El asesinato del Embajador.

El asesinato del Embajador.

Aparcados frente a la puerta de una gran mansión, dos hombres esperaban en silencio. Tenían la mirada fija en el edificio. Llevaban una hora observando la fachada, la progresión de las luces, que habían ido bajando del piso superior hasta reducirse a la ventana en la planta baja que escudriñaban ahora. Podían adivinar sus movimientos tan solo con la danza de la luz de piso en piso. Había llegado a casa, tras una ducha rápida se había cambiado…luego bajó a hacer una llamada a la planta intermedia, y finalmente en la planta baja se había calentado algo rápido en la cocina antes de relajarse en el salón. Fuera tronaba la tormenta, y los dos observadores envidiaban al hombre que imaginaban al abrigo de ese espléndido hogar. Habían encendido la calefacción del coche para crearse un clima lo más agradable posible, pero aun así era incómodo y húmedo. Llevaban horas inmóviles, pasándose del uno al otro una bolsa de palomitas para matar el tiempo. El conductor las cogía de una en una y las masticaba lentamente, con la boca abierta, mientras que el otro engullía puñados enteros sin apenas darse el gusto de respirar. El hombre que estaba al volante era Carlos, un policía nacional de treinta años, joven y musculoso. Desde que habían aparcado el coche sacaba el móvil para mirar la hora, pero sus ojos no conseguían trasladar la información a su mente, y cada pocos segundos lo volvía a sacar para volverla a mirar. Ni siquiera son las doce…tenemos que esperar un poco más, pensó. Miró de soslayo al hombre sentado junto a él, que rebuscaba frenéticamente en la bolsa vacía de palomitas. Espero que no haya sido un error traerle…mírale, está hecho mierda…no va a aguantar nada…debería haber venido solo…Volvió a mirar la hora. Las 23:57. Mientras no llame Manu, todavía estoy a tiempo…joder, es que como la joda…creo que voy a decirle que será mejor si no…Carlos carraspeó y se giró hacia su primo para hablarle, pero justo en ese momento el móvil en su bolsillo se iluminó y comenzó a vibrar. El rostro de Julio quedó visible a la luz del teléfono, y Carlos pudo leer en su mirada que tenía el corazón desbocado. Le miró con reprobación, indicándole que guardara silencio antes de descolgar.

-Hola. – le latía el corazón muy deprisa, ansioso por oír la voz de ella.

-¿Estáis ya allí? –su tono era cortante.

-Claro…

-Vale. ¿Estáis preparados?

-Sí. – respondió ahora con algo de resentimiento. ¿Eso es todo? Es posible que no volvamos a hablar en días, ¿no tienes más que decirme?.

-Vale. Llámame cuando eso.

-Te amo. – dijo en un último intento de inspirar una respuesta cálida en Manuela.

-Y yo.

Se cortó la llamada, y Carlos mantuvo unos segundos más el teléfono contra su oreja, escuchando el pitido. “Solo está nerviosa” pensó. Se esforzó por tener en mente los motivos por los que había accedido a aquello, visualizó el rostro de Manuela para darse ánimos, pero aún podía sentir cómo se le aceleraba el corazón, era una locura, tenía la boca seca y las manos sudorosas…miró una vez más a su primo Julio para ver si se había percatado de su estado de nervios, pero Julio ahora inspiraba fuerte por la nariz y expiraba bocanadas de aire por la boca con los ojos cerrados. La irritación de verle tan fuera de sí hizo que su propia aprehensión disminuyera. Joder, cualquiera diría que lo hemos hecho ya…pensó. Bueno, ahora es demasiado tarde. Le dijo a Julio que ya era el momento, y la respuesta de él fue un gruñido agudo. Carlos suspiró, arrancó el coche, y maniobró hasta colocarlo de manera que el maletero quedara frente a las grandes puertas de la mansión. Apagó el motor, respiró hondo, y salió corriendo. Esperó unos segundos al abrigo de la puerta principal, pero Julio se mantenía inmóvil. Cabreado, abrió la puerta del copiloto y le arrancó de mala manera de su asiento. Julio se había congelado de terror, y Carlos podía sacudirle como a una muñeca de trapo. No cesaba de murmurar.

-No quiero, no quiero, no quiero…

Carlos le agarró del cuello de la camisa.

-Si no quieres, te piras. Más dinero para mí.

Julio se calló, aunque aún le delataba un temblor en los labios. Tras una última mirada cabreada, Carlos hizo gesto de que le siguiera, y juntos rodearon la mansión. Era un terreno grande y tardaron varios minutos en llegar a la fachada contraria, pero por suerte la tormenta enmascaró sus pasos, sus toses y sus tacos. Finalmente llegaron a su objetivo, una pequeña puerta con un ventanuco con barrotes. Con los dedos agarrotados por el frío Carlos extrajo torpemente de su bolsillo un juego de llaves. Introdujo la llave en la cerradura con todo el cuidado que pudo, y aguardó al resonar de un trueno para girarla, y abrir la puerta. Daba a una inmensa cocina oscura. Los dos hombres cerraron la puerta tras ellos. Por la puerta entreabierta que daba al resto de la casa se colaba una luz tenue y el sonido de la televisión. Ambos aguantando la respiración, sintiendo con cada paso la llamada de su coche, de sus hogares y sus camas, pero decididos, se dirigieron hacia ella. Tras ellos, en una esquina del techo de la cocina, un punto rojo de luz indicaba que la cámara estaba grabando.

Al otro lado de la ciudad, Manuela acababa de colgar el teléfono. Su segunda llamada había sido incluso más corta que la primera. Habló muy bajito “ya está, acabarán pronto”. Ni siquiera esperó a oír la respuesta de él antes de colgar. No quería involucrarle demasiado. Se miró un segundo en el espejo del baño antes de sacar la tarjeta prepago y romperla. Ya no tendría que hacer más llamadas esa noche. Aunque le había pedido a Carlos que la avisase cuando hubiera terminado, no tenía intención de contestar a esa llamada, ni siquiera de recibirla. Por precaución, rompió el teléfono también. No estaba nada alterada, y comenzó a peinarse mientras observaba su reflejo en el espejo. ¿Lo adivinaría Richard? No había nada, nada, que pudiera relacionarla con él…se había asegurado de ello. Aun así, podía ser tan perspicaz…supón que se resistiera, que hablase, que le contara a Carlos lo de los otros…si lo hubiera sabido, nunca habría accedido a hacerlo…a lo mejor hasta se echaba para atrás, eso no podía ser, ya no, no cuando todo iba perfecto…

Dejó bruscamente el cepillo sobre el lavabo, se inclinó y se lavó la cara con agua fría. Tronaba la tormenta, ganando fuerza, y pensó en salir a pasear bajo la lluvia. El frío la distraería de otras preocupaciones mayores. Pero no, ella deambulando bajo la lluvia a estas horas, quedaría raro, se preguntarían que qué coño estaba haciendo, y con razón… Con cuidado, guardó los restos del móvil en una bolsita transparente, apagó la luz del baño y salió a la habitación. Era su antiguo cuarto, aunque faltaban muchas de sus cosas, algunas que se había llevado ella a lo largo de los años, otras que sus padres habían decidido tirar. En la penumbra podía ver a su hija dormida, diminuta en la cama inmensa. De puntillas, Manuela se le acercó, y le dio un beso. Había tardado muchísimo en dormirse, se sentía incómoda en el cuarto extraño y no entendía por qué su mamá estaba tan apurada que no tenía tiempo ni para leerle un cuento. Mirándola dormir Manuela sintió la primera punzada de culpabilidad. Iba a arrebatarle a su papá, al que siempre esperaba por las noches tambaleándose del sueño pero determinada a darle un beso antes de irse a dormir…No pasa nada, se dijo. No pasa nada, es pequeña, y tendrá otro papá, y jamás notará la diferencia…no pasa nada. Nunca lo sabrá…no pasa nada…Repitiéndose estas palabras se puso el pijama y se metió en la cama con cuidado de no despertar a Sofía. Estuvo dando vueltas durante un rato largo. Esa noche estaba a punto de cambiar todo, y a pesar de que sí, se sentía culpable por su hija, y sí, una vida estaba a punto de terminar, sentía una deliciosa anticipación. Convencer a Carlos fue tan fácil, que casi se sintió tonta por no proponérselo antes. De todas las cosas que le había prometido al pobre idiota, le dejaría el dinero en un lugar seguro, para garantizar que nunca hablase. Aunque cuando la policía viera la grabación de las cámaras de la casa, poco importaría que lo hiciera… Sintiéndose mucho mejor, puso el despertador para las siete de la mañana y se quedó dormida abrazando a Sofía contra sí.

Javier se había despedido ya de sus trabajadores, de sus amigos, y hasta de las señoras de la limpieza. Era la única persona que quedaba en el edificio. A pesar de estar en pleno centro de Madrid ni siquiera se oía ya el pasar de los coches, tan cerrada era la noche. Estaba recuperándose todavía de la llamada de Manuela. Al descolgar el teléfono le había sorprendido oír su voz, ¿desde qué número le estaba llamando? “¿Manuela? ¿Qué pasa?” ella le había contestado dos frases antes de colgar, dejándole confuso y dolido por su frialdad, hasta que segundos después comprendió todo. El teléfono se le resbaló de entre los dedos para caer sin daño alguno encima de su moqueta. ¿Estaba haciendo esto por él? Llevaba hablándole algún tiempo de su absurdo plan, de cómo serían las cosas si finalmente lo llevara a cabo. En el momento Javier no había dudado que aquello era pura palabrería, macabra, sí, pero mentira. Le había entretenido, incluso, descubrir esa vena maligna en ella. Ahora era una cosa totalmente diferente. ¿Cómo lo iba a hacer? No podía ser ella misma, no la imaginaba haciendo semejante bajeza. No, como con todo, Manuela habría encontrado a alguien débil, manipulable, encandilado con su belleza, y le habría convencido de alguna manera para actuar por ella. ¿Quién sería? Un hombre, seguro. ¿Un hombre como él? Poderoso y trajeado, poniendo todos sus recursos a disposición de ella para matar. No, seguro que no, debía ser alguien normal, alguien de clase baja, alguien dispuesto a actuar de títere en sus bonitas manos… Se hizo la imagen mental de un matón inmenso, alzándose amenazante sobre el cuerpo inerte de Richard, poniendo sus manos alrededor del cuello delembajador, mientras Manuela, oculta a sus espaldas, sonreía…

Sintiéndose mareado, se levantó para abrir la ventana. Asomó la cabeza para que la brisa pudiera calmarle, pero lo que recibió de lleno en la cara fue el golpe de la lluvia. Poco le importó. En esos mismos instantes, a apenas media hora de allí, algo horrible estaba sucediéndole a Richard…y él era la única persona que lo sabía. Abrumado bajo la responsabilidad de semejante conocimiento, se dejó resbalar hasta quedar sentado en el suelo. Por la ventana abierta se colaban las gotas de lluvia, que le salpicaban a él y los papeles de su mesa. Empezó a tiritar de frío, pero no tenía energías para levantarse de nuevo a cerrar la ventana. ¿Dónde le dejaba a él todo este asunto? ¿Estaba siendo acaso cómplice de un crimen? Cómplice no, él acababa de enterarse, él no había planeado nada, no lo sabía, no quería que pasara…Si no quieres que pase, ¿por qué no has llamado todavía a la policía?, se dijo. Este pensamiento le propulsó hasta el teléfono que seguía en el suelo al lado de su silla, donde lo había dejado caer. Lo desbloqueó, abrió la pantalla para marcar, 112…se quedó paralizado con el pulgar a centímetros del ícono de marcar. Sofía le vino a la mente. ¿Qué pasaría con ella si él denunciaba a su madre? Era muy probable que a estas horas su padre ya estuviera muerto, o hecho rehén, a horas de Madrid, ilocalizable…entonces Sofía no tendría más que un padre muerto y una madre convicta. ¿Y qué más da, idiota? ¡Ni que fuera hija tuya! Además, ¿qué es peor? ¿Crecer sin madre o crecer con una madre asesina? No que ella sea, técnicamente, la asesina, pero…ese es su problema, pensó, de repente, lleno de ira, su problema es que nunca hace las cosas, no se da cuenta…de sus consecuencias, de lo que implican…porque ella está dormida tranquilamente mientras los demás hacemos todo por ella…Bloqueó el teléfono y lo dejó donde estaba. Temblando, se levantó al fin a cerrar la ventana. Se sirvió una copa en el mini bar, y la bebió de un trago.

Bueno. Y qué, si Richard moría. ¿Qué había hecho por él? Aparte de estorbar, siempre con sus proyectos, con su maldito ecologismo, con acusaciones contra él y contra su empresa. No se lo había puesto nada fácil, no. Y sin embargo, siempre había sido él quien se sentía culpable alrededor suyo por su relación con Manuela, cuando en realidad sabía que a Richard no podía importarle menos su mujer. Si se hubiera fijado solo un poquito más en ella, pensó con desdén, a lo mejor estaría vivo ahora. Al fin y al cabo, la desaparición de su principal contratiempo tampoco era algo que lamentar. Y qué sabía él, verdaderamente. Dos frases había oído, dos. Podían significar cualquier cosa, cualquier cosa…era él quién se estaba montando películas en la cabeza…y si no, bueno…será Manuela quién me esté haciendo un favor a mí, para variar…

Manuela se preguntaba a menudo qué había visto en Richard. Durante las comidas, cuando él masticaba enfrascado en su periódico, ella podía observarle durante varios minutos, con el ceño fruncido, fijándose en cada pequeño detalle de él que odiaba, desde el color de su pelo hasta la manera en que cogía los cubiertos.

La mañana del 29 de diciembre desayunaron juntos, acontecimiento extraño. A pesar de que llevaba más de cinco años viviendo en España, Richard nunca había cambiado sus hábitos ingleses, razón por la cual Manuela y él rara vez coincidían en las comidas. Pero el 29, cuando Manuela bajó al comedor a las 10 de la mañana, anticipando ya el placer de desayunar leyendo un libro, encontró a su marido sentado a la mesa, a mitad del desayuno. A Manuela le cambió el humor inmediatamente. Se preparó la tostada con mala cara en la cocina, y cuando se sentó al lado de Richard ni siquiera le dirigió una mirada. Richard, que estaba enfrascado en la lectura del periódico, tampoco hizo ningún gesto de reconocimiento hacia su mujer. Manuela comió lo más ruidosamente que pudo, queriendo molestarle. Al ver que Richard ni se inmutaba, se decidió a hablar.

-Es un poco tarde para ti, ¿no? – le preguntó.

-Sí. Llegué ayer muy tarde y no he oído la alarma esta mañana – Richard contestó sin levantar la mirada de la Tablet. – ¿Y Sofía, no baja contigo?

-Ha pasado mala noche. Voy a dejarla dormir.

-Luego por la noche le costará dormirse…- Richard levantó por fin la mirada del periódico para mirar a Manuela. Lo que vio fue a su mujer con la tostada a medio camino hacia la boca, con el rostro iracundo.

-¿Y a ti por qué te preocupa? – Le espetó – Ni que fueras tú el que la acuesta.

Richard terminó de masticar tranquilamente, cogió la servilleta con cuidado y se limpió las comisuras de la boca.

-Me voy – dijo, levantándose. Arrastró la silla por el suelo, chirriando de una manera desagradable – Volveré tarde.

Manuela le observó irse. Richard cruzó la entrada varias veces, yendo al cuarto a por su chaqueta, al despacho a por las gafas o algún documento, al salón a por su reloj…Qué fácil sería mi vida, pensaba ella, sin este hombrecillo tan desagradable. Empezó a comerse la segunda tostada, todavía pensativa, mientras en la entrada Richard gritaba “fuck!” antes de subir corriendo otra vez al dormitorio principal. Como siga así, va a despertar a Sofía el muy gilipollas…Miró el reloj, nerviosa. Había quedado en dos horas en el Café Comercial, en una llegaba la niñera. Como Sofía se despertara antes, le iba a ser imposible salir.

RESUMEN:

Manuela y Richard se casaron jóvenes convencidos de que su belleza y dinero compensarían por la falta de pasión en su matrimonio. Cuando comienza su vida en pareja se dan cuenta de que no podrían haber estado más equivocados, y surge una enemistad profunda entre ellos. Para Richard, su mujer es un engorro inevitable, una necesidad para las grandes ceremonias a las que tiene que acudir una persona de su rango. Para Manuela, vivir con Richard es un infierno, y su odio hacia él no decrece si quiera con el nacimiento de su hija, Sofía. Poco a poco Manuela comenzará a verse con distintos hombres, a evadir la casa y buscar maneras de importunar a su marido, pero esto no le proporciona la suficiente satisfacción. Desquiciada, y convencida de que es Richard lo único que se interpone entre ella y la vida que anhela tener, comienza a planear su asesinato. Finalmente, decidirá sacrificar su relación para inculpar al hombre del que está enamorada, el principal adversario de su marido, y de esta manera enterrar su crimen bajo un escándalo político. Sin embargo la noche del crimen las cosas resultan ser mucho más complicadas de lo que Manuela había planificado.

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