¿Dormir raro o hacerle caso al algoritmo?

¿Dormir raro o hacerle caso al algoritmo?

Casandra CT

06/12/2021

Disfruto del ensueño y también del sueño. A decir verdad, no sé qué disfruto más. Me fascina el vaivén que oscila en ese momento entre la consciencia y la inconsciencia, entre el sentido y lo absurdo, entre la agitación y la tranquilidad. Y al fin, culminar con la pérdida de todo control. El sueño ha sido parte de la conversación desde que tengo uso de razón, pues mi forma de dormir siempre ha inquietado. –Duerme raro – dicen. Eso se ha convertido en una lucha constante por la supervivencia de la originalidad de mi sueño.

Instrucciones para dormir raro:

Coloco todo mi cuerpo boca abajo, encima del colchón. Los pies deben colgar. Es importante tener una almohada delgada, que servirá para abrazarla y también para recargar mis mejillas sobre ella, mientras que mis palmas de las manos se encuentran casi entrelazadas debajo de la almohada. Mis piernas deben estar con una separación de 30 grados, dobladas o estiradas. Hasta aquí, estoy segura que cualquiera podría identificarse con mi forma de dormir. Lo extraordinario es que suelo mover mi cabeza al ritmo de una canción. No sé de dónde viene ni cómo es que sigo recordándola, tal vez es guiada por los latidos de mi corazón, o por el sonsonete de alguna canción que me cantaban en la cuna. Tiene un cierto ritmo, algo pausado pero firme, como el toque de un tambor que marca un tiempo. Esta canción que acompaña mis movimientos no sólo está en mi cabeza, es importante emitir el sonido mmuuhum mmhhuumm mhuum mhú, y a cada onomatopeya le acompaña un movimiento de cabeza que se eleva y se deja caer sobre la almohada que abrazo. Es un baile a cuatro tiempos.

Este movimiento acompañado del canto es mi inductor al sueño y llevo haciéndolo desde que puedo recordar. Esto puede tardar desde tres indefensos minutos hasta treinta minutos. Lo confieso, también he tenido sesiones de más de una hora de topeteo, así es como mi familia ha nombrado a mi estilo. Esta técnica la utilizo también para calmar mis nervios, para despejarme y para divertirme.

Como podrán imaginar, el topeteo no era bien recibido entre mis familiares. Mis padres se preocupaban por tener alguien en su decendencia con esos extraños y molestos hábitos. Siempre hubo intentos de manipulación para erradicar mi peculiar forma de dormir. Este desagrado fue usado a mi conveniencia muchas veces pues cada cumpleaños ofrecía como regalo la promesa de erradicarlo. –Este cumpleaños te voy a regalar dejar de topetearme—, cosa que no conseguía y me servía de abono para el próximo cumpleaños. Así mis padres se hicieron viejos, bajo la promesa de modificar mi forma de dormir.

Cuenta la leyenda que hay otra chica que duerme igual que yo. Nunca la conocí, pero es sabido que nació el mismo día que yo. Esa leyenda me ha incentivado a fantasear al respecto de estas coincidencias. Bromeo con mi pareja que ese día se abre un portal del más allá, y la forma de viajar a ese más allá es inducida por el movimiento y el ritmo onomatopéyico que describí previamente. La fantasía culmina con mi llegada a la Tierra en forma de humana, pero que yo, en verdad soy un ser cósmico del más allá, algo como un extraterrestre que no sabe bien que hace en la Tierra pero que de igual manera está aquí. Supongo que la ficción no es tan distinta a la realidad.

Los intentos de mis padres por erradicar esta manía no cesaron cuando me mudé sola. Pensé que si dejaban de verme y escucharme dejarían de obsesionarse con el tema, no fue así. –Busca un coach del sueño— me dijeron en algún momento. Pero si yo duermo bien, pensé, así que no lo hice. No sé si fue parte del plan, pero en mi cumpleaños 31 mi madre me regaló un reloj inteligente, de esos enlazados con tu teléfono y con pretensiones de estar conectados también a tu inconsciente. Con este reloj puedo recibir correos del trabajo mientras me ducho, puedo ver los pasos que doy y cuantos faltan para llegar a la meta saludable según mi edad. Para mi sorpresa este reloj no sólo monitorea mi actividad, sino que también monitorea mi inactividad, vigila mis horas de sueño. No sé bien cómo funciona, pero sé que su medición se basa en el monitoreo de la frecuencia cardiaca y la interpretación algorítmica de estos datos.

Por curiosa comencé a ver lo que el reloj tenía por decirme. Me entero que mi sueño no es profundo, es ligero. Me entero que a pesar de dormir la cantidad de horas suficiente, la calidad no es la esperada. Me entero que mi forma de conciliar el sueño la consideran negativa e incluso me sugieren visitar un médico. La curiosidad se transforma en extrañamiento y después en molestia, pues creo que esa persona de la que hablan esos datos no soy yo. Yo duermo bien, ¿no? ¡Lo consiguieron, hoy me preocupa pensar que duermo mal! Este reloj parece formar parte de un complot lidereado por mis padres. La batalla continúa, esta vez el objeto que amenaza la originalidad de mi sueño no son mis padres, es el reloj y sus datos.

Desde que el reloj me monitorea me siento más cansada durante el día, seguramente es por qué he dormido mal. Voy día con día más cansada a mis deberes, he dormido mal, me digo. Estoy irritable, es tan solo natural, he dormido mal. Me siento intranquila y ansiosa, debe ser porque he dormido mal. De pronto todos mis problemas se cristalizan en una sola cosa: aunque siempre he dormido bien, resulta que duermo mal, ¿o será el algoritmo?

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