La Calle: Cuna y sepulcro de los sueños

La Calle: Cuna y sepulcro de los sueños

Rhinna Flores

27/02/2018

Mi sueño agoniza, mi sueño fallece y tal parece que sólo llega a lo más alto de la cumbre para luego desvanecerse. El sendero que parecía adecuado, ya no lo es. ¿Cómo seguir adelante con un sueño tan arraigado al alma pero que ha llegado a su final antes de germinar?.”
20/02/16

Principios de Marzo y voy con destino al centro de la ciudad sobre la Avenida Revolución San Salvador. Llevo un sueño roto, el semáforo está en rojo y un chico viene hacia mi vehículo con intenciones de limpiar mi parabrisas a cambio de algunas monedas. Como de costumbre, sin saber por qué, sólo lo ignoro mientras cierro el vidrio para no poner en riesgo mi seguridad y la de mi amiga en el asiento del pasajero que viene del extranjero. Antes de terminar mi grandioso acto de heroína, mi amiga salta y me dice: -“No, alto. Ese chico que limpia parabrisas es mi amigo, quiero saludarlo”.

En ese instante miles de pensamientos vienen a mi cabeza: “¿¡Cómo dijo!?, ¿acaso acaba de decir que este chico de mi tierra, a quien todos conocemos por criminal (a pesar que nunca nos ha robado nada) ES SU AMIGO?. ¿¡Qué acaso, al venir a este país, no le advirtieron de la situación terrible que enfrentamos, de la violencia y de las cosas horrendas que le suceden a personas que se acercan a “gente como el”!?.

Un tanto avergonzada, con mucho miedo y convencida de que mi amiga debe estar loca si piensa que este chico no nos robará, decido bajar la ventanilla de mi vehículo con cuidado y los escucho hablar mientras observo por primera vez la alegórica imagen del dolor, la injusticia y la crueldad en el semáforo de la Revolución: Una gran cantidad de niños que se acercan a otros vehículos adelante de mí a pedir monedas con una sonrisa en su rostro y una carga bastante pesada en sus ojos para alguien de su edad. Ofrecen sonrisas y un acto de servicio y a cambio, reciben “no” por respuestas, una cara disgustada, distraída y malhumorada tras el volante. Conductores ocupados en sus vidas sociales que sólo están esperando con ansias a que el semáforo indique la luz verde para poder escabullirse. Pero hay un chico que está apoyado en la ventanilla medio cerrada de mi vehículo, tan natural, tan espontáneo, y hasta podría decir que es agradable escucharle hablar. En este instante, el chico ya no es el típico niño de la calle con la etiqueta de criminal. A este chico, por unos célebres minutos, se le ha quitado el rótulo de “rechazado por la sociedad”, y en su lugar, alguien le está llamando “amigo”.

Con el tiempo, vuelvo al semáforo de la Revolución y se convierte en mi campo de batallas. La raíz que hace florecer mis mejores intenciones, pero que también me hace llorar mis penas más amargas. Me enfrenta con mis más grandes miedos, me hace enojar; Pero por sobre todas las cosas, esta calle me enseña a amar y soñar.

Con frecuencia me resulta fácil juzgar y cuestionar a los responsables de tanto dolor derramado en esta calle. Pero hoy sábado, la tarde de un mes de Diciembre, me encuentro sentada junto a María, la abuela de los ojos color miel que decidió hacerse cargo de sus nietos sin hogar. María no es perfecta, ¿quién lo es?. Sin duda cuestiono un tanto el motivo de poner a los pequeños a trabajar para llevar el pan a su mesa. Pero en este momento, en este pequeño instante al escucharla, María se convierte en mi heroína. Ya no es la opresora, sino una víctima más. Entre líneas de confianza me confiesa su doloroso pasado y la larga trayectoria de su vida que la trajo hasta el semáforo en donde nos encontramos hoy.

-¡Ah!.¡Todos somos una historia por contar, una necesidad errante y un sueño por despertar!. Entiendo, entonces, que cada sueño suple una necesidad específica en el universo. Y la necesidad de los niños de esta calle me dice que el sueño que yo creía muerto, me ha sido dado para aplacar un agravio en especial. Sin embargo, me cuestiono: “¿Si no es María, a quién puedo culpar por los estragos que se han hecho en las calles de mi ciudad?

-“¡Yo sé a quien culpar!” me grita el eco de la humanidad. “¡El culpable es Dios!, quien dice ser Amor. Pero si eso fuese cierto, nada de esto estaría pasando. Las calles no derramarían tanta sangre y la violencia no se llevaría a nuestros seres más queridos”.

-“¡Objeción!” argumentan mi razonamiento y la piedad. “Fuimos dotados de un libre albedrío, en donde quien maneja nuestras circunstancias nos priva de libertad. Tal parece ser que el dolor provocado en las calles de mi ciudad, son consecuencias de una cadena de malas decisiones tomadas por nosotros mismos. Pero este Ser Supremo, debe amar tanto a estos pequeños, que decide dotarnos de maravillosos sueños; que aparte de darle sentido a nuestras vidas, cumplen el propósito de suplir la necesidad de ellos·”

Entonces pienso, ¿será que cuando decidimos no cumplir el llamado a nuestros sueños, nos volvemos partícipes de su agonía?. Me veo en el espejo. El opresor luce diferente ahora y su cara me resulta familiar.

Así que vuelvo a mí y entiendo. La calle me dice a gritos que un sueño nunca muere. Un sueño renace, se transforma y, con paciencia, se perfecciona. Aquel sueño que me parecía muerto toma vida propia en aquel semáforo en la Avenida Revolución. Como el llanto de un recién nacido en consecuencia de un doloroso proceso, puede traer esperanza a los oídos de aquellos que le reciben con ansias; Así es el sonido glorioso a los oídos de un ordinario cuando un sueño nace en su pecho para suplir una gran necesidad.

La calle, por ultimo, con un beso en la mejía, me dice: “¡Bien hecho!”, aunque un poco triste, continúa: “mientras tu sueño está naciendo, el sueño de alguien más está muriendo”.

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