Alquimia en la incomodidad

Alquimia en la incomodidad

Brian Torre

14/07/2022

Daba la hora madrugadora. El frío era placenteramente puro. No extrañaba aún mi hogar. La brisa era el refresco de mi piel al abrir los ojos. La nieve iluminaba más que la primavera.

Trabajar un día más en un continente distinto era volver a nacer diariamente. Cada etapa descubría otra faceta al lidiar con todo tipo de ente. El negociar con compañeros de otras culturas a veces era como intentar mirar el sol fijamente.

Cada recorrido del bus al resort era una serie de meditación entre todos. Las montañas ya eran nuestro jardín a mantener. En una edad en la que el salario no implicaba importancia, más se disfrutaba del aire a cada hora. El agua del manantial era el regalo puro y nuevas voces diarias; la música a toda hora.

Qué jóvenes somos a veces para pensar que todo es perfecto. Y qué viejos somos luego para entender que la perfección también incluye el dolor. Cavar nieve, armar rampas, levantar esquiadores caídos y calcular el tiempo en el que deben aterrizar para regular el elevador. Todo implicaba esfuerzo por 8 hasta 10 horas en el tope de la montaña por cuenta propia. Inevitablemente al estar solo muchas horas, hablas contigo mismo sobre las cosas más profundas.

Cuando tocaba la mañana, era momento de cavar. Cavar tumbas de abulia. De desesperanza. De dudas. Del pesimismo por turnos. De modorra. Para luego construir rampas de impulso al optimismo y a la fe. Levantar de las caídas a esquiadores para entregarles motivación instantánea. Toda una alquimia interna por medio del esfuerzo diario. Un paso a la vez. Amando el proceso. Amando la incomodidad. Abrazando el repentino dolor de estar lejos de tus seres cercanos.

Creamos nuestros viajes a partir de nuestros ojos. Y mis ojos viajaban en diversas rutas de sufrimiento y de paz constante. Las montañas eran zonas de total crisopeya.

«¿Cómo subestimar el poder humano en el trabajo?».

«¿Cómo es posible que el satanizar las exhalaciones sufridas lleven a la famosa armonía?».

«¿Cómo provocas la evolución en un mundo sin sufrimiento interno?».

Las respuestas, por supuesto, nunca eran claras.

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