Cuando comencé mi aventura en Chiapas jamás creí la riqueza en la que estaba sumergida, el aire huele diferente, los sabores se mezclan entre ellos y brotan aventuras en tu paladar, me mudé por terquedad contra mis padres a esa tierra alta y sinuosa, un pueblo hecho de visitantes y oriundos, la injusticia vive latente día a día en esta mágica zona de los altos de Chiapas y se grita.

Se grita con imágenes, se grita con palabras en lenguas tzotziles y tzeltales, se grita tras el pasamontañas que cubre rostros pero no verdades, se grita con el corazón, y es que México nunca olvida…

Sigue rebelde la antigua tierra maya, sigue luchando en silencio, ¿Qué cómo lo sé? viví entre toda esta gente, vi pasar marchas, vi pasar procesiones, vi pasar viajeros, vi pasar lugareños que bajaban de la sierra para comerciar con el fruto de su parcela o el trabajo de su mano, vi como los nacionales regateaban las joyas más exquisitas, y es que no hablo del oro, sino de sus textiles que me dijo Doña Luisa tardaban 6 meses en hacer.

Seis meses coloreando telas, llenándolas de historias, regalándonos su magia en unas puntadas que vibran como su presencia en este mundo.

Mi calle daba al mercado, a la plenitud de una algarabía ruidosa, exquisita y colorida.

¡Ah el mercado! Había fresas voluptuosas y jugosas que al tocarlas te dejaban pintados de rojo los dedos, mangos más dulces que la miel, frijoles de color morado grandes y sonrientes, cacao recién molido en los petates y café bañando el lugar con su aroma delicioso y penetrante; como amaba ir al mercado, había también papas recién sacadas de la tierra todavía llenas de la misma, miles de hierbas perfumadas que servían para cada achaque que pudieras tener, bajaba cada tercer día a conocer gente, probar nuevos sabores, y a charlar con la gente de como vivían y como amaban a su tierra que estaba sembrada en los altos de Chiapas.

Anduve por los montes y en algún recoveco de los altos de Chiapas probé las más deliciosas tortillas hechas a mano desde que se muele el maíz en el petate confeccionado por piedra volcánica dura y porosa que atrapa el alma de los alimentos y los transforma en harina o masa, jamás aprendí a dejar el redondeado perfecto de una tortilla, pero Chunta, ¡ah ella era toda una artesana! después de palmear sus manos una y otra vez el círculo perfecto de masa comenzaba con una cocción sutil en el comal y es que era un alquimia preciosa de ver ese proceso, ademas se le añadía un mérito al paladar al estar sobre la leña.

Maravillosos días pasé en esos lugares, caminé en sus calles empedradas, caminé en sus avenidas pavimentadas, caminé también por sus huecos de terracería y en sus montes llenos de hierba u hojarasca, fui feliz, escuche su música, admiré sus murales escondidos en muros provisionales, me convertí en rebelde durante ese tiempo, me convertí en madre, me transforme en mariposa, transmute los miedos de los antiguos abandonos, me refleje en la cara de mi gente, me refleje en los viajeros y recordé que soy mestiza de grandes estirpes del mundo y anduve aquí en Chiapas buscando mi propio camino.

Pero hasta ahora me di cuenta que el camino ya lo había trazado, cuando descubrí que por allá en los años en los que nací sonó un grito de justicia que cubría su rostro con pasamontañas, tal vez y sólo tal vez mi grito al nacer y ese grito sonaron al unísono.

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