A estudiar o a lo otro

A estudiar o a lo otro

Siempre que voy a Londres me acuerdo de mi primer viaje. Qué distinto de los de ahora. Y todo por un italiano.

Yo tenía dieciocho años cuando le conocí en una discoteca. Era alto, guapo y muy zalamero. Me conquistó con su español macarrónico y con sus ojos verdes. Había venido a Madrid a trabajar desplazado por su empresa y ganaba un buen sueldo. Me deslumbró y encandiló hasta que consiguió que me acostase con él. Luego se olvidó, había conquistado su presa y ya no tenía emoción el cortejo. Me dejó con el corazón roto y una gran depresión. Pero lo peor fue cuando me vino la primera falta. No habíamos tomado precauciones. Intenté localizarle para contárselo, pero no quiso ni hablar conmigo.

Enfermé de pena y de miedo por las consecuencias. Mi madre me veía llorar sin querer salir de casa. Cuando se dió cuenta que no hacía más que vomitar me llevo al médico de cabecera, Don Luis, el que me trataba a mí y a toda la familia. Él no tuvo duda. Yo le pedí silencio, pero me convenció que tenía que contárselo a mi madre, que lo comprendería. Lo entendió, pero fue un golpe duro para ella, su niña, la más estudiosa, la formal.

Luego vino lo de hablar con mi padre. Lo pasé mal, pero fue lo mejor que pude hacer. Yo sola no podía afrontarlo, era a finales de los años setenta y abortar en España era ilegal. Don Luis conocía una asociación que organizaba viajes a Londres para deshacerse de embarazos no deseados. Entre todos decidieron por mí, no debía tenerlo, no podía echar por la borda mi futuro.

Y así lo fueron arreglando hasta que un día me llevó mi madre a conocer a la persona encargada de los trámites. Sería fácil, saldría un jueves en vuelo chárter y volvería el sábado por la tarde. Del dinero se encargaron mis padres, pidieron un préstamo para costearlo.

Todas las noches tenía pesadillas con el viaje: sola en avión, con otro idioma, con otra gente, la clínica, la operación. Me despertaba convencida de no ir, pero entonces empezaba a pensar cómo seguir con mi vida con un niño, mi carrera, mis planes. No, no podía tenerlo. Era fruto del engaño y no del amor y no iba a torcer mi vida de esa forma.

Y así llegó el temido jueves. Mis padres me llevaron al aeropuerto donde nos encontramos con otras mujeres que hacían el mismo viaje. Me acuerdo de Dolores, iba acompañada de su marido, ya tenía cuatro hijos y se había vuelto a quedar embarazada. No tenían dinero para criar otro niño. Era la más mayor y se convirtió en la madre de todas. Estaba también Teresa, que venía de Las Palmas, también sola como yo. Y luego estaba Rachel, norteamericana, a la que acompañaba su novio español, el viaje se lo había pagado la madre de éste.

Las que habían terminado charlaban muy animadas y nos tranquilizaban:

– No pasa nada, con la anestesia ni te enteras. Es más fácil que sacarse una muela.

Pero yo no me calmaba. Todos me habían conducido a ese momento: el italiano, mis padres, Don Luis, la mujer de la asociación. Me había dejado llevar por todos, pero yo no había decidido nada. Sentía terror por la operación, hambre por no haber desayunado y un gran vacío al pensar en lo que iba a hacer.

Llamaron a Dolores y me indicaron que me fuese preparando, que luego iba yo.

No pude más, me fui a buscar un teléfono público a la recepción y llamé a mi madre a cobro revertido. Hablamos de mis dudas, mis miedos. Lloré, ella lloró y volvió a convencerme de que estaba haciendo lo correcto. Pero ¿era lo correcto?

Tuve que colgar cuando oí a la enfermera inglesa llamándome a gritos desde la puerta de mi habitación.

– Lady is your turn. We can’t wait

Volví a mi habitación y me tumbé en la cama para que me llevaran al quirófano.

Hoy voy a Londres de vacaciones y vuelvo revivirlo todo. Ya tendría treinta y seis años y una familia. Y al sentarme en el avión, me acuerdo de la pregunta que nos hacíamos todas:

– ¿Vienes a estudiar inglés o a lo otro?

Itinerario: Madrid-Londres

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