Me paso la vida huyendo. De un montón de cosas. De un montón de personas. Y aunque dicen que siempre es mejor plantarles cara, yo no soy capaz en muchas ocasiones. No porque no tenga coraje para enfrentarme ni tampoco por que ya no me importe hacerlo. Al contrario. Me importa y mucho. Simplemente siempre llega un momento en el que no puedo más. Me siento ganar perdiendo el tiempo una y otra vez dentro de un bucle sin salida que me lleva al principio de todo. Y a pesar que en muchas de esas ocasiones, sigo queriendo dar la cara, gritar y preguntar porqué deseando ferviertemente escuchar las respuestas, dispuesta a dejar a un lado el sufrimiento o el dolor que estas puedan causarme, me rindo. Y en todas y cada una de esas situaciones,huyo.
Dicen que las personas cómo yo en realidad huímos de los problemas. Que
no somos capaces de hacerles frente y que a la mínima ocasión dejamos que otro ocupe nuestro lugar. Que no nos responsabilizamos de nuestros actos ni queremos que nadie nos haga las cuentas. Que no queremos pagar. Puede que ésa sea la única verdad.
Visto desde otro lado, en el que estoy yo, a mí me parece que no se trata tanto de abandonar o rendirse, sino más bien de no dejarse. Es una palabra con muchos significados;huír. No sé. Comprendo lo que significa pero no entiendo el valor que la gente le da. ¿Qué es huir? ¿Acaso es malo querer salir de ese bucle infinito? ¿Tan necesario es vivir encerrados en él?¿Tan malo es querer no hacerlo?
Me paso la vida huyendo. Eso es lo que dicen de mí. Pero yo no lo siento así. Para mí, la palabra exacta sería más bien “renunciar”.
Me he pasado la vida renunciando. Si, ese si me parece buen título. Se
acerca mucho más a la verdad que no el otro. Yo no quise. Llegué sin nada a
este mundo y por supuesto, me iré sin nada también; sin embargo por el camino
me encuentro con infinitas posibilidades de tener algo. Algunas de ellas, no
las quiero. No al precio que me exigen pagar. Entonces, ¿dónde está lo malo? ¿Porqué es mejor explicar la vida de otro, que no es uno mismo, desde la
perspectiva fácil y cobarde de los que huyen y no desde la otra, esa que en realidad nos convierte simplemente en inconformistas? Huyo arrastrada por la imperiosa necesidad de alejarme de todo aquello que me causa más tristeza que alegría. Camino recorriendo lugares que no conozco y en algunos de ellos decido quedarme sólo el tiempo justo para saber si son parte de mí o no.Como un ermitaño errante que nunca acaba de sentirse a gusto en un mismo sitio y siente la urgencia de seguir caminando cuando todos los demás ya hace tiempo pararon a descansar. Poco a poco comprendí que el lugar que me corresponde vivir en cada etapa, no es ni mucho menos lo más importante. A medida que cambio de ciudad, me llevo un trocito de ella conmigo y dejo otro a cambio hasta que finalmente el único del que no pueda huir nunca sea yo misma. Para mi es así de sencillo. Pero las personas que me rodean no lo entienden. Yo no era consciente del caos que su estabilidad provocaba en mí. No comprendía y quizás ahora tampoco lo haga,
porque dicen una cosa y demuestran otra muy distinta, aterrados ante los
cambios. Empezó a dolerme aunque nunca fui capaz de describir que es lo que siento cuando descubro esas contradicciones. Me rebelo. Por supuesto. Y siempre los exculpo,los perdono e intento convencerme que ellos no son los verdaderos culpables de ser como son. Pruebo de todo. Soy buena y callada. Acepto sin rechistar las normas y las imposiciones sociales que tan duras me suenan. Hago las cuentas cada vez que me lo exigen, aunque yo no quiera. Y siempre, durante todos estos episodios mi rabia no es contra aquellos que me lo hacen pasar mal, sino contra los que me obligan a seguir estando en la diana, de pie y sin poder apartarme para vivir de la única forma que yo quiero. En algún momento, entre cajas de mudanza y polvo, llegaron los libros. Y mi pequeño universo infantil, de repente se vió diminuto comparado con aquellos que encontré allí dentro. Aún me sigue pasando.
Me enamoro a simple vista. Las letras dejan de serlo y los dibujos llenos de
castillos y animales exóticos me rondan. Aparto cada vez más lo malo para
olvidarlo en los cajones y me dejo llevar sin pensar por esos otros personajes
que mi cabeza no entiende cómo pueden existir. Si ellos no hubiesen aparecido, yo no habría sabido qué hacer con mi vida. Las
letras llegaron con fuerza. Ni ellas quisieron abandonarme ni yo quise que se
fueran. Y la soledad se convirtió desde entonces en mi mejor aliada cuando poco antes sólo fue tormento. Creo que fue por esa época cuando empecé a entender lo que los mayores me ocultaban. Al regalarme libros no sólo consiguieron apaciguarme sin juguetes que recoger después. No se dieron cuenta de la puerta tan grande que abrieron ante mí ni sospecharon que sería esa misma la que yo usaría sin contemplaciones para huir cada vez que lo necesitara.
Fueron pequeñas palabras al principio. Grandes “NO” mucho más tarde. Lo llamaron rebelión. Para mi fueron mis primeras renuncias.
Las primeras veces que supe y quise no quedarme. Huir. Y sigo huyendo hacia donde mis pies me llevan sin un hogar fijo. Con cada libro que pasa por mis manos, mi verdadero mundo se vuelve del revés. Me hace cuestionarme muchos por qués que no entiendo y otros muchos enterrados que duelen. Sigo preguntándome a estas alturas que hay de malo en querer caminar. Nunca fue huir. Más bien, es acercarme todo lo posible a mi misma y mi verdad, ésa que a otros parece molestar tanto y que a mi me resulta natural. Sin artificios ni medias tintas. Llenas de renuncias.

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