Las olas se acercan y retroceden como una tímida criatura, las miras cada vez mas cerca a punto de acariciar tus pies, pero se alejan en último centímetro. Ves a un cangrejo que brota de la arena y también te ve, con sus ojos acartonados; se miran como en una misma mirada. Las olas desaparecen. Solo estas tú y el animalito sobre la arena, él con sus patitas que lo mecen a lado y lado, “es hermoso”, piensas; quieres mostrárselo a mamá, ella está a pocos pasos, pero no quieres alertar al cangrejito; articulas unas palabras que solo tú y el animalito entienden -a mamá le cuesta entenderte- ella te ve y no se acerca, dices algo más y entonces parece levantarse, pero nada. Vuelves al cangrejo, sigue allí sobre sus patitas, viéndote. Resuelves ir por mamá; tomas impulso, te inclinas hacia adelante, te vas a levantar, -vas a traer a mamá y le mostrarás el cangrejito que te mira-, caes, el cuerpo no te responde -lo habías olvidado-. Tienes una mejilla sobre la arena, ves que las patitas se alejan, cada vez mas allá, entre las olas, se pierden.

Aura, Aura!- escuchas gritar a mamá; te levanta, pero te enojas, no te gusta que te llamen Aura. Ella intenta darte un beso, pero la esquivas bruscamente, ella te sienta y retrocede un poco, te mira y la ves, pero no a los ojos, no como al cangrejito sino como a mamá, a la nariz; “leste, leste”, repites “leste”, como te gusta que te llamen.

II

El sol comienza a ahogarse en el horizonte, sus destellos de náufrago pintan la estela. Mamá se levanta, te pone en pie, sientes por última vez la arena tibia bajo tus plantas; ella te carga y te lleva a casa, te baña, te cambia, te ayuda a comer, te arrellana en el sofá que tanto te gusta; te sientes a gusto, ves al techo, a esa mancha que hay en el techo.

Mamá termina con los platos y la tía Julia entra por la puerta, sabes que es ella -siempre es ella-, sigues con la mancha. Tía Julia y mamá se sientan en el otro mueble, –está dormida– la escuchas decir, pero tu sabes que no. Ellas hablan -como siempre- de cosas de adultos, al rato percibes que han cambiado el rumbo de la conversación. Mamá sirve un poco de té.

Cuando era niña– continúa la tía- me gustaba mucho esta playa, las llevas con María, Juanito y contigo, claro. No recuerdo bien, pero éramos felices, éramos ingenuos.

“¿ingenuos?”, -retienes en tu cabeza. –

-…las computadoras no están mal, ahora puedo ver a mis amigos y escuchar las olas del mar cuando yo quiera, sin salir de casa.

Recuerdas que mamá tiene una y que a veces te reproduce sonidos del mar para que duermas, o algún video de animales, -pero tú prefieres el mar de verdad, te gusta ver como se acerca tímidamente hasta tus pies y cómo los animalitos brotan de la arena-; no comprendes la fascinación por ese aparato que solo muestra, pero no hace sentir.

– ¡Ajhh!- suspira mamá- eran buenos tiempos.

– Aunque- interrumpe la tía- ahora tenemos WhatsApp jajaja.

-Bueno, tienes razón.

Ya no te gusta la conversación, no entiendes de qué hablan; te mueves, apenas para que mamá se fije. Las dos se acercan.

-¡Ay!, la niñita chemple estuvo despielta- dice la tía-.

-Oye, háblale normal que ella entiende -Aclara mama y a gradeces en silencio que lo haya hecho-

-Claro… nos vemos la próxima semana, debo volver a unas cuentas, el trabajo no descansa.

Se despiden. Mamá cierra la puerta con llave y te lleva a tu dormitorio; sobre la cama te hace un masaje, primero en las manos y luego en las piernas y los pies; esto te relaja, entrecierras los ojos, mamá te da las buenas noches, se fija que todo esté en su lugar y sale.

Con los ojos cerrados recuerdas el mar y al sol ahogándose, y los azules, los naranjas y los rojos que se extienden sobre la estela; recuerdas la arena tibia bajo tus piernas, ves al cangrejito que te mira, sientes sueño, el cangrejito se balancea. Duermes.

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