¿Te acordás ese día en que nos dimos el primer beso? Un momento tan cargado de sensaciones raras…
Un beso por demás intenso, me descolocó, me dejó con ganas de más y eso, a la larga, sería un problema.
Todavía recuerdo estar esperando con ansias aquel momento para poder descifrar a qué sabían tus labios -porque cada persona deja una sensación diferente-.
Terminábamos las charlas con un famoso “te mando un beso” y el solo pensar en eso me estremecía el cuerpo. ¡Qué sensación extraña generás en mí cada vez que te pienso besándome con ganas! Hasta el día de hoy no encuentro persona que haya logrado generar ese cosquilleo completo por querer besarla.
Las veces que nos vimos intentamos mantener cierta distancia para no confundirnos y para que nuestros labios no lleguen siquiera a acercarse -porque ese es el principio del fin- ¡Pero qué poco nos dura la cordura! Nos gusta tanto besarnos que es imposible resistir a la humedad que dejan cuando nos separamos.
Me encantan tus besos y también duelen. Se supone que lo más sensato es no despedirnos con uno cada vez que sea la última vez que nos vemos, pero somos tan vulnerables que caemos en la trampa, esa misma en que nos repetimos una y otra vez no volver a caer. ¿Acaso tus labios me gustan por demás por estar prohibidos? ¿Eso le da el toque para que parezca más excitante cuando tu lengua se encuentra con la mía? ¿Qué es lo que tiene tu boca que hace que todo el tiempo tenga ganas de besar? Porque si hay algo que me hace hervir la sangre es pensarte queriendo dar media vuelta y volver a buscarme.
Me duele tener que mandarte besos de buenas noches por celular cuando muero de ganas de dártelos antes que cierres los ojos para soñar -quizás- conmigo. Algo hay que aún no logro descifrar pero me enloquece…
Algo me hace no querer dejar de besar esa boca aunque sepa muy bien que todos los días tenga otros labios que sí son correspondidos.
¿Qué puedo decirte? No quiero besar otros labios.
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