El durazno equivocado

El durazno equivocado

Anapaz

10/10/2021

     Escribo esto como una botella arrojada al mar, con la esperanza de que, siguiendo los vaivenes de la marea, le llegue al santo. Al que guía a los navegantes.

     Habiendo consumido todos los recursos en nuestro haber, desde correos suplicando una solución, hasta carteles en plena calle, creo que al fin, nos hemos dado por vencidos. No es sencillo que quien lea estas líneas comprenda mi problema, sin conocer la geografía de mi provincia, por lo que acompaño este texto con una captura del mapa.

    Me presento: mi nombre es Ana, vivo, con mi familia en el sitio señalado como “El Durazno, Tanti” que se ubica en el departamento Punilla de la provincia de Córdoba. Una callecita delgada y serpenteante llega desde la ruta veintiocho y termina, después de pasar por mi puerta, en una tranquera de ingreso a una estancia. Es por eso que en ese lugar los viajeros deciden frenar el vehículo y bajar a preguntar por el rio, por el puente colgante que vieron en las fotos, o directamente por El Durazno. Entonces tenemos que explicarles que sí, que estamos en El durazno, pero que no, que aquí no hay río, ni playa, ni lomas, ni  bosques de pinos. Que todo eso queda en el otro «El Durazno», en Yacanto, en el departamento de Calamuchita.

         Una esperaría un agradecimiento, una disculpa, un reconocimiento de ignorancia geográfica, pero no. La respuesta es siempre malhumorada, descreída, cansada e irrespetuosa. Ellos, que llegan tan obedientes, doblando cada vez que el GPS, con su voz de mujer hermosa, se los ordena, se encuentran con una tranquera desubicada y, para peor, unos lugareños soberbios que inventan cualquier cuento para quitárselos de encima. ¿Acaso pueden estos ignorantes saber más que el que todo lo sabe?

     -Pero… si acá dice… -balbucean desconcertados, señalando la pantalla de su teléfono celular.

     A medida que pasan los días (esto empezó hace más de un año), vamos refinando nuestras respuestas, buscando reducir el tiempo de conversación con los “perdidos” al máximo. Por ejemplo, hace algunas semanas que procedemos así: ni bien frena un auto y baja la ventanilla, le espetamos: no es acá, es a 150 km hacia el sur. Ponga en el GPS “El Durazno de Yacanto”. No es que sea tan fácil convencerlos, pero por lo menos, logramos sorprenderlos un poco.

    ¿Cómo sabemos que buscan ese lugar? Pues, porque, simplemente, lo buscamos en el Google Maps. La localización de mi casa aparece enlazada erróneamente a la reseña de wikipedia sobre ese otro “El Durazno”, acompañado con unas fotos bellísimas de un río caudaloso y el famoso puente colgante. Por supuesto enviamos correos a la empresa, hicimos reseñas en el mapa virtual, pedimos a los conocidos y también a los “perdidos” que las hagan, con la fantasía de hacerle llegar a Google que había un error. Nada cambió.

    También pensamos en aprovechar la procesión permanente de peregrinos poniendo un puesto de venta de pan casero en la puerta de casa. Tampoco funciono y sólo nos dejó más expuestos aún a la insoportable pregunta: ¿Dónde está el río? ¿Y el puente colgante?…

    Incluso, cosa que no se condice con nuestro temperamento naturalmente amable, colocamos, en la puerta que da a la calle, un cartel de “No molestar”, esperando que así frenaran las interrupciones pero lo único que logramos es que la conversación comenzara así:

    -Perdón, vi el cartel pero…

(Hace algunas semanas, y esto lo cuento mas bajito, probamos con besarnos apasionadamente cuando frenaron los vehiculos, pensando que, ojalá, el pudor los hiciera desistir. Ni falta hace que aclare que no tuvo éxito: la primera familia que se detuvo se quedó mirando, esperando a que los atendiéramos, de tal manera que quienes sufrimos pudor fuimos nosotros).

    En fin, nos dimos por vencidos y ya no hacemos otra cosa que responder entre cien y trescientas veces por día la misma pregunta. Ya no podemos lavar los platos, tomar un mate o amasar un pan sin ser interrumpidos por una bocina, un palmear de manos, la campana o unos golpes en la puerta. Ni soñar con dormir una siesta.

   Quizás sea nuestro destino, en este mundo terrenal, predicar repetidamente y hasta el cansancio, a quienes lo siguen con fe ciega, que Google, San Google, también se equivoca.

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