Era un invierno frío, uno de los más fríos que he vivido. Las llagas en mi cuerpo dificultan mi paso junto a las pocas energías que me quedan. Extensas cascadas de pelaje cubren toda mi tristeza. Si al nacer me hubieran dicho que peleaba con mis hermanos por un pezón de nuestra madre para que la razón de mi vivir sea agonizar de soledad y buscar comida entre bolsas negras, a lo mejor hubiera optado por cederle aquella leche a los que murieron de hambre. Si supiera mamá que de ser el cachorro más gordito y juguetón pasé a ser un esquelético perro de la calle de ojos melancólicos que ya las personas no miraban con ternura, sino con pena y lástima. Cuyo oficio no es el de Guardián, pero sí el de viandante misérrimo. ¡Ay, mamá, si supieras que me despojaron de tu cobijo para luego tirarme en un baldío solo por el hecho que botaba mucho pelo! Ahora tu cachorro vive con fachas indignas de la pureza de tu raza heredada. Y es que el mundo es así, nos miran con repudio y asco. ¡¿Cuántas veces no lloré al ver cómo acariciaban a uno como yo y, a mí, esa misma gente me echaba a escobazos por acercarme a pedir algo de amor?!
Sin embargo, no los odio, no tengo resentimiento hacia ellos como otros perros de mi condición que he visto que, por la rabia (el sentimiento de enfado o ira), mordían a esos que muchos llaman “Amos” o a los mismos perros de casa. Aunque no lo parezca, nunca he mordido a nadie, ni a un gato. Considero que en el mundo ya existe suficiente maldad y rencor como para albergarlo en mi alma. Incluso, si es que me reencuentro a mis amos, sería capaz de perdonarlos por haberme abandonado. Durante innumerables noches soñé con ello, con mi re-adopción. Que alguien viera a través de estas densas capas de pelaje sucio y bastante descuidado un perro que lleva en su nombre “De la calle” porque nadie se atrevió a amarlo y no porque sea un sinónimo de peligro. Pero sigo aquí, congelándome, a pesar de que me cubra un denso manto de pelo y mugre. Ya que la gente no ve más que esto, pelo y mugre. A veces me pregunto si Dios solo nos hubiera dado un corazón y nos hubiera quitado los ojos, pueda que esto que llamamos vida se convertiría en un lugar más cálido. O, quizás, borrar todo lo material y dejar almas vagando por la inmensidad y negrura del espacio sin escuchar nada, sin ver nada, sin tocar nada, que tan solo exista el paladar del sentir de la emoción.
Pero ¿Qué voy a saber yo? Si únicamente soy un Perro De La Calle, que muere de frío, muere de hambre. Que su paso raso, en el invierno, deja huellas que se las roba el viento y nadie sabrá que alguna vez estuvo ahí. Que llora cada ocaso el día que le separaron de su mamita. Y se resigna a ver como otros son felices, siendo él quien se lleva todas las tristezas de no tener un hogar. Ahora la estación se tiñe de blanco, la sangre se hiela, el sentimiento se mustia y no habrá una próxima primavera para mí.
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