La Fusion de Banca Riverola

La Fusion de Banca Riverola

La cafeteria Pitu Son Rubert, es como una dependencia más de Banca Riverola. Y quizá es por ello, que Paco, el dueño del establecimiento, se vio inmerso en primer plano en el rosario de calamidades interminables que se avecinaban.

Hacia uno de aquellos espléndidos días que iluminan Barcelona en el mes de Junio. Un sol radiante brillaba sobre el cielo azul intenso. Al fondo, entre las farolas de hierro forjado suspendidas sobre el Paseo de Gracia, emergía el verde de la sierra de Collserola presidida por la silueta del Tibidabo. Barcelona es una ciudad hermosa que bebe en el Mediterráneo y duerme en la sierra del litoral.

Las cafeterías de la Rambla de Catalunya, extendían sus terrazas de diseño sobre el centro del paseo. En los flancos se alzaban esos bellos edificios modernistas que pueblan todo el ensanche barcelonés. Construcciones preciosas individualmente y monumento único en su conjunto.

Sobre todas las demás construcciones de la Rambla de Catalunya destacaba el inmueble de la sede central de Banca Riverola en Barcelona. Aunque no precisamente por su monumentalidad, ni por representar un ejemplo de modernismo, ni mucho menos por su belleza. Más bien era un emplasto arquitectónico muy propio de la época especulativa en que fue construido.

Ni tan siquiera era funcional. Su interior era un intrincado laberinto de escaleras y pasillos cuyos recovecos sólo dominaban los empleados más avezados y que llevaba años trabajando en aquel lugar

Desde una ventana de la tercera planta del edificio de la sede central de Banca Riverola en Barcelona, Ovidio Masbaix Riverola, pensativo, contemplaba la Rambla de Catalunya. Pero para Ovidio no era precisamente un día espléndido. Aunque normalmente, para Ovidio ningún día era especialmente maravilloso ni nefasto, sino más bien todos eran parecidos, desde ayer estaba profundamente preocupado.

Se pasó la jornada absorto, apenas tenía hambre y le asaltaban unos horribles retortijones de estómago que le obligaban a visitar continuamente el lavabo. Por si fuera poco, mientras miraba por el ventanal le acosaban unos extraños calores. A cada momento se llevaba la mano al bolsillo y a la vez que resollaba ruidosamente, sacaba un pañuelo de hilo blanco con el que secaba unas gotas de sudor que le iban aflorando por su panorámica frente. Un sudor frío y enigmático que no podía deberse a la temperatura, porque aunque en el exterior el calor era abrasador, en el Departamento de Ovidio reinaba un clima tan gélido que haría las delicias de la fauna polar. Los misteriosos calores que aquejaban a Ovidio sólo podían tener una causa, y era la angustia que en este momento embargaba su alma y su ser. Representaba algo superior a él, un agobio que parecía presagiar la terrible amenaza que se cernía sobre su persona.

Ovidio era un verdadero príncipe de los mandos intermedios de Banca Riverola. Pasó a formar parte de la plantilla del banco hace 33 años de la mano de su suegro, Silvestre Riverola, poco antes de que Ovidio contrajera matrimonio con Mónica Riverola. Estaba convencido de que con su esfuerzo y abnegación había proporcionado a la empresa y a la familia enormes beneficios y con frecuencia alababa la gran clarividencia que tuvo su suegro al contratarle. Se consideraba un hombre hecho a sí mismo, que gracias a su tenacidad y personalidad carismática había alcanzado una posición en el banco y un ascendente sobre los demás jefes de departamento. Un hombre firme e implacable, señalado por el destino para asumir las más altas responsabilidades en Banca Riverola y ostentar el liderazgo de la familia.

No obstante, ahora tenía un problema que amenazaba con dar al traste sus lícitas aspiraciones. Una especie de maldición bíblica que le perseguía se dibujaba de nuevo en el futuro cercano y presagiaba desgraciados acontecimientos.

Banca Riverola era propiedad de la familia Riverola, eminente saga muy respetada por la flor y nata de la alta burguesía catalana. Era la joya de la fortuna familiar, proveniente del legado del bisabuelo Victoriano Riverola, «Marques del Picarol».

Estaba administrada por los dos nietos del gran emprendedor, Don Silvestre, padre de Mónica Riverola, esposa de Ovidio, y Arnau, cuyo único hijo, Matías Riverola ostentaba el cargo de “Subdirector General Internacional”. Mónica estaba convencida de que Matías era de esas pocas personas que saben situarse por encima de las ambiciones materiales de la mayoría de humanos y comprender las inquietudes del espíritu. Opinión completamente opuesta a la de su marido, quien sentía un odio visceral por el primo de su esposa. A sus ojos, Matías era un ser repugnante, un vividor caprichoso y consentido que lo único que había hecho en toda su vida era aprovecharse del apellido Riverola para vivir a cuerpo de rey y satisfacer todos sus antojos y extravagancias. Ovidio pensaba que mientras él había permanecido años, trabajando duramente y fortaleciendo la Empresa con su tesón y laboriosidad, el tarambana de Matías no había hecho otra cosa que continuar con su vida fatua y ostentosa. Mónica, que adoraba a su primo, no podía comprender la manía paranoica que Ovidio sentía hacía Matías. De hecho, Matías también era familia suya, y ambos habían compartido años de juventud.

Matías y Ovidio, habían estudiado juntos en la «Academia Sant Repipi Jo” un reconocido colegio situado en la zona de más alto «standing» de Barcelona. Un centro educativo que se vanagloriaba de haber acogido en sus aulas a toda una retahíla de altos próceres y de impartir una educación exquisita y elitista. Pero Matías era muy rico y por si fuera poco, hijo de un prestigioso banquero, circunstancia que no tardó en granjearle el favor del director del centro y por añadidura el de los profesores que sabían muy bien como conservar su empleo.

Matías acabó el bachillerato brillantemente e inició los exámenes de selectividad que después de varios intentos no logró superar. Su padre, sabiamente aconsejado por su gran amigo, el adinerado Marques de la Parranda, lo envió a un prestigioso centro de EE.UU. Tras una generosa donación a la fundación de la acreditada institución educativa norteamericana fue admitido, y después de unas cuantas donaciones más a esa fundación, Matías fue aprobando los cursos hasta licenciarse. Cuando finalizó sus estudios, ingresó en el banco y se le encomendó el mantenimiento de la inexistente red internacional de Banca Riverola. Desde entonces, Ovidio, para su dicha, no había vuelto a ver nunca más a Matías y esperaba que esta circunstancia durara eternamente.

Ovidio, se sacó a duras penas el bachiller, ingresó en la Universidad y se matriculó en Derecho. Y fue aquí donde inició su relación con Mónica. Al año, ella quedó embarazada, y contrajeron matrimonio rápidamente. El padre de Mónica, D. Silvestre Riverola, les proporcionó un espléndido piso de 240 metros cuadrados, situado en la calle Provenza a la altura de Balmes, que junto al resto del inmueble pertenecía a la familia desde su construcción en 1.909.

Los ancianos hermanos Riverola, gobernaban la empresa con comodidad y por tanto Silvestre no encontró ninguna dificultad en proporcionar a Ovidio un empleo bien remunerado en el banco. El único problema, consistía en que desde la perspectiva de Silvestre, su nuevo yerno era completamente idiota, opinión compartida por su hermano, y no podía darle un puesto con demasiadas atribuciones sin arriesgarse a tener que soportar enormes pérdidas. En consecuencia, lo que hizo fue crear un cargo a la medida de Ovidio. Le saldría mucho más barato mantener un departamento inservible con Ovidio , que arriesgarse a generar quebrantos y tener que justificarse en el Consejo de Administración.

El matrimonio de Ovidio y Mónica fue una solución satisfactoria para ambas partes. Los Riverola, cubrieron las apariencias. Además, el nuevo yerno les pareció a todas luces una persona manejable, que no iba a representar demasiados problemas. Para Ovidio representaba una oportunidad de pasar a formar parte de la línea acomodada de la familia. Pero sobre todo, este matrimonio hacía converger de nuevo las dos estirpes familiares que surgían del antepasado común que era el bisabuelo. Una línea afortunada, rica y con poder de la cual formaban parte Matías y Mónica y la otra que arrastraba el infortunio y la desgracia y que desembocaba en Ovidio Masbaix Riverola. Con esta unión, Ovidio alimentaba la ilusión de haber conjurado definitivamente el anatema que estaba seguro condenaba su linaje. Maldición que provenía de un oscuro pasado encarnado en la figura de su bisabuelo y que era como un terrible pecado original que tenía atenazada su existencia.

El gran emprendedor Victoriano era natural de una pequeña población cercana a Arbeca. Victoriano emigró a Cuba sin apenas medios, donde estableció un pequeño negocio de comestibles. Con cierta habilidad y una extraordinaria falta de escrúpulos, el bisabuelo llegó a fundar una pequeña línea marítima para comerciar con comestibles. Según explican amasó una gran fortuna con el comercio de carne, alimento que por lo visto en aquella isla escaseaba. De ello están absolutamente convencidos sus descendientes, especialmente Mónica, hoy día gran defensora del «comercio justo» y ávida consumidora de este tipo de productos. Seguramente, la idea que tenía Victoriano del comercio justo era bastante diferente de la de su biznieta, ya que en realidad, la carne con la que comerció Victoriano era negra, de origen africano y de raza humana.

Si alguien tenía claro en la familia que el venerado padre de la fortuna familiar era negrero, ese era Ovidio. El marido de Mónica, había rescatado los pocos documentos que no habían destruido sus antecesores, en el afán de borrar ese rastro donde mostraba que la semilla de la fortuna familiar no era el genio y figura del bisabuelo sino el tráfico de esclavos. Esa documentación, como todo papel que su fino olfato le indicara que pudiera ser de utilidad, Ovidio la guardaba cuidadosamente.

Victoriano, regresó a España y se estableció en Mataró, donde aún tuvo tiempo de casarse con una hermosa jovencita de buena familia, que aunque estaba arruinada, aportaba un título nobiliario y sobre todo, buenas y fecundas relaciones. Así, Victoriano pasó a ser conocido como el señor «Marques del Picarol», linaje poblado de espléndidos caballeros, que se remonta a los tiempos de Ramón Berenguer I. Y aunque las malas lenguas de Mataró juraban que D. Victoriano era estéril, producto de unas extrañas fiebres que contrajo en Cuba, al bisabuelo le dio tiempo a tener dos hijos, un varón y una mujer. El varón, Elías, es el abuelo de Matías y Mónica. Elías , se asoció con algunos ilustres industriales de Mataró, y fundó Banca Riverola, propiedad que transmitió, junto al título de su madre a sus herederos.

La mujer, abuela de Ovidio, tuvo una existencia mucho más desgraciada. Pasó su juventud más esplendorosa cuidando de su padre, cruel y despiadado, siempre enfermo de las fiebres pero que no se acababa de morir nunca. Y probablemente el malvado bisabuelo aún hubiera vivido más sin los cuidados del amante de su hija, que curiosamente era el médico de la familia. El galeno no pudo llegar a casarse con la abuela de Ovidio porque falleció poco después de Victoriano.

La abuela de Ovidio, quedó convencida de que esta muerte fue una venganza del terrible Victoriano desde el infierno, donde se había enterado de que había sido asesinado por su propia hija en connivencia con el médico, y aterrorizada contrajo matrimonio con el hombre de confianza de su padre. Y a través de él, continuó la venganza de D. Victoriano desde su tumba, porque la vida de la abuela parricida se convirtió a partir de este desdichado matrimonio en un suplicio y una ruina económica.

El resto de componentes de la familia lo formaban toda una retahíla de parientes colaterales repartidos entre altos funcionarios de Ayuntamientos y la Generalitat, algún cargo político a nivel autonómico y estatal y puestos de gran relevancia en grandes empresas de distribución de energía y suministros, sanidad o directivos en empresas controladas por Banca Riverola.

El Departamento de Ovidio, estaba situado en la 3ª planta del edificio de la sede central del banco en Barcelona. Como cada día, sobre las 8 y veinte Ovidio llegaba a su centro de trabajo. Aparentemente la normalidad era total. Pasó el dedo por encima de un armarito metálico situado en la entrada, tan antiguo que haría las delicias de un anticuario y se lo miró.

.- ¡Buenos días! -saludó limpiándose el dedo con un clínex que sacó de su bolsillo-

.-¡Buenos días Don Ovidio! -contestó presurosa Esther Ademáñez, su secretaria, haciendo un pequeño ademán de levantarse-

A los diez minutos exactos, como cada mañana, Esther Ademáñez se personó en el despacho de Ovidio para informarle de los pormenores diarios, cifras de negocio, estadísticas y lo que era más importante para ambos, los cotilleos, cócteles, bailes de cargos y un sin fin de informaciones de lo más variopintas.

Ovidio consideraba a su fiel secretaria como una bella y atractiva mujer. Siempre que tenía oportunidad, le gustaba alabar públicamente su sacrificio y honestidad y hacer hincapié en lo valiosa que había sido su colaboración en estos últimos nueve años. Pero la realidad era que la madre naturaleza había sido muy injusta con la Srta. Ademáñez. La providencia había mostrado un gran cicatería con su capacidad intelectual y aspecto físico. Pero estas limitaciones de la naturaleza habían desarrollado en Esther otras habilidades muy apreciadas por Ovidio. Cuando ponía a trabajar sus escasas pero maquiavélicas neuronas conseguía manejar con gran habilidad datos y situaciones a su conveniencia y sobre todo explotar las situaciones más rocambolescas en su beneficio.

Esther compartía con Ovidio una extraña e insaciable ambición, que sólo se podía generar en una empresa como Banca Riverola. No se trataba únicamente de una cuestión pecuniaria. Era como un deseo de poder y reconocimiento insatisfecho que conducía todos sus actos. Por todo ello, entre Ovidio y Esther se había desarrollado una extrañ simbiosis. La fascinación que sobre Esther ejercían los hombres con poder, adinerados y de edad madura, junto al interés que le suscitaban a Ovidio las maquinaciones de su secretaria, junto a sus retorcidos gustos sexuales, formaban una combinación temible. Esta peligrosa alianza entre Esther y su jefe no pasaba desapercibida al resto de integrantes del departamento, que tenían auténtico pavor de ser víctimas de alguna de los maquiavélicos ardides de tan malvada persona.

.-Antes de nada – dijo Ovidio mirando a su secretaria – querría que se ocupara de que la Sra. Lolita ponga un poco más de atención en la limpieza. Es vergonzoso el polvo que se acumula en los rincones.

.-Lo que usted diga D. Ovidio

.-Y es que parece -continuó Ovidio – que a todo el mundo le dé igual trabajar en una pocilga, y no lo digo por usted, que conste, ¿eh?… le juro que no lo entiendo, ¡si en su casa son igual! ¡Ja!.

.-Tiene usted más razón que un santo D. Ovidio, – dijo Esther tomando nota en una libretita-

Las quejas de Ovidio entraban dentro de la rutina de cada mañana. En cierto modo era una forma de iniciar la conversación con Esther con una cierta complicidad. .

.- Lo que le voy a explicar ahora – continuó Ovidio- es de suma importancia y rogaría su máxima discreción.

.-Por supuesto jefe, -contestó Esther abriendo sus pupilas como una gata en la oscuridad –

.-Sta. Ademáñez,..vamos a tener visita,..

.-¡Ah! – exclamo Esther-

.-Peeeroo…no cualquier visita – continuó Ovidio alzando el dedo-

.-Me está poniendo usted nerviosa jefe,.. ¿Quién nos tiene que visitar?

Ovidio levantó un pesado maletín negro, lo puso sobre la mesa y abriéndolo extrajo una foto que dejó a la vista de su secretaria.

.-¡Oh! -exclamó Esther poniéndose la mano delante la boca- es su primo,. ¿no es cierto?

.-Bueno, no exactamente, es primo de mi esposa.

.-Y usted desea que le prepare un cóctel de homenaje, que organice una costillada con los empleados…

.-Me temo que no – interrumpió Ovidio- Desearía que tuviera muy claro, que la visita de Matías no me complace en absoluto. Mire usted, siempre,.. y cuando digo siempre, es SIEMPRE,.. que Matias ha estado cerca, han acaecido que tremendas desgracias…

.-Pero, por Dios Santo, D. Ovidio,.. ¿por qué dice usted eso?

.- ¡Porque sí! -contestó Ovidio taxativo-

.- . De momento querría que usted localizara el expediente de Matías, que si no me equivoco está en el semisótano. Es una caja que contiene cartas, libros, fotos, documentaciones…y mañana me la sube. Tenemos que estar prevenidos.

.- ¿Prevenidos? ¿No me podría adelantar algo? -preguntó Esther- me deja usted así, no sé…

.-Le puedo adelantar que nos van en juego muchísimas cosas. Mañana le explicaré todo lo que desee.

SINOPSIS

La novela intenta hacer un recorrido en clave de humor por la vida de una entidad bancaria y el mundo de la alta burguesía catalana. Al verse sacudidos por una serie de inexplicables acontecimientos, sale a luz la hipocresía y el egoísmo desmedido de algunos círculos.

La historia se sitúa en una Entidad Bancaria catalana de gran solera y regida por la reputada familia Riverola, miembros de la burguesía catalana. La vida laboral dentro de esta Entidad es relativamente tranquila y amable, hasta que D. Matias Riverola Escalivada vuelve de los EE UU con su desconcertante pareja sentimental. Los proyectos que Matias trae consigo no van a ser bien acogidos por algunos mandos intermedios del banco, especialmente por Ovidio Masbaix Riverola, pariente pobre de la familia. Conocedor de oscuros secretos de la familia y de la cultura empresarial de Banca Riverola iniciará una retorcida conspiración junto a su malvada secretaria Esther Ademañez . Un rosario inacabable de desgracias llevan a los personajes a vivir unos acontecimientos esperpénticos. La muerte en extrañas circunstancias de algún individuo y desconcertantes indicios de abusos sexuales entre ritos espiritistas, conducen a la policía a involucrarse. Mientras, estos acontecimientos provocan que la conspiración de Ovidio y su secretaria se les escape de control.

Se anuncia un verdadero desastre en el que se ven involucrados los miembros mas exquisitos de la burguesía, y reputadas familias con linajes poblados de grandes próceres. Ante la magnitud del caos, las autoridades políticas y monetarias se ven obligadas a intervenir.


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