaba los zapatos y los dejaba apoyados en la pared junto al cubo de la basura.

—¿Te hago un cacao caliente?

—Mamá, no empieces. Soy mayorcita ya.

—No puedes pasarte la vida así —contestó mientras nos acercábamos al salón.

—¿Así?, ¿cómo? —Pregunté sentándome en el sillón negro de piel.

—Pues como estás. Tienes que olvidarlo. Te va a costar una enfermedad —me dijo mientras me arreglaba la manta del sofá.

—Esto es el colmo. Vienes a estas horas de la noche para darme un sermón adolescente totalmente infundado. Te pones a arreglarme la casa y encima me pronosticas el futuro. ¿Quieres parar ya?

—De infundado nada, guapa —se sentó—. Desde que te dejó Álvaro no levantas cabeza. No tengo ganas de ver que mi hija destroza su vida de esta manera por un hombre. Tú vales mucho más que eso. Si has de dejar el trabajo, lo dejas. Ya te ayudaremos tu padre y yo de alguna forma.

—Por favor… No digas tonterías mamá. Tengo treinta años ya, un trabajo que me ayuda a ser independiente, un piso, soy guapa, tengo buen tipo y los llevo de calle. Sólo me falla el tener una madre que quiere hacer de una ruptura una fantasía suya. Que ya no tengo edad para chorradas, mamá.

—Tú sabrás lo que haces, Valeria. Pero mira, yo no puedo dormir dándole vueltas a todos estos días que te veo tan decaída. La compañía de teatro en la que estás no chuta. El piso este era de tu abuela, tú no tendrías dinero para pagarte un alquiler, da gracias a que pagamos nosotros tus facturas de luz, agua y gas. Tú vales mucho más que esos compañeros que tienes. El salir desnuda en las obras de teatro que hacéis creo que no es necesario para…

—¡Mamá, por favor! Deja de decir sandeces.

—¿Es necesario? —Preguntó muy seriamente mi madre.

—Es imprescindible. Es una obra feminista, que cuenta la evolución de la mujer a lo largo de la historia.

—¿Y la evolución de la mujer se ha de describir con mujeres desnudas?

—No entiendes las obras reivindicativas. Es una mera metáfora.

—¿Metáfora? Deja que me ría. ¿Qué te dejen completamente en bolas y te empiecen a tirar esponjas llenas de agua encima y te revuelques en el suelo, es una metáfora?

—Sí. Porque tu no ves que no son esponjas con agua lo que tiran, sino desprecios e insultos continuados a la mujer, que sufre en silencio los machismos de esa sociedad. La sociedad ha evolucionado mucho, pero no lo suficiente.

—Sí. Pero mientras tú juegas a sentirte libre y a contar al mundo los errores del pasado, otros se regocijan los ojos en tu desnudez y calman sus instintos en… otras.

—Álvaro ya ha encontrado sustituta.

—Maica.

—¿Cómo lo sabes? —Pregunté asombrada por la contestación.

—Intuición femenina.

—No me vale.

—Los vi ayer por la calle muy… acaramelados.

—Perfecto. Ya se dejan ver en público —dije mientras me apretaba el cinturón de la bata.

—Ah, toma. Esta carta llegó ayer a casa. Viene a tu nombre —sacó un sobre del bolsillo de su pantalón. Me incorporé del sofá.

—¿A mi nombre?, ¿y la dirección de tu casa? No tiene sentido, hace años que ya no vivo allí.

—Tú sabrás. El remite es de un tal Matías Pedredón.

—¿Y quién es ese? —Pregunté curiosa.

—Si no lo sabes tú. Se habrán equivocado.

—Pues ya la abriré mañana. Tengo sueño. Tú también deberías irte a casa a descansar. El papá estará ya nervioso.

—Si fuera porque vivimos lejos, te entendería.

—Debería de haberme buscado el piso a dos pueblos de distancia de aquí. Eso de tenerte puerta con puerta es un poco agotador.

—Qué sentido del humor tienes, hija. Me voy —se levantó y se dirigió a la puerta.

—No te enfades mamuchi, que sabes que te quiero mucho —le di un buen abrazo—. Anda, vete a descansar. Te prometo que estaré bien.

—Adiós hija. Cuídate. Mañana hablamos —salió y cerró la puerta.

Mi madre era una mujer de buen ver, tenía cincuenta y cinco años. El haberse casado joven dio pie para que yo naciera tan pronto y le vino de maravilla para tener además de hija, una buena amiga.

Cerré la puerta con llave. Me acerqué al sobre, lo miré y me quedé pensando quién sería ese tal Matías. No tenía ni idea, pero tampoco las ganas de abrir el sobre. Mañana lo haría.

….

Eran las diez de la mañana cuando me sonó el despertador del móvil. Creí que lo había puesto en modo avión, pero no. Mi intención era estar durmiendo toda la mañana, total, no tenía nada mejor que hacer. Estiré la mano y lo apagué. Tras dos minutos sonó una llamada de teléfono, visto que era imposible seguir tumbada decidí contestar. Era Álvaro, en esos momentos pensé: ¿qué mosca le habrá picado a este?

—¿Valeria?

—Sí, soy yo. ¿Quién sino iba a ser?

—Necesito que vengas esta tarde sin falta al ensayo.

—¿Ahora me necesitas?

—¿Cómo? —Me preguntó extrañado.

—No, nada, déjalo. Me pillas un poco dormida.

—¿Estabas durmiendo? Perdona. No sabía que dormías hasta tan tarde ahora.

—Sabes de sobra que no. Pero no tengo mucho más que hacer y nadie me espera, así es que aprovecho y descanso, además, sabes que voy a todos los ensayos. ¿Ha ocurrido algo?

—Maica ha decidido dejar la obra.

—¿Cómo?

—Que nos ha dejado. Dice que no se ve capacitada para hacer ese papel. Deja la compañía.

—¿Y tú no la has podido retener? —Pregunté entre excitada y preocupada.

—No.

—¿No pensarás que haga yo el papel teniendo el brazo en reposo aún, no? Te recuerdo que fue a consecuencia de resbalarme en escena y, a consecuencia de que tu queridísima Maica pusiera jabón en el agua del cubo.

—Sabes que no fue su intención. Era su primer día con nosotros. Aún le temblaba la voz al ensayar su papel,

—Ya. Pero no le tembló la voz cuando me jodí el codo y pediste voluntarias para hacer mi papel.

—Mira, esta tarde acércate al ensayo, ella vendrá y nos lo explicará a todos tranquilamente, dice que tiene una sustituta, una amiga suya que acaba de finalizar arte dramático.

—¿Recién sacada del horno?, ¿eso es lo que quieres en tu compañía?, ¿novatas?

—A veces las novatas hacen mejor papel que las que llevan veinte años —respondió enfadado.

—La sustituta que traiga deberá aprenderse el texto y las acciones antes de un mes. ¿Crees que le dará tiempo? Cuando consiga dominarlo yo ya estaré recuperada.

—No adelantes acontecimientos. Ven y punto. Esta tarde hablamos.

—¿Ven y punto? ¿Así me tratas?

—Sigues igual que siempre. Es imposible hablar contigo. Al final todo acaba en disputas, así es que mejor que vengas esta tarde y lo veas. Aún formas parte del grupo.

—¿Qué aún formo parte del grupo?, ¿qué me estás queriendo decir, Álvaro?

—No he querido decir nada. Sólo te pido que vengas, veamos si nos interesa la propuesta de Maica y se acabó. ¿Podrá ser?

—Sí, claro. ¿Por qué no?

—Gracias. Pues a las seis de la tarde donde siempre. Te espero. Ciao.

—Venga, Ciao.

Y así me quedé yo, muerta. Si Maica se había comportado así, estaba claro que no iba por el papel, sino por él. Se me olvidó preguntarle si aún seguían juntos, igual lo había dejado y por eso no seguía en la compañía. La verdad es que me importaba un carajo el motivo de su retirada, para mí era como una victoria, ya no estaría en el grupo. Una rival menos.

¿Una rival menos? —Volví a pensar—. Seguía igual de chiflada. No significaba nada. A lo mejor por eso había dejado la compañía, para que no dijeran que estaban juntos y poder hacerlo público. Sí, seguro que era por eso —pensé, luego recapacité—. ¿Para qué me planteo esas tonterías si entre nosotros jamás volverá a haber nada? Me tumbé de nuevo en la cama y cerré los ojos.

En pocos minutos volvió a sonar el teléfono. Estaba claro que ese no iba a ser mi día.

—¿Valeria?

—Dime mamá.

—¿Cómo has dormido?

—Estaba en ello hasta que me has despertado.

—Es lo que toca. Son las diez de la mañana. Seguro que tienes que hacer cosas.

—¿En serio que me has llamado para eso?, no me lo puedo creer.

—Entre otras cosas. Dime, ¿qué pone en la carta?, me quedé intrigada.

—No lo sé, mamá. No me he levantado aún.

—Pues venga, espabila. A las dos vente a casa a comer.

—Sí, mamá —dije con voz de resignación. Hasta luego.

—Hasta luego cariño.

Así era mi madre, una mujer capaz de despertar a su hija para preguntarle si había leído una maldita carta. Me levanté, ya era imposible volver a conciliar el sueño. Fui al baño, me pegué una ducha de agua fría y me dirigí a la cocina. Encendí la televisión, siempre hacía compañía, ya sentía a Ana Rosa como de mi familia. Otra vez volvían a hablar de un atentado, esta vez en un macro musical en Madrid, varios kamikaces yihadistas se habían introducido entre la masa de gente haciéndose explotar y originando una enorme matanza. El mundo andaba mal, ahora mezcladas las razas por todo el planeta, uniendo sus costumbres y sus religiones para enriquecer la cultura de cada país y formar un lugar más humano para la convivencia, un equipo de paz y armonía,llegan los del equipo de la cola, para disputarse en varios partidos sin fecha de convocatoria, un maldito trozo de tierra.

Apagué la televisión, seguía viendo que ese no iba a ser un buen día. Me cogí la taza con la mona. La saludé como solía hacer y la llené de agua.

—Hoy toca ducha, Clarisa —le dije mirándola—. Te voy a poner un poco de hierbas aromáticas en el agua para que se te quede la piel suave —le puse un sobre de té verde y la metí en el microondas —ahora a calentar el agua, no te constipes. Hasta luego —cerré la puerta del micro y lo puse en marcha. Cada vez estaba peor, ahora ya le hablaba a una taza.Mientras se calentaba me fui al salón, cogí el sobre y lo abrí, intentando recordar a alguien del pasado que se llamara Matías Pedredón. Saqué un folio escrito a mano. Una letra pequeña, alargada, escrita con tinta negra, con trazos y adornos que me daba más la impresión de haber sido escrita por un hombre de antaño que por una persona de hoy en día.

Saqué el té del microondas, ahora tocaba esperar a que se enfriara, mientras, leería la carta sentada en una silla de la cocina y apoyada sobre la mesa. La carta decía lo siguiente:

“Querida Valeria. Llevo muchos años sin saber de ti, muchos, toda una vida, pero ya ha llegado el momento de que eso cambie. Hoy me siento fuerte para pedirte que cumplas tu promesa de volver cuando uno de los dos enfermara.

Aún recuerdo cuando estuviste aquí conmigo, junto a mí, hace sesenta años ya, compartiendo las puestas de Sol y las madrugadas, compartiendo nuestros secretos y nuestros besos… No me hagas mucho caso, los recuerdos afloran en los momentos de tristeza porque son lo único que me mantiene vivo. Te necesito ahora Valeria, necesito tu presencia. Necesito que regreses y verte una vez más, que acudas a recoger lo que te pertenece. Tiene que ser antes de mi partida y no me queda mucho tiempo. No esperes demasiado.

Me gustaría enterarme de que tu vida ha sido un verdadero paraíso de felicidad sin mí, aunque nuestro amor en aquellos tiempos fuera insuperable. Yo me he mantenido fiel a mis sentimientos y me quedé esperando un milagro, un milagro que nunca llegó…

Pero confío y sé, que volverás a mí, como me prometiste. Ha llegado el momento de volver a tu refugio, a nuestro escondite en Bata.

Bata ha cambiado mucho desde que estuviste. Ha crecido y es una ciudad moderna, pero yo sigo en los tiempos de las colonias, los prefiero y sigo postrado ya en nuestro refugio, pensando en ti.

Tengo la esperanza de que sigas en este mundo, de que vuelvas a mi lado y que compartamos la vida que no vivimos juntos.

Valeria, te quiero”.

Matías Pedredón.

—¡Lo que me faltaba! —Exclamé—. Ahora la carta de un chiflado medio moribundo que me confunde con su amada. Si yo sabía que no me tenía que levantar hoy. Clarisa, ¿qué hacemos con esto?, ¿no me respondes? Vaya ayuda tengo contigo.

SINOPSIS

Una joven recibe un día una carta a su nombre e invitándola a viajar a Bata -Guinea ecuatorial-. Se trata de un hombre moribundo que le pide verla por última vez. La petición la llena de tal manera que, incluso sabiendo que no es para ella, harta de su vida, decide viajar a la aventura en contra de todos y sumergirse en un mundo nuevo, conociendo a varias personas que la ayudarán a localizar a este hombre y conocer su secreto. Mientras dura el viaje, sueña con la Bata española de aquellos años de 1958, conociendo como vivían en aquella época así como una bonita historia.

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