La melodía siempre es la misma, el vino también, incluso el sabor a cansancio en mi boca siempre es el mismo, todo es igual; todo permanece como lo dejaste esa noche en que decidiste abandonarme entre el humo del cigarro y la musica de sax.

Yo soy la misma, no he cambiado.

Mi rutina es la misma, cada viernes estoy aquí, en el mismo lugar, tocando la misma canción esperando a que vuelvas por esa puerta, a que tu recuerdo se evapore o, que de una ves por todas, me fulmine con la última nota de nuestra canción.

La gente siempre es la misma, aunque con algunos cambios, Juan el cantinero sigue aquí, regalándome ese trago de cortesía.

Linda, tuvo a su hijo, que ahora es mesero honorario en este lugar y Luis, aquel con quien siempre reñías de política, murió hace unos días.

Y tu lugar sigue ahí, nadie más lo ha ocupado, pareciera como si los clientes y el destino, estuvieran esperando nuestro reencuentro, esperando a que el viento lleve esta canción y te traiga de regreso.

Pero el viento es caprichoso, trae miradas curiosas, proposiciones indecorosas, ventiscas con aguanieve, pero nunca te trae a ti.

No me queda más que levar anclas, quemar las naves y adentrarme en el misterioso camino del azar, dejaré que esta última canción abra mis alas entumecidas, porque esta noche ya no te esperaré más.

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