Elsa salió al balcón de su abuela al oír el griterío de los niños que jugaban a las canicas.
Se sentía sola y aburrida y sintió la inmediata necesidad de unirse a ellos. Asi que cogió una bolsita que contenía algunas de aquellas bolitas de cristal, que su hermano, ocho años mayor, le había regalado, y sin decir nada salió de la casa y bajó los peldaños de madera hasta llegar al portal bajo aquella luz mortecina que iluminaba las escaleras.
Abrió la puerta y se dejó ver. La pequeña tenía unos seis años recien cumplidos. De pelo castaño ondulado y unos ojos almendrados, más oscuros que su cabello. Llevaba un jersey de color crema, una faldita roja y unos zapatitos marrones.
Sonrió viendo que entre los niños (cinco y una niña, todos de ocho años, nueve y diez años el mayor) se encontraba Luisito, que vivía por un tiempo, como ella y su hermano Federico, en casa de su abuela, mientras sus respectivos padres se encontraban trabajando fuera del país.
Luisito era un niño mimado y consentido que desayunaba chocolate, en lugar de malta como lo hacían los hermanos. Pero Elsa no tenía celos, por el contrario lo admiraba.
– Yo también tengo canicas – dijo la pequeña tímidamente, derramándolas sobre su otra mano para enseñarlas.
Al oír su voz Luisito que estaba de espaldas a la Elsa, giró la cabeza, se levantó y se dirigió a ella.
La conocía bien. Convivían aquella temporada juntos. Y ya se había dado cuenta de que él le gustaba mucho. Por eso sabía muy bien como manipularla.
Una vez que estuvo a su lado miró con interés las bolitas de cristal de bellos colores que tenía la niña, y sacó de su bolsillo unas opacas del color del azufre, con intención de cambiárselas.
Cámbiaselas, cámbiaselas a tu novia Elsa – dijo Pedro el mayor, echándose a reír. Y acto seguido el resto se sumó a aquella chanza con sus burlonas carcajadas.
El pequeño galán, sin mediar palabra, creído de sus encantos, sonrió a Elsa y guiñándole un ojo, le cogió la pequeña fortuna que ésta sostenía en sus manos, intercambíandole así sus canicas más feas.
La niña se quedó paralizada ante aquel comportamiento tan frío. Resignada y confundida bajó la cabeza ruborizada y contuvo un sollozo. No comprendía a ciencia cierta lo que había sucedido, pero se sintió humillada.
Mientras tanto Luisito, una vez obtuvo lo que se había propuesto, volvió a reunirse con sus amigos que le habían herido en su orgullo.
¿Quiénes eran ellos para emparejarlo con aquella niña pequeña? Él era mayor.
Dando varios puntapiés a las canicas de sus amigos, que dispersó por todas partes, gritó enfadado – ¡Mi novia es Blanca!- refiriéndose a la niña que estaba en el grupo, la cual sonrió orgullosa debido al súbito interés que Luisito había mostrado hacia ella, y que no era otra cosa que una exhibición de conquista.
Ante la pataleta del niño ofendido, todos quedaron en silencio por un momento, pero enseguida se pusieron a reunir aquellas pequeñas esferas que tanto apreciaban, como si nada hubiera ocurrido.
Elsa se había sentado sobre la acera, mirando el cielo nublado que cubría aquel día el pequeño pueblo pirenaico. Y recordó la festividad del lago de la noche anterior con sus fuegos artificiales tiñendo el cielo de colores.
Pensó de nuevo en la vieja del estanque (la Vella de L’Estany. Una leyenda que seguían durante la festividad del lago desde hacía 110 años) como una pobre bruja volviendo a sentir una mezcla de miedo y pena hacia ella. Ya que la niña imaginaba a la anciana huyendo por los tejados, de los fuegos y de su ruido, en busca de una chimenea donde esconderse.
La pequeña se encontraba especialmente triste al haberse sentido objeto de mofa y rechazo.
Entre tanto los niños del grupo se miraban expectantes, de que a alguno se le ocurriera alguna cosa para seguir con la diversión ¿Y qué más fácil a falta de sensibilidad e ingenio que la obviedad del morbo? Fue de esa forma que a Pedro se le iluminó la cara a la vez que le susurraba algo a Luisito. Éste al oír su propuesta sonrió maliciosamente. Y uno a otro se fueron pasando la información, tras lo cual se levantaron y se acercaron a Elsa rodeándola, mientras ella seguía dándole puertas abiertas a su imaginación.
Pedro el mayor, deseando ser el portavoz del grupo, le dijo:
– A ver si eres valiente y te bajas las bragas. Enséñanos el culo.
– Sí, bájatelas. dijo Luisito –¡ bájatelas! – gritaron unos, a lo que otros siguieron -¡ queremos verte el culo!, ¡queremos verte el culo!
Ante aquel vocerío, la pequeña no supo decir no. No pudo negarse. Por el contrario, asustada y anulada, sintió que una fuerza mayor le hacía obedecer. Se levantó y se bajó sumisa las bragas, dándose la vuelta.
– Ahora vuélvete – Le ordenó de nuevo Pedro y añadió – queremos verte por delante. – Elsa obedeciendo se giró, y en lugar de seguir de pie se sentó, como si de esa forma pudiera esconderse de aquellas acosadoras miradas. Pero él, que estaba a su lado le separó las piernas, prosiguiendo con el malicioso juego.
– A ver, a ver que escondes ahí.
– Jajaja – Se rieron todos. Mas en ese momento alguien agarró del cuello a Pedro y dándole la vuelta le sóltó un puñetazo.
Era el hermano de Elsa, que llegó en el preciso instante de ver lo acontecido.
Todos echaron a correr y Federico cogió en brazos a su hermana que reaccionando comenzó a llorar- tranquila Elsa. Ya ha pasado todo – Y añadió – Vamos a subir a casa de la abuelita. Ya pronto volverá mamá.
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