Mi planeta burbuja

Mi planeta burbuja

Ese árbol es tan viejo como yo, quizás mucho más.

Aquella calle la recuerdo ancha. Con largas zancadas, mis pasos la cruzaban

Y en aquel lugar me sentaba cada domingo, siempre a la derecha del roble que daba sombra en la plaza mayor, para escuchar la retreta.

Recuerdo al pregón Marañón circulando en su Plymouth Valiant anunciando sueños y pócimas sanadoras con su altavoz improvisado.

Un día el cielo se puso negro y llovió a mares. No vi las escenas, pero escuché las noticias de algunas de las víctimas: decían que el agua con barro se llevó a personas, muebles y animales hacia el destino final. Aun me asombro de mi salto en el mueble, con el ruido de aquella centella que rompió ventanas. Ese día mi casa parecía un velorio ya que las mujeres por el terror a los relámpagos, susurraban oraciones convencidas de la llegada del adiós.

Ya no me visitan los santos casuales, aquellos que invadían los cuerpos de los médiums y que con sus órdenes expresas, indicaban los pasos que debíamos cumplir para lograr los sueños deseados. Llega a mis recuerdos la joven sacerdotisa Egleé que se retorcía del dolor cuando la “Diosa Suprema” hurgaba su cuerpo y convertía sus ojos en brújulas desorientadas.

Debo moverme un poco, la incontinencia me castiga a por ratos y no sé cómo explicarle a Mireya cuán empapado estoy… ya notará ella mi molestia.

¡Que buenos días aquellos cuando elevábamos papagayos! La prevolada era un arte, ya que había que sortear los cables eléctricos que salían cuasihorizontales de los postes de luz hacia las viviendas de la zona. Esperábamos la llegada del buen viento para correr en contra de su sentido, para lograr el alzamiento del ave de papel hacia el universo azul.

¡Las chicas de las serenatas! La historia juvenil no podría narrarse con justicia si no existieran estos actos humanos tan peligrosos: ¿ quién podría desvalorizar a una persona que posee solamente estas únicas herramientas: un instrumento musical y su precaria voz para expresar con el canto, su espíritu al desnudo?… Recuerdo con entusiasmo esas noches de lluvia y las alegres travesías del camino.

Mireya ha aparecido y con ese cariño que lo administra a por dosis, me auxilia mientras me cuenta eventos que no logro captar. Ya me siento aliviado…

La muerte ha tocado la puerta equivocada unas tres veces y por suerte ha errado. Hoy cuando analizo los eventos con calma, reconozco que la he esquivado gracias a la fortuna. Imagino que habrían existido otros miles de actos de muerte en los que me anticipé a su hora o que simplemente llegué retrasado. Al final creo que la vida es una suerte del juego de la ruleta en las que hay muchas fichas con el signo “ salvado por hoy” y en otras tantas “ hoy te toca”. Como siempre ocurre en el azar, en este juego del todo o nada, la señora muerte gana al final.

Si hubo algo que hice con pasión, fue jugar al fútbol. Por las noches programaba jugadas virtuales que haría al día siguiente. La realidad me convencía de que era imposible saltar tan alto para cabecear la pelota. Sin embargo, el esfuerzo realizado y los pequeños logros en el campo eran suficiente como para la otra programación virtual. Es que pregunto ¿a quien no le satisface patear el balón hasta el final de las redes en el campo del contrario? . No importaba los días de lluvia, cubrirse de barro, ser víctima de patadas incontrolables y de balonazos que dejaban una marca rosa en la cara. Llega a mi memoria la figura del gran Roso, artista fiel de esa gran obra que se llama Fútbol.

¡ La vida universitaria! Desde el primer día, todo era nuevo: las relaciones humanas, las decisiones propias, conocer gente que iba y venía con sus problemas particulares. Era la época del morral a cuesta, del dinero preciso y las ganas de conocer la nueva vida.

Mireya me apura, me dice que hay que acicalarse, que es un magnífico día luego de tanto encierro. La observo con cara inexpresiva, ella lo entiende.

El mundo de las decisiones te indica que ya has crecido. Es extraño que aun sabiendo que llegarán los días en los que cambiarás la piel del joven soñador, por la otra la del ejecutor, no lo logras asimilar como un evento normal , ya que en este nuevo ecosistema no se permiten mayores errores y la palabra responsabilidad te acecha tal cual un cruel carcelero. Es el momento de asumir los riesgos y de compartir la cotidianidad con quienes te acompañarán los días buenos y malos. La balanza de mi vida siempre se inclinó hacia la parte generosa. Hubo momentos que dominó la dificultad surgiendo a por ratos las desesperación, la desesperanza.

Aun paseo mis oídos por aquel discontinuo sonido de las olas que sonaba a música. Era mi salón de la tranquilidad a cielo abierto. La mayoría de mis grandes decisiones estuvieron precedidas por la visita a la playa. Le solicitaba al Dios del Mar esa segunda opinión que necesitaba por ese proyecto del día y éste respondía con murmullos tenues, si era para él una buena decisión. Al contrario, golpeaba con fuerza la playa y retornaba con furia si le parecía desacertada. Confié en esa suerte de consejero particular. En ocasiones, solo para molestarlo le llevaba a consulta algún tema totalmente inapropiado. Rugía entonces con una fuerza de muchacho malcriado, insinuando que me arrastraría si hacía lo contrario a lo que él pensaba.

Un día el mar trajo un cadáver. Le pregunté ¿ quién creéis que sois como para suponer que puedes matar a las personas? Respondió airado “ os los devuelvo, abusáis de la generosidad que os ofrezco con mis orillas y olvidáis que no tenéis branquias”

Conocí a los hombres y mujeres de las altas montañas. De ellos cultivé la paciencia. La tierra les decía que miraran a la luna, ellos lo narraban así “cuando la madre luna crece, nos ofrece la luz nocturna que necesitan aquellas plantas que tendrán flores, y cuando su luz mengua, hay que aprovechar ese momento para darle fortaleza a la tierra con el abono y para sembrar los huertos”. Ese aprendizaje transmitido de oído a oído, los inducía a la paciencia, a la prudente espera. Gracias a esas enseñanzas, se crearon pueblos sabios que aguardan con la mayor tranquilidad al destino. Comentaban entre sonrisas aliadas “al destino lo esperamos sentados”

Un día quise explorar la vida silente. Caminé hacia una loma y en la plenitud de la noche, abrí los brazos hacia el cielo pidiéndole a esa luna que crecía entre un mar oscuro de estrellas, que trasladara esa fuerza creadora de vida a mi alma para poder cultivar la `paciencia en los míos y que ellos, tal cual los habitantes de las altas montañas, pudiesen trasladar de oídos a oídos, la paciencia a sus descendientes.

En ese andar peregrino, me encontré con las tierras de la dunas. Ese paisaje hermosísimo que muestra el infinito de lo uniforme, me hizo entender que aquel que lo enfrente forjará en su alma el valor. Caminé hundiendo mis pies en ese suelo polvoriento y la dificultad en el avance me llevó al imaginario y poder detectar a lo lejos, una larga fila de hombres con sus animales jorobados desafiando esos suelos con tonalidades marrones y rojizas. Es como estar en otro mundo donde la aridez, el sopor y los largos días suponen el examen a la supervivencia.

Una noche de luna llena, soportando un frío que nadie podría imaginar horas antes, me acosté con la vista al cielo. Pedí al Dios de los Vientos del Desierto que soplara todo el valor de su atmósfera, para poder trasladarlo a aquellos que viven con miedo, aquel que vencieron los hombres y mujeres que transitaron estos vastos parajes.

Llegué finalmente al mundo generoso de la vida: la familia. En este viaje externo en el que conocí la amistad, la generosidad, el compañerismo, el amor, las palabras virtud, hidalguía, honestidad, paciencia, desapego, valor, serenidad, así como también la parte contrapuesta como el odio, la zancadilla, la deshonestidad, la enemistad, llegó un hombre convencido en que la humanidad se construye sumando voluntades, conscientes que su paso es temporal y que su acción, buena o mala, llevará la balanza al destino que quiera esa generación. No obstante, queda el mar, las montañas altas, las dunas, los campos, todos ellos imperecederos a pesar del esfuerzo de algunos por destruirlos.

La familia, la mía tiene sembrada las virtudes, esas de luna creciente. Tiene el apoyo de los dioses del mar y de los vientos del desierto para las tomas de decisiones y valor para ejercerlas.

Recuerdo este viaje magnífico de la vida.

En la vida he visto muchas puestas del sol, he estado en la sala de espera por el nacimiento de mis hijos. He entristecido cuando he visto al mendigo con su rostro perdido, al huraño con el ceño fruncido en su mundo de hastío y al envidioso retorciéndose en su pequeñez. Me he sentido feliz, viendo a la mujer que triunfa por su conocimiento y su sentido común, al agricultor orgulloso cuando airea su cuello con el sombrero de paja bajo la inclemencia del sol al momento de la cosecha, al niño cuando sortea el equilibrio en su primera prueba en la bicicleta. Me he sentido indignado cuando he visto a la viuda llorando a su marido asesinado, en la puerta de la morgue. Me he sentido identificado, con el anciano que sortea la calle con su bastón, con el indeciso enfermo que entra a un hospital. He vivido como ese árbol vecino que crece callado, para alejarse de todo murmullo distinto al que emiten sus hojas…

La vida transcurre y con ella aparecen las canas, las arrugas, el paso lento, el desgate de los huesos… y también llegan los nietos, aquellas personas que pronto ya no reconoceré…

Muevo mis dedos entonando aquella música de mis jóvenes años, tarareo aquel bossa-nova del amigo Gabriel, recuerdo a mi bella catira, la dueña de mis sueños….

Vienen a visitarme mi mujer y mis hijos. Mireya me dice con voz juguetona “Luis la familia te visita, sonríeles. Piensa en todos los momentos felices con ellos, tráelos de vuelta. Ellos desean saber que tú los recuerdas”

Veo a la chica e intento decirle que todo lo entiendo, que a ellos los reconozco, pero que no puedo expresarlo. En este mundo paralelo en el que vivo, el de mi universo solitario, el que está detrás de la cortina de la comunicación, solo puedo mostrar mi rostro. Encontraré algún día la fórmula de la sonrisa. Ese día llegará…

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