Fue a partir del caos, cuando, de la cosmogonía Dios estableció las bases para agrupar los elementos con su participación. Creó el mundo en un periodo de tiempo limitado de seis días según la tradición judeocristiana, abrazando la sentencia creatio ex nihilo, en la creación del Universo. Para llegar a ésta conclusión, se hace indispensable la fe. Sólo así se puede comprender que la Palabra de Dios formó el Todo, de manera que lo visible proviene de lo invisible.
¡Hágase la luz! como génesis del universo. A partir de ella, creó el Todo, hasta la aparición del Hombre al sexto día, cómo culminación de su Obra. Hizo a la especie humana, a su imagen y semejanza, revelándole un estatus superior, por encima de las demás criaturas de la creación. Lo bendijo, le ordenó reproducirse, y expandirse por la Tierra.
Hasta aquí parte de las teorías religiosas que en síntesis justifican el origen del universo, y de la vida, que en él habita. Las teorías científicas, no comparten las teorías basadas en las religiones, justificando el origen del universo, y de lo que existe en él, a partir de la teoría del Big Bang. El origen y la evolución de la vida, según la ciencia, se justifica a partir de la teoría de la síntesis evolutiva moderna.
El Hombre comenzó su aventura, por los confines de la Tierra, hasta desarrollar el mundo que hoy conocemos, haciendo uso de los recursos que en toda su plenitud les brindaba la naturaleza. A través de ellos, creció y desarrolló aquellas cualidades que le diferenciaban como especie dominante. Desplegó desde sus inicios, un rasgo distintivo sobre todas las demás criaturas: la maldad, cómo indicador referente en la ausencia de principios morales, bondad, caridad o afecto por el entorno, y lo que figura en él.
A la vez que crecía, se daba cuenta de la limitación que existía en los recursos que explotaba. Fue así cómo se decidió a buscar, otros sistemas que acogieran su poder, para seguir su aventura de sobrevivir. Dentro de su «universo», quiso pensar cómo su Creador, no conformándose con ser su obra, estableciendo bases para crear la suya propia. Obra que pudiera heredar los valores adquiridos al principio, cómo la responsabilidad, el respeto, la honestidad, la confianza, la bondad… ahorrándoles aquellos aspectos humanos negativos. Así comenzó el esbozo de la inteligencia artificial desde la antigüedad. Deux ex machina; frase acuñada por los romanos.
Día a día avanzó en el camino, desarrollando nuevas inteligencias, intentando y consiguiendo muchas veces, crearlas según determinados patrones, inclusive más perfectos que los suyos. Así se ha conseguido diseñar automatismos que sustituyan en todos los ámbitos su labor, tanto individual, cómo colectiva. En 1920 un escritor checo, Karel Kaper estampó la palabra robota
cuyo significado; Trabajos forzados, define aquello que realiza lo que el hombre no puede por sí mismo; no quiere, o no debe por peligro a su integridad. Ello establece el debate de los futuros robot, diseñando, creando, comparando, y llegando incluso a sustituir, aquellos valores humanos que se ha alcanzado como especie. Desde hace tiempo, se ha introducido y perfeccionado una maquinaria, sustituta de las funciones, creando una supresión cada vez mayor de la voluntad humana con su presencia, alcanzando un mayor grado de independencia en las diferentes parcelas del orden primario. La sociedad actual, está basada en la tecnología, siendo impensable sobrevivir sin ella. Cualquier elemento de la existencia humana, está integrado con la complicidad manifiesta de un «ser artificial» creado por la humanidad, llegándose a compartir incluso los placeres sexuales, fabricando a «su imagen y semejanza», un robot, según sus gustos y preferencias, para sustituir la compañía humana. La comunicación social, en soledad, se puede realizar a través de un teclado, —haciendo del universo, una habitación—, con quien se desee compartir cualquier tipo de interacción. Se está en manos de un botón del color de la sangre, que puede ordenar a una máquina, aniquilar a la humanidad con sólo pulsarlo.
El problema surge cuando la inteligencia creada, pueda llegar a funcionar sabiendo considerar lo justo, o lo injusto, heredando los valores humanos. En éste sentido Isaac Asimov y John W. Campbell en el mundo real, elaboraron las tres leyes de la robótica, cuyo resumen dice; en la primera se establece el principio en el que un robot no podrá hacerle daño al hombre; en la segunda deberá seguir las órdenes aplicadas por el hombre; y en la tercera, no podrá entrar en conflicto con el ser humano. Luego agregó una cuarta ley para preceder a las demás: la Ley Cero, en la que un robot, podría causar daño a un ser humano, si ello implicaba salvar a la humanidad.
Hoy, mediante la teoría de la singularidad tecnológica, estamos llegando a una explosión de inteligencia artificial que se puede escapar al control humano. En 1992 se inventó el término metaverso, por el escritor Neal Stepheson, usado cada vez en mayor proporción, para describir una visión virtual de trabajo, en espacios tridimensionales, consiguiendo la realización virtual teórica, de lo impensable.
La inteligencia artificial está a pasos agigantados apoderándose del universo humano. El ser humano, lleva demasiado tiempo jugando a ser un dios, cuya omnipotencia no está basada, en los principios del legado que un Hombre dijo en el Sermón de la Montaña; sino en un robot de ficción, creado por Asimov, de nombre Daniel Olivaw; que puede en un futuro no muy lejano, dejar de ser un personaje ficticio, para protegernos cómo hasta ahora; volviéndose nuestro enemigo, y aniquilando a la humanidad sin piedad.
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