Alina:

Te presento al Quijote de Tandil. Para verlo, frente al Lago del Fuerte, subí a pie la cuesta pedregosa que circunda el promontorio donde vigila, junto a Sancho, su molino. En el camino encontré un niño y un zorro, que huyó desconfiado. Cuando alcancé la cumbre, la tarde desteñía. Apuré la marcha, pero una cortina de insectos me detuvo. Decidí bajar, reencontré al niño en cuclillas, lanzando piedras al vacío. A la noche soñé con él, pero era yo, sentado a la mesa, sujetando un tazón humeante, especulando acerca del momento oportuno para revelar alguna excusa que me eximiera del colegio y de una evaluación de ortografía. La cocina estaba en sosiego, el caldo hiperrealista, mamá resplandecía a tres pasos (¿Acaso alguna vez estuvo más lejos?) pero me asfixiaba el examen.


Me desperté y me asfixió la conciencia del resplandor perdido.


Si el sueño es un viaje que descompone y reedifica escenarios, actos y tiempos, plegando sobre si sus elementos hasta fundirlos ¿Cómo serían sus postales? Quizá imágenes y palabras descarnadas, imposibilitadas de restituir lo real, que como lejanas tarjetas navideñas, como evocaciones de un abrazo mudo, nos recuerdan que todo continúa vivo.


Cuidá a papá. 

Te quiere, Esteban

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