EL PÁJARO AZUL DEL REGRESO

EL PÁJARO AZUL DEL REGRESO

Fran Nore

26/04/2022

Y seguir el camino es arduo, ajeno y tal vez ineficaz, pero vale la pena continuar por esta sinuosa carretera aunque el mundo se vuelva tenue, cruel y borroso, y no lo podamos vislumbrar, ya con los ojos bien observar ni con las manos palpar significativamente.

Quisieras acariciar esta ilusión de la vida donde vamos todos por igual, soñadores y mendigos, errabundos y forajidos de un destino fatal.

Llevamos cargando las febriles emociones, los frutos de la devoción, las penas y las alegrías, el constante luchar, y sentir la derrota propicia un nuevo cambio a la dulce luz del cielo estelar que nos acoge.

Andaba con mi pequeña maleta, mis vestidos polvorientos por el prolongado viaje de regreso a mi hogar.

No sabía si me esperaban mis parientes en la casa o sólo sombras difusas del pasado.

Añoraba encontrar a mis ancianos padres. Tanto tiempo sin llegar a la puerta de mi casa al menos a tocar o a empujar, y llamar a viva voz a mis familiares, y evocar sus añoradas presencias.

Ignoraba cuántos años habían pasado ya. Regresaba envejecido y cansado, y con un desgastado ajuar.

– ¡Madre, padre! -y silbó el gélido viento llegando desde lo profundo de la casa montaraz.

Un pájaro azul entonó una melodía otoñal.

Era una tarde de otoño atestada de nubes grises y violáceas adornando un horizonte atristado.

Se comprimió mi corazón al no encontrar a nadie en la estancia.

Volví a prorrumpir a grandes voces alarmantes, pero el viento contestaba con su silbido obstinado.

Me aliviaba un poco el agotamiento el suave trinar del pájaro cantor aferrado a una enredada rama de un árbol descolorido.

Tal vez si tenia paciencia y esperaba un poco más mis padres volverían desde las sombras del recuerdo.

Entré al deshabitado lugar empujando la puerta negra destartalada.

Nada había cambiado mucho, según recordaba: los mismos cuadros, las mismas reliquias de santos, los muebles de mimbre curtidos de una fina arenisca, la cocina intacta como si nadie la hubiera usado en años.

En la sala encontré los retratos de mis padres, primos y tíos sonriendo, sonriéndome.

Una descolorida fotografía me habló, era mi hermosa madre detenida en el tiempo.

¡Bienvenido! Pareció decir sacudiéndose los residuos de polvo en sus cabellos.

Otro retrato dijo: ¡Es tu hijo, ha vuelto luego de tantos años!

Me pareció distinguir en esas palabras la voz de mi amada prima Nadia. Aunque luego fue confusa y se extinguió en un murmullo seco.

“Sí, es él, qué delgado y demacrado se ve! Clamó otra voz familiar, creo que era la de mi tío Samuel que parecía sentirse apretujado en aquel marco del portarretrato.

Me sacudí los ojos y me sentí desconcertado. Luego regresó el viento y apagó todas las voces y los murmullos de los retratos inamovibles.

Volvió a trinar el pájaro azul en la rama verdosa del árbol fragante en la orilla del sendero. Su canto envolvió la tarde aquella de preciosas sonoridades.

Me sentía tan solo y tan abandonado que me acosté en uno de los muebles de la sala, a esperar, meditando.

Lo más iluso que estaba imaginando en mi cabeza aturdida y agotada era una grata y posible bienvenida.

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