Interminables momentos

Interminables momentos

Terminó su concierto y se hizo el silencio…interminables momentos. Entonces el público se levantó y comenzó a aplaudir con entusiasmo. Había sido todo un éxito.

Se despertó sobresaltado, incrédulo ante tanta expectación. Era solo un sueño, aunque ¡quién sabe! Si los sueños se cumplieran… Ahora hemos de volver a la realidad.

La puerta de la habitación se abrió y se encendió una luz.

—Hijo, veo que ya estás despierto. Quizás los nervios no te hayan dejado dormir. Hoy es tu gran día.

—Sí mamá, estoy muy nervioso, aunque he tenido un sueño muy bonito. No te lo voy a contar para ver si se cumple.

—Verás como todo va a salir bien, has estado ensayando mucho tiempo. Ahora levántate, queda poco tiempo para que comience el concierto.

Héctor era un niño de diez años, que ese día actuaba en el teatro de su ciudad, dando su primer concierto de piano. Se celebraba la fiesta de fin de curso y los alumnos del colegio iban a exhibir sus mejores cualidades artísticas: unos, manifestando su grandilocuencia en una obra de teatro, otros, cantando en la coral al ritmo de clásicas melodías, otros bailando en complicadas coreografías … y él interpretando una pieza de Ludovico Einaudi, la cual siempre le había entusiasmado.

Desde muy niño ya denotaba maneras en esto de la música. No le venía de familia, pues sus padres no tocaban ningún instrumento ni tenían dotes artísticas. Aunque sí eran aficionados a escuchar música clásica. Quizás esto le motivó para aprender, pues a los siete años ya les dijo que quería aprender a tocar el piano. Y ellos, por supuesto, no se negaron. Lo que parecía un simple juego aprendiendo pequeñas piezas se iba convirtiendo en un reto para él. Aunque era alegre y soñador, a veces se negaba a jugar con sus amigos o a entretenerse con sus hermanos.

La música le llenaba y le producía un estado de evasión, que lo liberaba de sus quehaceres, lo abstraía en cuerpo y mente, llegando a una serenidad completa, que incluso un niño de su edad no sabría describir. Pero él en el fondo sentía esa paz. En definitiva, sus momentos más felices se reducían a un instrumento con cuatro patas y cuando se sentaba en la butaca y sus dedos empezaban a moverse por el teclado él era simplemente feliz. Sus hermanos menores jugaban más entre ellos y a veces le reprochaban que no participara. Aunque se querían mucho llevaba un camino distinto. Su sueño era convertirse en un pianista famoso. Nadie quería cortarle las alas, pues «los sueños alimentan el alma», como decía su madre.

Tras desayunar, riendo las bromas de sus hermanos fue a su habitación a vestirse. Tenía el traje color azul marino bien estirado en la silla, se puso el pantalón y la camisa blanca recién planchada y tras colocarse la pajarita, se abrochó la chaqueta. Los zapatos estaban encerados con ahínco y se veían resplandecientes. Se engominó el pelo echándoselo hacia atrás y se guardó su ranita de la suerte en el bolsillo del pantalón.

Llegaron al teatro casi con el tiempo justo. Apenas le dio tiempo a repasar mentalmente «The arrival of birds», de cuya obra iba a interpretar una pequeña parte. Los nervios le acechaban como una nube oscura. Temía que fuera un fracaso.

Al fin, tras representarse la obra de teatro, le tocaba a él el turno. Salió al escenario con el corazón palpitante. Las luces le deslumbraban y el lugar le pareció infinitamente grande. No acertó a identificar a nadie del público, solo veía bultos, ya no recordaba nada.

Empezó a tocar, sus dedos se deslizaban con ritmo por el teclado y ahora se iba relajando. Mil imágenes fugaces le vinieron a su mente. Su primer campamento con sus hermanos, su cursillo de natación, cuando aprendió a montar en bici … y su piano. Las notas volaban por todo el teatro y se transformaban en dulce melodía inundando los oídos de los espectadores, como un poeta recitando a su amada sus mejores versos de amor. El sonido del piano era el centro del lugar ahora y él era la causa. Creyó flotar. Su vida eran notas que se disipaban y se zambullían en la mente, produciendo serenidad y alegría.

Entonces le vinieron gratos recuerdos…

Terminó su concierto y se hizo el silencio…interminables momentos. Entonces el público se levantó y comenzó a aplaudir con entusiasmo. Había sido todo un éxito.

“La música mueve, es como un baile del tiempo, es como el agua para un pez”.

Ludovico Einaudi.

Música interpretada por The London Metropolitan Orchestra y The Cinematic Orchestra

Original compuesta por Ludovico Einaudi.

Título: The arrival of birds.

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