La mermelada de dátiles

La mermelada de dátiles

Denisse APM

03/12/2021

Mientras Nani preparaba mi café y pan tostado, Tool colocaba spray y talco en mis pies. Era una mañana como todas, llena de sabor a monotonía. Yo, estaba usando mi chaqueta favorita de lino azul, camisa gris y pantalón negro; siempre adoré vestirme diferente, llamar la atención por más de una razón. El reloj marcaba las siete y treinta y siete, mi pulso era sesenta, con saturación de oxígeno del noventa por ciento y contaba treinta pasos, que era lo máximo que lograría completar en mis cuatro por cuatro metros de espacio vital después de darme dos o tres subidas y bajadas. De forma acelerada empecé a ponerle jalea de dátiles a mi pan, porque a Nani no se le daba bien hacerlo. Finalmente tomé mi bolso, lentes y pashmina morada dispuesto a ir al trabajo. Tool tenía una falla en la velocidad de movilización que yo no había tenido tiempo de que la revisarán en el taller. Así que, lo esperé seis minutos más hasta que me coloque en el asiento de conductor del auto. Una vez ahí, Theo acomodó la temperatura del auto como estaba configurado dentro de mis preferencias, activó la protección ultravioleta del parabrisas y reforzó la seguridad de los vidrios delanteros y traseros. Iban como quince minutos de viaje y a pesar de haber tomado la mejor ruta indicada por Theo, yo estaba retrasado para una importante reunión con la jefa. Resignado, solicité continúe la reproducción del podcast que quedó pendiente anoche. Me encanta escuchar al «Buda en zapatillas» mientras esquivo el tráfico. Theo me bajó del auto y le cedió la posta a Kimy que me esperaba en la entrada del edificio más glamoroso de Manhattan. La reunión ya había iniciado tiempo atrás, saludé y me excusé por la demora, echándole la culpa a Nani, Tool y al tráfico pesado. La conclusión de la junta radicaba en la importancia de disminuir la emisión de gases al medioambiente como eje del desarollo y buen vivir en el año dos mil setenta. Mi jefa lideraba la organización de bots con sentido ecológico y era parte del comité de protección al ambiente, por lo que el grupo a su cargo nos veíamos obligados a consumir solo máquinas que hayan sido manufacturadas y configuradas en la empresa. Dentro de los proyectos ejecutados, constaba el de asignar a cada recién nacido una cuidadora que se mantenga con él desde el nacimiento hasta los dos años, le administre las comidas e implemente el apego como núcleo de su desarrollo. Planes a corto plazo, abrir tiendas con productos orgánicos a base de abono animal y con técnicas de cosecha realizadas por las máquinas diseñadas para eso. Ofertar electrodomésticos que sirvan eficazmente a los consumidores y asistan todas sus necesidades; desde dispensar hielo hasta preparar su platillo favorito sólo con las instrucciones verbales de sus amos. Todo esto formaba parte del mega proyecto de la empresa, cuyo objetivo hablaba de servir tecnológicamente las necesidades de las comunidades. Para mí, sonaba interesante. De hecho, la vida se hizo más fácil desde que alguien proporcionó bots a precio asequible para cada estrato social. 

Al salir de la empresa, Theo me esperaba con el asiento del conductor tibio y un chai verde. Me dirigía a mis clases de piano, donde el Señor Hide, un veterano mayor de edad, había sido dado de baja porque sus retinas empezaron a fallarle. Al llegar, me encontré con Vicky una bot de mediana edad, muy alta y con los circuitos a la vista, sentada frente al Yamaha preferido de la clase, entonaba una melodía de Chopin como nunca antes la había escuchado, era tan sublime que despertó mi llanto. Logré contenerme y participé de la clase con una sensación de vacío sin explicación alguna. Volví a casa por la ruta cuarenta, ahí se veían enormes ferris parpadeantes que cortejaban a las risueñas máquinas de café en cada parada. Todo el panorama era como el de las películas futuristas, nada más que era la realidad. Yo estaba acostumbrado a ser una máquina de carne y hueso en medio de artefactos cuya diferencia conmigo era su gran potencial y destrezas.

Los días pasaron y yo cumplí treinta años de soledad, de chai verdes y de vivir en duda de si soy amo o servidor de los bots. Me gustaba vivir así, en realidad sé que no podría vivir de otra manera, no logro sustentarme de forma autónoma, incluso he olvidado el orden de lavado, no recuerdo si va primero el detergente o el suavizante. 

En casa tenía todo,  Nani y Tool a cargo de darme de comer, movilizarme y tornar mi casa en un bizarro hogar y afuera Theo mostrándome lugares nuevos y llevándome a donde yo se lo pida, transformando así, mi postración en vida. El accidente que causó mi lesión medular fue cuando tenía siete años, mi padre y madre fallecieron en el acto y yo, un niño huérfano entré a formar parte del programa piloto de adopción de personas por bots. Desde entonces Nani nunca me desamparó.

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