Paulatinamente la niebla había dejado un ligero velo que empañaba el paisaje. El conductor, que hacía unos instantes se mantenía expectante al volante del vehículo, relajó su mirada y emitió un bufido de alivio. No obstante, siguió aferrado al volante, conocía aquella ruta, sabía que la niebla era cambiante, caprichosa. Se removió en el asiento y por un instante se permitió estirar los brazos. Atisbó la lejanía, «¿que era aquello?» se preguntó. Parpadeó y se ajustó las gafas. Un haz luminoso atravesó la neblina, inconscientemente, fijó la mirada en la luz y sus ojos quedaron deslumbrados. El camión derrapó y volcó. El chófer murió en el acto. La carga se esparció en la carretera. El androide, junto a sus congéneres reducidos a chatarra, yacía inmóvil. El incipiente sol calentó las baterías del autómata y su cuerpo volvió a tomar vida.

Una llamada telefónica, alertó del accidente. Policías, bomberos y forense se congregaron en la zona. El aviso, emitido por un motorista que no pudo añadir ninguna información para establecer la causa del accidente dejó incompleto el atestado policial. Informada, del siniestro, la empresa de transportes lo transmitió a los propietarios de la mercancía.

Se limpió la carretera. Tras el recuento de piezas rescatadas, Itelligence System echó en falta, un replicante con memoria selectiva, dotado de libre albedrío.

Al igual que el ser humano, 3A se enfrentó a su destino. Había comprobado el estado del hombre; su sistema vital estaba interrumpido. Respecto a sus semejantes… nada podía hacer; carecía de programación para tal fin. Revisó las coordenadas, su circuito de orientación no emitía señal. Echó a andar, sabía cuál era la dirección correcta, la luz del astro irradiaría sus baterías. Su voluntad vital se fortaleció. Deambuló varias horas hasta que acelerando el paso, buscó un refugio; pronto el ocaso le privaría de energía. Cuando el manto nocturno invadió la tierra, 3A quedó sumido en un dulce letargo.

La empresa Itelligence System desplegó su tecnología más avanzada para la localización del androide, lamentablemente, tuvieron que dejar la exploración de la zona para el día siguiente. La noche les impedía la tarea de geolocalización.

Al despuntar el día, 3A, estimulado por el calor solar, se incorporó y metódicamente revisó sus circuitos; el 80% de su organismo estaba intacto. Un atisbo de alegría (sus sentimientos, todavía estaban en la primera fase de creación),  reconfortó su razonamiento. Observó el entorno: grandes campos sembrados de trigo se presentaban ante sus ojos, era como perderse en un mar dorado con un horizonte tan lejano como el infinito fondo de su mente.

Tras la búsqueda exhaustiva del autómata, sin resultado positivo, se determinó que alguien se habría apoderado del prototipo. Crecieron sospechas de que una empresa de la competencia hubiera orquestado el siniestro del camión. Itelligence System ante la incertidumbre de que fuese victimas de espionaje industrial, realizó una exhaustiva purga de cerebros humanos y expió a sus trabajadores más cualificados.

3A miraba lo que le rodeaba sorprendiéndose y admirando el disonante comportamiento humano. Observaba con un propósito concreto, descartando la investigación y el aprendizaje; no estaba programado para eso.

El tiempo seguía su curso. Cada día el sol salía ofreciendo un nuevo amanecer, nuevas esperanzas, nuevos retos, pero a 3A, la vida se le hacía insulsa. Seguía coexistiendo, vivía solo en un mundo del que le gustaría formar parte, pero él no era parte de nada. Incomprensiblemente, a su mente virtual, aparecían recuerdos inexistentes, su vida se limitaba a acontecimientos del laboratorio, donde fue creado y, su experiencia salvaje de los últimos meses. 

A menudo, se preguntaba con inquietud «¿Quién era?» necesitaba información de su pasado. Ansiaba encontrar respuestas a sus incógnitas existencialistas. Nadie con quien se tropezaba era semejante a él, ninguno quería relacionarse con un tipo tan “chocante”. Surgió en su interior un nuevo sentimiento; la ira. Se ofuscó en la incipiente rabia y desarrolló momentos de violencia, que fueron creciendo y embargándolo en un estado febril de furia descontrolada. Arremetía contra todo lo que se le ponía por delante. Después, como si fuera poseedor de una conciencia natural, se arrepentía. Sabía que, así no conseguiría su objetivo y, «¿Cuál era su objetivo?» para aquella cuestión tan trascendental en su anodina cotidianidad, tampoco tenía respuesta. Creó absurdas ensoñaciones; pronto disfrutaría de un futuro mejor, pero inmediatamente esa posibilidad era descartada y de nuevo la desesperanza y la certeza del desarraigo de su zona de confort, creaban en su cerebro un estado de melancolía no programada; añoranza y deseos de amistad. No había salida a su desamparo, su soledad, su… Entró en una fase aguda de tristeza. Dejó de recargar sus baterías y se sumergió en un estado letal.

En las instalaciones de Itelligence System, los pulsadores de control remoto habían sido bloqueados,. En el interior del laboratorio se había confinado, en un absoluto mutismo, el director general. La atmósfera reinante en la sala de I+D, era tensa. A pesar de la cualificación profesional y la experiencia de sus integrantes, se detectaba nerviosismo e incertidumbre. Dos ingenieros cibernéticos revisaban el panel de mandos, y controlaban la operación de rearme.

Un chasquido rompió el silencio. Tras unos minutos, que se hicieron eternos, la energía inyectada hizo efecto. Con absoluta tranquilidad y ajeno a su circunstancia, 3A se incorporó, miró a su alrededor y reconoció el lugar. «Estoy en casa», pensó satisfecho. Su inteligencia artificial emitió una pista; había tenido un sueño aterrador. No, él sabía que había regresado al hogar. Un nuevo sentimiento creció en su cerebro; la alegría.

—Tu localizador, se activó. Te encontramos a tiempo. El suicidio no es una buena solución —exclamó, sonriente, el doctor Julio Never.

Envuelto en el enjambre de nuevos sentimiento adquiridos en su periplo personal, 3A abrió los brazos y rodeo el cuerpo de Julio como había visto que los humanos hacían para fundirse en actos de fraternidad.

 Sorprendido el doctor vio que los ojos del autómata se humedecían y le devolvió el abrazo mientras sospesaba, si debía modificar algún circuito para que su creación no fuera tan humana.

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