El amor de siempre

El amor de siempre

El mar en esta época del año se presentaba particularmente agitado, el mal tiempo producido por bajas presiones atmosféricas ocasionaban este fenómeno natural que por supuesto incidía a que el buque fuera sometido a fuertes sacudidas que hacían mella en el estado anímico de los hombres de mar, que poco a poco mostraban su cansancio pero que con valentía debían aguantar. Después de muchos días soportando esa presión llegamos a la bahía donde esperaba el puerto, el mar aquí reposado y amable cobijaba al barco con sus tranquilas y frías aguas.

Mis pasos lentos resonaban en el pavimento de la calle como un tambor en el corazón ya no con el sentir de la pasión del ayer sino con el ritmo cruel de la soledad, del dolor. Esas calles tan queridas por donde tantas veces sonreía la vida al paso de nuestra felicidad. Hoy me acompañan la soledad del frio asfalto y la bruma gris, como un fantasma y con la tula marinera sobre los hombros me dibujaba entre la niebla, avanzando lentamente sin afán escoltado por todas esas edificaciones negras como sombras, fieles testigos de mi presencia.

Allí detrás de la niebla emerge la casona, una edificación de dos plantas, orgullosamente levantada sobre un acantilado con balcones proyectados como atentos vigías oteando el mar. Que linda casa, cuantos recuerdos de ese profundo amor encerrado en sus cálidas paredes, hoy testigos perennes del idilio. Dejo la tula en cualquier parte y con el amor de siempre acaricio sus paredes tratando de absorber al ser amado que impregnado en ellas perdurará eternamente. Muy lentamente como si cargara sobre los hombros un peso excesivo, voy subiendo la vieja escalera que me lleva a la segunda planta donde están la alcoba y el balcón, lugares testigos del apasionado amor que enloquecía la mente y encendía el fuego en nuestros cuerpos. La alcoba con sus grandes ventanas como ojos abiertos que permiten la entrada de esa magnifica imagen del mar y las estrellas y el viento que trae el canto de las sirenas, que enamoradas adornan la leyenda de bravos marineros y cuentos del mar. Este cuarto testigo mudo de muchos años de amor apasionado, fuerte y sublime, el amor por siempre habitará aquí con la bendición de Dios.

El corazón se detiene al llegar al balcón, faro del amor donde la luz de la esperanza que con mucha frecuencia veía pasar los días a la espera del anhelado regreso del hombre cubierto de agua salada iluminado con luz de luna a bordo de un buque cargado de sueños y versos. Hoy han pasado doce años desde aquella mañana en que el cielo se la llevó y con su divina luz ilumina como una stella maris mi vida. Ahora aquí sentado en el balcón estoy solo mirando el mar y la estrella, adorando el amor de siempre.

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