Allí está el viejo molino ubicado al lado mismo de quién lo añora. Allí está cuan gigante custodio desde mi niñez más temprana. No puedo evitar un fuerte escalofrío punzando mi espalda.
En un segundo o en el rápido chasquido de los dedos se me apelotonan tantos recuerdos y tan diferentes que me estremezco. Me tambaleo y me retuerzo como si un gran dolor abriese mis carnes ante aquella visión castigada por las décadas.
Pobre molino desvencijado de piedras planas tomadas por hiedras. Bien podrían contar mil y una historias de lo que allí sucedió. A buen seguro más de las que yo mismo podría rememorar.
Mis ojos se alzan como alza vuelo el azor. Diviso la techumbre parcialmente colapsada a modo de fantasma desmembrado que ha dejado al desnudo sus entrañas y secretos. Aires cansinos pertenecientes a eras rancias se funden con estaciones que a pesar de regresar año tras año nunca vuelven de la misma forma.
Vigas negras como tizones, raídas sin piedad por el devenir de los siglos. Coronando su famélica estructura tejas rotas y fragmentos pertenecientes a trozos de historia que también fue la de mucha gente.
Despegadas canciones sin estribillo, violación del santo sepulcro, epopeyas dadas por veraces, cuentos sin moraleja y entremedias nada de ello. Este palmario abandono arrastra vasos de cristal boca abajo para evitar la tentación de llenarlos. Desolación en cada destello de su superficie y de nuevo, entremedias, conatos de remembranzas que acuden azuzadas por el sino.
Luce deslucido y ahogado por la vegetación silvestre. Ortigas, silvas, correhuelas y la invasiva barrabás porque la naturaleza también tiene memoria y derecho. Suspira paciente, doliente… ¡moliente!
Los recuerdos escalan los muros de piedra y no me veo con fuerzas para levantar el campamento así que tendré que quedarme. Masa verde y viva para tapizar despreocupadamente con su alfombra de trompetas blancas lo que antes era la atarjea. ¡Qué se le va a hacer! ¿Qué pudimos haber hecho?
Hermosos a la par que frondosos árboles se disponen sobre la tierra como lo hacen mis pies. Poderosos troncos y engrosadas ramas sombrean este imaginario lienzo perdido del mal ayer. Se calentará la mañana, se achicará mi corazón y llorarán mis ojos sangre mas a nadie se lo contaré. Cada piedra desalineada ha dejado de representar la intrínseca esencia del molino y aún así lo sigo extrañando…
El riachuelo tampoco está donde siempre había discurrido rumboso, por aquel entonces desviado hacia la acequia. Ahora matos gruesos ocupan su lugar.
Detesto subir subiendo por norma un poco más. ¡Maldita sea! No tener tiempo suficiente para disfrutar de la vida que nos ha sido entregada. ¡Maldito yo! Por recordar hasta lo insufrible este pasado desplazado sobre líneas paralelas y tres paletas de caramelo.
¿Sabéis? A veces escucho cantar al ave del paraíso y entonces instantáneamente vuelvo a recordar cuando de crío jugaba a no crecer. Metía mis pies en aquella agua pues creía poder interactuar con ella, desvelándome ésta los secretos de la molienda empero no fue así.
Niñez desperdiciada a sorbos cortos no obstante ¡qué momentazos! Situaciones capturadas en un rollo de película que no regresarán por más que rebobinemos la cinta. Algunos perduran grabados a fuego, fotograma a fotograma, otros son depositados a hurtadillas en el cajón del olvido.
Pienso mucho en ello y en ello no hay maldad pues a nadie hiero salvo a mí mismo. Olisqueo en el aire instantes distantes que nada tienen en común con el viejo molino…
Mujeres tristes y mujeres alegres con grandes cestos sobre sus cabezas caminando despreocupadamente sin perder el equilibrio. Hombres parcos en palabras y hombres parlanchines sin afeitar; rostros cincelados grosso modo por las soleadas tardes del verano.
Faldas largas, camisas anchas y remangadas; monos color cielo o color mar, cuerdas de esparto por cinturones y viejos pañuelos de cuatro puntas a modo de sombreros de paja. ¡El malogrado molino lleva mi misma dirección y yo la suya!…
Ayer entre sus paredes chismes varios acompasados rítmicamente al son de la volandera triturando el grano. Paisanos de a pie, hombres de dos piernas, mujeres de dos brazos y todos a una boca pegados. Motes consentidos, voces elevadas, risas de patio, frentes perladas de sudor, desfallecimiento y tiempo inflexible que desde su trono imperecedero ve pasar padres e hijos…
Molino y molienda constituían punto de encuentro para muchas familias residentes en un país que comenzaba a modernizarse. Cuando echo la vista atrás no puedo dejar de ver aquellas plantaciones de cerezos esperando ver su floración allá por marzo y abril. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Los habrán talado?…
Trozo y parte aromatizados con la sal de la vida y talante agridulce, paladar a meses arrancados con pinzas…
Jazmines floridos desde la primavera hasta bien entrado el verano, ferias de ganado rumiante, caminos atestados de leyendas, sonrisas tristes tristemente desdentadas y fiestas patronales con fuegos de palenque. ¿Qué habrá sido de todo esto?…
El hoy no es como debiera al menos no para mi percepción. Aquí y ahora nada pueden aportar que merezca la pena ser gozado. Por veces algunas urracas graznando, por veces viento susurrando añejas maldades y por regla no escrita ayuda entre vecinos.
¡Ay! Mi viejo y malherido molino machacado por los lustros. Destartalado y de cuerpo rechoncho de piedras verdosas. Caducas moliendas de grano desmemoriado. Mudo aquel sonido a fricción piedra contra piedra. Olor a día de fiesta y ropas níveas que siempre debían ser sacudidas al terminar la faena. Mi viejo compañero de aventuras pareces verme con ojos flagelados…
Mis emociones confrontan lastima y rabia. Ambas sensaciones se agarran con tesón a sus cantos centenarios, electrocutando mi columna vertebral. Restos de tejas sobre el tupido piso danzando al son de la decrepitud. ¡Ay! Martirio y palabra bien escrita o bien por vía oral…
Pausa perpetua e inquebrantable para con los trabajos de la molienda. Maíz y centeno de grano a fina harina, saco a saco. De vuelta chismes de pilón, murmullo del riachuelo y claroscuros filtrados. De nuevo recuerdos de tiempos idos…
¿Qué me he perdido tras esta forzada ausencia? He regresado a mis orígenes para darme con un canto en los dientes. Me cuesta reconocer lo que ante mi persona se dispone incluidas las gentes y es que bien visto parecen moverse como océanos de plástico llevados por las corrientes.
¿Tanto han cambiado? ¿O tal vez haya sido yo el que lo ha hecho? Quizás así sea, claro y meridiano, un extraño entre extraños.
Ojeo los restos del ajado molino. En el ejercicio de ello siento que he perdido la infancia. Recordar puede herir y cada herida siempre lleva asociada un recuerdo. Atribulado, embargado por emociones varias y ninguna pinta en colores cálidos.
Años de ausencia y ausencia por años para apretar mi alma con premura. Ahora y aquí, aquí y ahora dispuesto a retornar el paraíso dinamitado.
Descorazonado y melancólico sé que he perdido parte de mí. Aquella rabia contenida muerde fuerte mientras la dama de nombre lástima se ahoga en cubos llenos de aire.
Ancianos sentados a la sombra. Inconfundibles boinas y torturados bastones de nogal desgastado. Colilla en el labio inferior y gesto serio aseverando la poca disposición de las nuevas generaciones. Encogidos de hombros, aceptando y aceptándose, dando por buenas las razones que a bien tuvo con ellos la vida.
Tiempo y recuerdos, recuerdos y tiempo. Verdugos impasibles que no conocen de piedad pues no son ellos quienes ubican su cabeza bajo el hacha.
Cierto día le pregunté a un octogenario que mascaba tabaco qué había pasado con el molino del Valle del Mentón. Él, mirándome extrañado guardó silencio. Lanzó un escupitajo al suelo. Evidentemente no reconoció en mí al niño que fuera ni yo al abuelo en el que se había convertido el paisano. Tras un segundo escupitajo contestó con voz serena:
—Hijo, el molino ya no muele, de eso hace mucho. Ahora es el tiempo quien mueve sus muelas, machacándolas lentamente. Esto mismo pasa con todo y con todos pues somos como ese viejo molino.
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