El Dragón Rojo siempre despierto, siempre latiendo, siempre lanzando su fuego, mostró su cara valiente pero también su rostro petulante, un rostro que el universo no conoce y que no imagina, una estela mágica que mostraba como siempre un carácter espectacular, algo similar a las capturas del mejor fotógrafo pero con ese efecto de la brisa y ambientes siempre frescos. La historia me llevó a lo largo de dieciocho puntos en los que el país asiático me regaló estampas hermosas, reflejo de su gente de ventanas cerradas – tal y como le bautizamos haciendo alusión a sus ojos pequeños – , de su magnificencia y sobre todo de los misterios milenarios escondidos debajo de cada uno de sus edificios y fue precisamente Pianyan, donde hurgué en mi conciencia el libro de texto en el que nuestro sistema educativo sólo nos limita a enseñarnos que el monstruo asiático está limitado a todo lo que sea color rojo o a sembradíos de arroz, cuando en realidad los años han pasado y forjado una estela de hermosos relatos que van desde la dinastía Ming hasta lo que hoy en día es una de las primeras potencias mundiales económica y deportivamente hablando.

Casi 20 horas de viaje me llevaron a Xi´an, no sin antes pasar por tumultos inimaginables en terminales de ferrocarril, empujones, literas incómodas de tres pisos, un olor espantoso, persistente y molesto de los famosos «huevos pestilentes» y la comida rápida y lo peor, un baño al estilo oriental en donde te sientas porque te sientas y engarrotarse no es una opción, es una constante. Un viaje en donde la decisión más importante fue… no comer para no evacuar. Al final, nos esperaban miles de guerreros inmóviles y de barro que aguardaron pacientes enfrentar a los mongoles y mantuvieron en buen puerto a la ciudad que en ese momento se encontraba desamparada, con pocos soldados y con miedo ante un ejército que físicamente era superior y que había arrasado cuanta comunidad encontraba a su paso. Los Guerreros de Terracota con una imagen imponente y con detalles que impresionan, son símbolo de la inteligencia de un pueblo que ha sabido mantener esa tradición a lo largo de los siglos, un pueblo que sobresale no sólo por sus bastas capacidades físicas sino intelectuales y que sirven de ejemplo al mundo.

El azul del cielo en una gama de hermosas tonalidades dan muestra de la grandeza de la Estepa de Silamuren, campos verdes, un horizonte interminable, un espacio infinito impregnado de algo que ninguna foto tiene por muy colorida que ésta sea: esa sensación de sentir la presencia de Dios en el aire, en el aroma de las flores, en el colorido de sus animales y en la sonrisa de su gente, la cual vive – dicho por ellos mismos – en el techo de Dios al que consideran un lugar descomunal y único en donde, con sus templos al aire libre, pueden conectarse con la divinidad y sobre todo con la naturaleza en toda su extensión. La comunidad Mongola, fiel a sus tradiciones, pelea mano a mano y el caballo como su compañero inseparable se describe tácitamente como un hermoso ejemplar muy a su estilo de Asia y su gente, llenos de música del viento mismo, ese viento natural, ese que se siente fresco cuando transpiras y que se cuela debajo de un traje de piel de ternera típico de la zona. Silamuren es el lugar donde enchufas al cielo con tu corazón y lo vuelve electricidad pura, energía que te recarga y te hace vivir.

Un territorio tan grande y miles de kilómetros recorridos exigen por siempre la estampa perfecta, el momento exacto, el lugar idóneo, el clima adecuado y la presión al botón en el segundo preciso en el que ves y quisieras viajar de regreso en ese instante a tu hogar y mostrar la magia captada. Hangzhou me permitió ese privilegio; lugar en donde encontré el milagro que el Eterno nos permite con la ayuda de un insignificante aparato, captar la esencia de éste hermoso país, en donde se conjugan todos los elementos que lo caracterizan: el sombrero típico y la calma de sus aguas; la pagoda y la vegetación con tonalidades llenas de vida y fulgor; el cielo grisáceo en un atardecer hermoso lleno de vida impregnado de la luz de un sol en el ocaso. Gráfica que lleva el corazón de China, memoria imborrable del alma de cualquier persona a la que le han robado simplemente el aliento.

Buscar sólo algo hermoso en Suzhou es imposible, porque técnicamente cada esquina te muestra parte de la historia de éste gran país enseñándote a encontrar la esencia de tu vida tal como lo es el reflejo de tus acciones. Clima caluroso, humedad alta y paisajes en cada milímetro son característica de ésta ciudad, en donde el universo pretende darte una hermosa lección acerca de las grandezas que son posibles con la sola presencia de un Ser Supremo, desde el Budismo hasta el Mahometismo, desde el Catolicismo hasta el Confucionismo, no importando a qué raíz esté atada el corazón, sino sólo por el rigor de seguir primicias y mandamientos celestiales.

China me mostró su esplendor económico, me recordó la tradición del sombrero de pico, me indicó el lado peligroso y desmedido de la explosión demográfica, me concientizó respecto a la pobreza de un gigante poco conocida hacia el exterior, me hizo ver la desesperación de su Sistema Educativo por controlar la occidentalización de sus jóvenes, me hizo degustar la comida exótica para el occidente y factible para el oriente, pero sin duda, marcó para toda mi vida y espíritu, el hecho de que encontré cientos de miles de ventanas cerradas pero millones de corazones abiertos.

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