«Tu abuelo era muy chico, apenas si se acuerda de él…». Comenzaba la nona cuando nos contaba la historia de cómo sus suegros se habían separado accidentalmente, y para siempre. En realidad era la historia de su marido, de chico, de cómo habían venido con su madre desde Suiza a comienzos del siglo veinte, y de porqué nunca había conocido al que hubiera sido su suegro.

Nosotros la escuchábamos con inocencia -cuando éramos más chicos- y hasta con pena, luego más de grandes con cierta ternura porque la abuela realmente creía que había sido una equivocación.

«Tu abuelo era muy chico, apenas si se acuerda de él. Habían estado planeando el viaje durante más de un año, la hambruna allá era insoportable, y Marco -mi bisabuelo- había estado hablando con unos marineros; los barcos en realidad eran mercantes, pero arreglando con la persona apropiada se podía meter a la familia en las bodegas, medio a escondidas, aunque a mitad del viaje ya eran parte de la tripulación, no los iban a tirar al mar».

El día tan ansiado llegó con la esperanza de empezar de nuevo en América -la tierra prometida- unas semanas más tarde. Pero Marco cometió un error enorme; luego de asegurarse de que su mujer y su hijo -tu abuelo- estuvieran a salvo en el barco indicado, fue a terminar de arreglar detalles con los marineros: «Entre tanta gente que iba y venía, porque en ese momento un montón de gente se venía así, a escondidas y sin nada, se ve que se desorientó, y se subió al barco equivocado. Las amarras se soltaron y mientras tu abuelo con su mamá partían hacia acá, Marco, ignorándolo, salía rumbo a -según creemos- norteamérica. Y nunca se volvieron a ver». Qué linda que era la abuela.

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