Me levanto, me maquillo, me coloco la peluca y la cereza del pastel es la nariz. Zapatos grandes, los tirantes que levantan mis pantalones holgados y una flor en el pecho. Sonríe, sonríe y haz sonreír. Ese es mi oficio. La vida para mí es toda una gran burla, una acción es una broma y las lágrimas solo salen cuando la risa es tan fuerte que te duelen las mejillas. 

Soy el amigo de los niños, la chufleta de los jóvenes y un recuerdo grato para los adultos. Mi trabajo consiste en repartir sonrisas y borrar las caras tristes. De cualquier modo, una caída, un chiste, un caminar, un truco, todo vale y la paga siempre son las anheladas risotadas que suelta uno al aire y alimentan las ganas de mantenerse vivo en este mundo. 

Las flores crecen por mi trecho, los animalitos de globo caminan a mi lado, el arcoíris sale sin tormenta, papá vuelve con la leche y ya no quiere más cigarrillos, mamá os quiere, juguetes que se mueven, ese es el mundo que creo al pasar con mi sombrero. 

Pero cuando Dios sopla y pide su dese, todo oscurece. Me abandona el regocijo y me deja solo con los ademanes deprimentes recogidos en el día. Me quito la nariz, los zapatos apestan a restos de animales putrefactos, los colores de mis tirantes se tiñen de los grises más acongojados que existen y de mi semblante chorrea la carita pintada. 

Mi trabajo es simple. Sonríe sonríe y haz sonreír. Las lágrimas solo deben aparecer cuando la risa sea tan fuerte que te duelan las mejillas. Cuando me quito la nariz, llora llora pobre payaso en su soledad. Solo conozco el desconsuelo de la neblina realidad. Que no permite la divisa de la felicidad. La sonrisa que porto todo el día es fingida, pero en eso consiste la burla de mi vida. Actuar como si tuviera retraso pues ese es el oficio de ser un payaso.

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