Tecnología inexplicable.

Tecnología inexplicable.

Eduardo Santise

01/12/2021

Ciriaco pasaba las tardes de sábados en el bar. Los amigos y el limoncello aliviaban la dura
semana de trabajo. Ese sábado fue diferente.
El bar había instalado un aparato raro colgado de la pared, y servía 
para hablar con alguien que no estaba alli.
—¿Ma come si fa?— Se preguntaba extrañado. No imaginaba como las palabras iban y venían por ese aparato.
—Che chiamata è per me?— Contestó incrédulo cuando el camarero le dijo que tenía una
llamada para él.

Luigi despertó a la tarde más temprano que otros días. Ese sábado era especial, no
debía ir a su trabajo nocturno. Se desperezó satisfecho; Luigi era
cliente de la Unión Telefónica. Desde hacía dos días, un
reluciente aparato negro lucía en su mesa. Luigi sabía que eso lo
hacía importante, en el conventillo y en el barrio. Su casa tenía
teléfono y eso lo distinguía.
—Uh, que espavento!—
Exclamó en una mezcla de italiano y castellano cuando en ese
instante sonó fuerte la campanilla del teléfono.

Antonio nunca trabajaba
los sábados. Era lo mejor del empleo en una oficina del centro. Pero
él, inquieto siempre, buscaba trabajitos adicionales para mejorar
sus ingresos y los sábados por la tarde, mientras los niños jugaban
en el patio, completaba planillas de contabilidad para comercios del
barrio.
—Chicos, no griten!—
Exclamó hacièndose el enfadado.
—¿No oyen que está llamando el teléfono?—Y se levanto de su silla
para atender.
—¿Quien llamaría un sábado por la tarde?—

Edgardo se sentó en el
banquito, apoyó su raqueta y respiró profundamente. Los casi
cuarenta añazos se notaban si el partido se alargaba. Mucho trabajo
durante la semana, y el sábado a la tarde nadie le quitaba el
partido de tenis con los amigos. Entre pizzas y cervezas postpartido,
desde el bolso de Edgardo comenzó a sonar ese ruidito molesto que
todos empezaban a reconocer.
—¿Decime, boludo, como hacías antes, cuando no existían estos aparatos?—Pregunto el Flaco, que siempre estaba en contra de todo.
—Me ahorro el
contestador automático, gil— Le respondió Edgardo.
—Y estoy siempre
localizable, para mi laburo eso es importante.— Remató convencido
de la utilidad de llevar el teléfono a todos lados.
—Es algo incómodo, pesa
mucho y es caro, pero útil— Dijo convenciendo al Flaco y a los
demás.
— Atendelo, entonces,
que ese ruido es insoportable— Concluyó el Flaco, que siempre
tenia que tener la última palabra.

Lucio conducía superando
la velocidad máxima. Debía entregar paquetes aún, se había
retrasado y si no lo hacía rápido no llegaría a su cita. La música
sonaba a gran volumen, y solo la interrumpía una voz metálica. —Abandone la autovía
en la siguiente salida—.Hábilmente, Lucio
conducía con su mano izquierda. La derecha cambiaba canciones,
contestaba mensajes, publicaba una foto, consultaba la hora y el
pronóstico del tiempo en su teléfono de última generación.
Hasta que de pronto, lo
inusual; le estaba entrando una llamada de voz! —Mecagúentó!—.  —Tengo que conectar el
manos libres!—.      —¿Quien llama por
teléfono en esta época?—

Marc, sentado en su cuarto
con vistas al parque, disfrutaba del verde de los árboles mientras
esperaba la hora señalada.
—Han logrado un color
muy real— Decía para sí mientras comparaba el color de los
madroños que veía por su ventana con las fotos de los añorados
madroños naturales.
—Y son muy resistentes a
la polución— Reflexionaba sin lamentarse de la pésima calidad del
aire.
Era sábado por la tarde,
y veía pasear algunas personas por el parque, con sus máscaras y
sus trajes protectores. Pero él no añoraba salir. En su cuarto
tenía todo lo que necesitaba.

—Es la hora— Dijo
entusiasmado. Tomo su teléfono 100G, lo conectó a los ordenadores y
en las cinco pantallas empezaron a aparecer imágenes sorprendentes.

Ciriaco, con desconfianza,
se acercó al extraño aparato colgado de la pared. Las instrucciones
fueron precisas.l—La parte superiore
nell’orecchio e la parte inferiore nella bocca—-.—Così ascolti e parli—Así lo hizo, y con un
hilo de voz, se animó a contestar.—Pronto, sono Ciriaco—

Luigi se levantó
apresurado y se acercó a la mesa. Con inquietud Luigi tomó el
brillante tubo negro y con voz temblorosa contestó la llamada.
—Hola, sono Luigi—

Antonio apoyó sus gafas
sobre el libro de contabilidad y miró como los chicos jugaban en el
patio.
Y con cierta curiosidad
por saber quien lo llamaría ese sábado por la tarde, levantó el
tubo del teléfono gris y contestó.
—Hola, Soy Antonio,
¿quien habla?—

Edgardo buscó en el bolso
el teléfono móvil. Los amigos no paraban de reir y de hablar con
sus bocas llena de pizza.
—Tiempos de pizza y
champagne— Dijo sonriendo.—Voy a hablar fuera, que
con ustedes no voy a escuchar nada—.—Hola, soy
Edgardo,¿Quien es?—

Lucio aparcó al salir de
la carretera.
—¿Quien coño me
llamará?— Dijo molesto.Y rápidamente con su dedo
derecho aceptó enfadado la inesperada llamada.—Buenas tardes, soy
Lucio, ¿quien llama?—

Marc, con una sonrisa
satisfecha, vio como en sus pantallas comenzaban a aparecer las
imágenes. Su proyecto se materializaba con éxito.

Ciriaco oyó las voces tan
sorprendido que creyó que ya no podría hablar.

Luis contuvo sus nervios y
apenas pudo asimilar lo que escuchaba.

Antonio, muy extrañado,
escuchó cinco voces que lo llamaban ese sábado por la tarde.

Edgardo pensó que esa
nueva tecnología inalámbrica tenía interferencias, no entendía
que estaba hablando con cinco personas.

Lucio aceptó la
llamada múltiple sin sorprenderse, pero lo asombraba que alguien
quisiera hacer una llamada y no una videoconferencia para hablar
entre seis.

Marc tomó las riendas de
la comunicación.
—Hola, Ciriaco, hola
Luigi, hola bisabuelo, hola abuelo, hola pá, soy Marc—Era el único que podía
explicarlo.Su padre, su abuelo, su
bisabuelo, su tatarabuelo y su trastatarabuelo en las pantallas, cada
uno en su tiempo y hablando con él.

La compleja tecnología
que había diseñado funcionaba, pero… como lo explicaba ahora?

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