A flor de piel

Me embarqué en la emoción de tus sentimientos distantes, disfrazados de réprobos danzantes. Me embarqué, sí, me embarqué sin chaleco salvavidas y sin pensar más allá ni, téngalo por seguro, más acá.

Fueron sendas abruptas dispuestas en líneas curvas ahogadas sobre mil crestas marinas que nunca supieron arrastrarme al fondo. Sea pues toda eventualidad sendas inconclusas y ponzoñosas. Sendas atiborradas por recuerdos persistentes agarrados a la penitencia del martirio.

Suspiros al oído raído, soledad pasajera sin galante mensajera. Teclas blancas y teclas negras envenenadas, desafinadas. Te vas de mí sin dejarme cuanto menos una efímera sonrisa: ¡sin prisa!.

Cánticos seminaristas sin aristas ni coristas no obstante cánticos. Ilusión porfiada y de tanto serlo los pedazos de mi alma cosen con agujas ciegas. Envenenado dolor a todo color que siempre me pone en un brete. Ayer pasó, hoy es ahora y mañana incerteza que se despereza. Ácido dispuesto en la punta de tus dedos y en la comisura de tus labios; seas condena… ¡mujer de palo!, ¡mujer exánime! ¡mujer morena!.

Más suspiros al oído persisten persistiendo raídos. Yo, pluscuamperfecto, descomplicado, ahogándome en la mar de mi propia boca. Tocarte sin razones a ello; besarte porque sí y amándote sin complejos… ¡reflejos perplejos!.

Tú, infausto mal selectivo y preventivo. Desfalleces aguardando sentada en mi portal, ¡tú mortal!. Llena de promesas incumplidas, sentidas. Tú, infausto mal preciso que viertes sobre mi carne las aguas de tu ser.

¿Acaso te extraña verme aferrado a esta concupiscencia que me corroe?. Tuya es la culpa más el peso de sus letras. Sólo tuya y de nadie más pues has dejado que embarcase perdiendo en esta travesía pizca y media de decencia. Dijiste “ven” y como tonto fui. Dijiste “vete” y aún más tonto me fui. Y ahora, embarcado, no veo gracia en la virtud ni virtud en el orgullo.

La musa de mis canciones con letra triste, la musa de mis escritos amargos exentos de rezos y oraciones. Desde este lado, tan lejos de aquello reconocible las cosas se resumen a ver llover sobre mojado. Quizás nunca ha sido otra cosa, ¡mi dama hermosa!. Jamás nos hemos mirado sin vernos pese a los muchos avernos. Por regla tú y yo, viendo al cielo toldado y al interior de las ostras, sin abrirlas. Y sin embargo salto de mi boca para ahogarme en la tuya.

Promesas a manos llenas y bolsillos vacíos, enteramente llenos de aire y penas. Sin remordimientos te envuelves en papel pinocho cada día ocho, cubriendo tus vergüenzas con lazadas color rosa. Pensamiento prieto, encajado entre prosa y poemas alargados que buscan, sin rima, sanear la larga línea que en ti causan grietas.

Te desvaneces como luz al anochecer, lo haces aposta, lo sé así como sé que te asomarás a la ventana del amanecer para llorar aceite por un ojo y vinagre por el otro.

La musa de mis canciones de letras tristes, suspiros al oído raído. Me embarqué en la emoción de tus sentimientos distantes. Tú y yo, los dos juntos frente al balcón de la vida que se despliega sin contraventanas. Si no estás me consumo como hojas secas al fuego y si soy yo quien no está te transformas en humo para asfixiarme.

A veces el amor no es suficiente ¡tú también lo sabes!. A veces no llega con quererse y eso también lo sabes. Niña de vestido rosa y zapatos nuevos. Niño de pantalones cortos y zapatos desacordonados. En aquellos tiempos éramos amantes figurantes jugando a mayores. Juegos de luces y sombras saturados de promesas sin sentido. Éramos niños desvelados, infantes enamorados de la vida. Desconocíamos las inquietudes del querer empero sí sabíamos que aún yéndose el sol pintaríamos uno en el cielo.

Me embarqué en la emoción de tus sentimientos distantes, disfrazados de réprobos danzantes. Hazme esperar, desespérame rabiosamente, grítame si te hace bien y golpéame si con ello vacías tu pena. No obstante jamás dejes de ser mi niña de vestido rosa, niña en prosa rumbosa fijada en un ¡ya!.

Sin razonar por no esbozar la frágil línea del pensamiento; uno al menos. Juntos, pegados, revueltos y adheridos con goznes de dos por dos.

No te desvanezcas aunque me pertenezcas. Pupila de marfil la tuya, pupila alfil la mía y no pienso discutirlo.

Dame el próximo fin de semana para arrojar nuestros errores a esta pira que he prendido. Permíteme brindarte esta flor sin pétalos, se han quemado y este presente sin envoltorio ni lazada color jolgorio. Embriágame con otra minúscula vaharada de tu perfume y yo mismo me regalaré envuelto para ti, resuelto y dispuesto a seguir escribiendo canciones tristes.

Castígame con la ausencia de tu piel sin con ello desparramas mañanas frente a mí y frente al espejo de mi mirada, por veces airada. Doliente cuan hiel, sentida dulzona sabor miel.

¡Cómo hemos cambiado! ¿Verdad?. Mezcolanza de colores sobre esta paleta difusa y confusa que perfila nuestra existencia. Tonos apagados, desparramados grosso modo sobre lienzos estériles.

Déjalo ir, sin mirar por encima del hombro. Déjalo partir como si fueses mártir en esta historia irrisoria. Arrastrados desde el cielo a la tierra gastada por tus pasos y los míos. Déjalo ir, olvídalo. Vos, dama doliente clavada en mi pecho como clavo esclavo. A ese no lo dejes ir…

Permite que se consuman estos malos humos a modo de leños desdibujados. Se irán a su ritmo pero se irán, apretujados. Lo harán al ritmo de ardientes llamas perentorias. Nosotros con ellos; uno por uno más dos. Cogidos de la mano, dedos entrelazados, tatuados piel contra piel. Yo aquí, tú allá, en algún punto del horizonte que atraca en el puerto de mis párpados.

Me embarqué en la emoción de tus sentimientos distantes, disfrazados de réprobos danzantes. Carece de importancia tan inoportuna partida pues te seguiré respetando en cada puerto. Tú me seguirás pensando cada anochecer, hasta mi regreso.

Niña de vestido rosa y zapatos nuevos. Niño de pantalones cortos y zapatos desacordonados. Mi niña anciana vestida de alzheimer y zapatos de claque. Yo, niño anciano vestido de parkinson, artrosis y zapatos garabateados. Caminemos juntos una última vez, niña de pupilas gastadas. Intenta recordarme, sé que puedes hacerlo.

¿Bailamos? Toma mi mano, no necesito más. Tú, mi pizpireta niña desmemoriada y yo, tu viejo soñador trovador. No llores como esas flores sin pétalos. No, no lo hagas. Enjuaga tus lágrimas porque nuestra historia de amor continuará más allá del ocaso y de la traición de los recuerdos.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS