TODO VA A SALIR BIEN

TODO VA A SALIR BIEN

Como doctora en oncología aceptaste la cita solicitada un día anterior, tu agenda muy apretada, te permite en algunos casos, un resquicio en las interconsultas, rápido tiene que ser, toda la sapiensa y experiencia adquirida, la tienes que dar en ese pequeño espacio de tiempo. Para el resto es normal, te puedes demorar un poco más, conocerlos en su dolor, en el calvario que recién empieza. Leonor era la nueva paciente.

Leonor, llegó a su cita –interconsulta– acompañada de su hijo, la doctora la aceptó por recomendación de un amigo médico suyo. En tres meses, sería su cita normal. Ya le habían diagnosticado –en un centro médico especializado–, un problema en su seno. La tenía que ver un especialista oncológico, para la paciente no le parecía que el centro se encargara del diagnostico final; prefería –como siempre– que la vean en su clínica de toda la vida. La doctora, era la elegida. ¿Còmo le había ocurrido esto?, ¿en qué situación se encontraba?, ¿algo le quedaba por hacer? Preguntas mentales, que respondería, aquella mujer especializada en el tema.

La doctora después de hacer pasar a su consultorio a madre e hijo, les indicó que se sentaran frente al escritorio de ella. El hijo le había prometido a Leonor que, si aceptaba acompañarla, no abriría la boca para nada, daba la impresión que la oncóloga había adivinado este acuerdo y se dirigió directamente a ella.

–Cariño –dijo la doctora– te voy a examinar, pasa por aquí, siéntate en la camilla, quítate la blusa y el sostén.

–Sí como no –asentó Lorena–, que frio hace

–¿tienes frio? va a ser rápido, no te preocupes.

–¿es el derecho? no.

–Si, ese es.

Después de un breve examen en la parte afectada, la oncóloga la invitó a que se pusiera la ropa y se sentará frente a su escritorio al costado de su hijo. Le indicó la impresión que tenia después de la auscultación realizada.

–Me parece haber ubicado el tumorcito, es muy chiquito, la tomografía indica siete milímetros. Tenemos que descartar, tienes que hacerte varios exámenes, uno de ellos sólo lo puede hacer la medicina nuclear. No te preocupes, tengo una amiga que te puede hacer ese examen, nos servirá para definir la ubicación exacta y si se está extendiendo. Preciosa no te preocupes, esperemos los resultados, para determinar la fecha de la operación.

–¿Me tiene que operar?

– Si, de todas maneras.

Fue una casualidad el descubrimiento. Hacía dos años que Lorena, no se hacía un chequeo en las mamas. El Centro médico especializado, al cual estaba afiliada indirectamente –porque ella tenía su seguro en la clínica de toda su vida–, se encargó del chequeo. Inmediatamente después del examen del doctor, le dijo que era necesario una tomografía; ya que había encontrado algo <<sospechoso>>. ¿sospechoso? que palabra más trágica, no la usaba normalmente con sus pacientes psicológicos. No les podía decir «sospecho, que te quieres acostar con tu mamá o papá», ¡No! O, que te enamoras de esta mujer u hombre, porque se comporta igual que tu mamá o papá. Se dirige al inconsciente, que funcione sus afectos. El que tiene que explorar para su caso, es la prueba clínica, una máquina, tiene que pronunciarse, nos tiene que enseñar: donde está, que tamaño tiene ¡puede ser benigno o maligno! Y si no resulta concluyente, una prueba más fina, con aparatos y tecnología avanzada. Le tocó, como le dijo la doctora <<debemos asegurarnos, la medicina nuclear, ayudará, tengo una amiga doctora especialista>>. Había que visitarla, ¿porqué no?, lo que cobraba no lo reconocía el seguro <<ella tampoco entregaba recibo>>, pero era necesario este examen, de lo contrario, nos quedamos con lo <<sospechoso>> y el bicho minúsculo sería extraído a como dé lugar en la operación y todo lo que <<sospechoso>> puede resultar a criterio de la doctora en <<sospechoso>>, que en el futuro de lugar a extenderse en su cuerpo.

Mi cuerpo –pensaba Leonor–, siempre me preocupé de él. No he sido una deportista ni gimnasta fanática, pero normal, siempre me ha movido la inquietud de lo nuevo, de lo que hace la gente que me llama la atención –gente como uno–, mis pensamientos se han movido más rápido que mis músculos. Creo haber adquirido esa fuerza –guerrera me dicen–, que en muchos casos se tropiezan con mi apràxico control de mi anatomía. No se puede quejar, lo mantengo con alimentos saludables y en muchas ocasiones con lo que me provoca. Si, lo que me provoca, odio hacer lo contrario. Contestataria, podría ser, rebelde posiblemente, pero definitivamente cronopio, si. Mi alimento preferido, la lectura. Literatura es la escogida, me divierto y gozo con ella, si me gusta un autor, lo sigo; no siempre todas las obras son deslumbrantes, pero busco, vario, no me conformo ¿soy una inconformista eterna? No lo sé. Pero las cosas cambian constantemente y yo soy responsable de mi cambio. Si el resto cambia y no me puedo adaptar lucho para que ellos se adapten.

El tumorcito no lo escogí, apareció, no hay explicación definitiva de la ciencia, hay muchas teorías, debo seguir la que me indica mi doctora. Me la recomendaron, me cae bien. Me ha dicho que me tiene que operar, bueno, a operarse se ha dicho, prepararse es lo más indicado.

La operación fue un éxito. Su primera consulta pos operatoria, después de cuatro días, la cito la doctora en su consultorio. Madre e hijo se hicieron presentes.

–Que tal cariño –dijo la doctora–, ¿como te sientes?

–Bien, un poco adolorida, pero bien en general. ¿que sigue ahora? –preguntó Leonor–

–Lo normal, esperaremos para la próxima semana, te sacaré los puntos y te darè las indicaciones para el tratamiento. Sabes que va a ser largo ¡no!

–Sí, lo sé. Entonces, me voy a descansar hoy día, pero mañana puedo ir a mi consultorio, tengo pacientes que atender.

–Tranquila, puedes trabajar, pero no aceleres el ritmo, poco a poco, no te sobre esfuerces

–No te preocupes, seguiré tus indicaciones. Nos vemos la próxima semana

–Si preciosa, la próxima semana.

A cuantas pacientes oncologicas mías, les he dicho <<nos vemos la próxima semana, el mes, el año>>, muchas cumplieron con su cita, otras no. La educación que tuve, siempre tenía un faro emblemático: mi padre. Medico oncológico, muy prestigioso. Me interesó mucho lo que hacía, las esperanzas que le daba a sus pacientes. Fue una motivación para seguir su senda profesional, doctora en oncología. Mi esfuerzo en una de las mejores universidades, resultó en un título y especialidad. Leonor –una de mis últimas pacientes–, me parecía, muy fuerte, a pesar de lo que se le había diagnosticado y operado, tenia proyectos. Me dijo que se había matriculado en una especialidad ¡que duraba tres años! Esta psicoterapeuta, sexagenaria como yo, no tiraba la toalla como muchas personas. Cuando le dije, que era tiempo a que se dedicara a ella y tomara las cosas con más calma <<ya que era una sobreviviente>>, me llamó la atención su respuesta: toda la vida me he ocupado de mi, voy a seguir haciendo lo mismo. No derrotada, no amargada, posiblemente mostrando temple a su hijo que la acompañó en todas sus citas cumpliendo con su promesa de silencio acordado.

Pasó una semana, era la cita, para que le sacaran los puntos, doctora y paciente se encontraron nuevamente.

–La doctora– ¿como te sientes cariño?

–Leonor– Bien, un poco fastidiada por unas ronchitas, creo que es mi piel.

–Claro, eres muy blanca, no te preocupes. Vamos a la camilla. Te sacaré los puntos

La doctora, cerró la cortina que separaba a su escritorio de la camilla, y procedió a sacarle los puntos a Leonor. No demoró ni diez minutos. Se corrió la cortina y doctora y paciente tomaron sus asientos respectivos alrededor del escritorio, en el cual esperaba sentado, el hijo de ella.

–La doctora– Bien, estoy llenando los formularios, para que sigas el tratamiento en el centro especializado. Hay una nota para el doctor amigo mío, que te debe atender muy bien, del que me comentaste que lo conoces hace tiempo. Es muy bueno en su especialidad, se encargará de todo. Te indicará el numero de radioterapias que necesitas. Las pastillas que te he recetado, las tienes que tomar por cinco años ¿Alguna pregunta cariño?

No le hice ninguna pregunta, nos abrazamos y nos despedimos, como si fuéramos amigas. Mi hijo a la salida, me recordó que ahora si podía hablar y me preguntó del porque la próxima cita era después de dos meses si normalmente debía ser en un mes. Tuve que contarle la pequeña conversación que tuvimos en la camilla, cuando me sacaba los puntos. Desde que llegamos a esta cita, noté en el semblante de mi doctora, signos de preocupación, si bien, el trato no cambiaba con sus pacientes <<porque igual me llamó cariño>>, algo le pasaba, la experiencia de psicoterapeuta, me indicaba que quería decir algo; a los tres minutos que termino de sacarme los puntos, aproveché, y le hice la pregunta a boca de jarro: ¿te sientes, bien? Su respuesta no esperó ¡No!, no me siento bien. Me han detectado un tumor en el ovario, me van a operar dentro de un mes. Te voy a dar una cita dentro de dos meses. Me gustaría que guardes la discreción del caso. No te preocupes –le contesté–, todo va a salir bien.

Era verano en la tarde. Al salir de la clínica el hijo puso su brazo sobre el hombro de su mamá y la invitó a pasear por ese bosque de olivos cercano antes de acompañarla a su casa. Leonor aceptó diciéndole: no te quieres olvidar tu niñez en esa pequeña naturaleza testigo de tus travesuras. Como podría olvidar esos momentos emocionantes cuando ella lo llevaba de niño a corretear en el grass y muchas veces jugando a las escondidas aprendió a conocer esos árboles de olivo que le permitían ocultarse. También cuando en una ocasión sintió un golpe en su cabeza y queriendo llorar miró a su mamá quien lo abrazó y le dijo que no se preocupara, no había pasado nada, solo que de un árbol había caído aceitunas y estas lo habían golpeado. Ya de joven, seguía visitando este paisaje natural y miraba si las aceitunas estaban maduras, listas para desprenderse de esos olivos que se enteró, tenían más de doscientos años –los surcos los delataban– y a uno que se notaba débil, lo habían acordonado para que nadie se acercara colocando un aviso en que se leía: árbol de olivo, sembrado por un santo hace aproximadamente trescientos años.

–Eres para mí como esos olivos, mamá –dijo el hijo–

–Tan arrugada estoy –dijo Leonor–

–No, me refiero a tu fortaleza

–Tú también estas aprendiendo, fuiste de mucho apoyo cuando hace cinco años despedimos a tu padre –dijo la madre–

–Mucho recuerdo cuando papá mencionaba <<antigüedad es clase>> y tú le preguntabas a que se refería: ¿al que manda, al primero o antes del más joven? Yo me reía de sus discusiones –asentó el hijo–

–Que no te cause risa, yo no soportaría que se invirtiera la mención de tu padre contigo. Seguiré mi tratamiento oncológico y no te preocupes que todo va a salir bien, como se lo dije a la doctora.

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