Esta es mi carta de despedida. Este es mi comunicado oficial antes de que esas pastillas que están sobre la mesa entren en mi cuerpo, y mi alma, ya cansada de estar encerrada, salga desprendida de él, para por fin, separarse de esta piel vieja y aburrida.
Sabrán entender, y espero comprender aun con la bronca que los atormente, que ya no puedo más. No lo soporto más. Si me quieren, si de verdad me aman, podrán perdonar esta decisión. Cobarde o no, pero decisión al fin.
He llegado a mis sesenta y cuatro años pero ya no encuentro motivos para seguir. Sé que soy joven, soy consciente de que tengo muchos años por delante, cuento con dos hijos y algunos nietos hermosos que no puedo disfrutar porque siento que no los merezco. Nunca quise ser padre, jamás pensé en ser abuelo y sin embargo lo obtuve. Siempre cumplí lo que no desee y lo que soñé jamás lo pude conseguir.
Lo que soñé siempre y nunca pude cumplir fue ser escritor. Casualidad o no, mis últimas palabras son mediante un escrito. Tal vez por vanidad, también por ego o quizá, sólo para ser recordado con amor. Eso siempre anhele: que me quieran por lo que escribo. Nunca me interesó que me aprecien por ser buena persona, o por rubio, o por alto. Por escribir. Y nunca lo logré, porque jamás me animé a seguir mi vocación, mi sueño. Me conformé con un trabajo de 8 horas diarias, un auto, una mujer que me espere con la comida, el sueldo de todos los meses para poder comprarme ropa, alcohol y cigarrillos. Me convencí de que era mejor tener eso e hijos, para luego depositar mis sueños rotos en ellos.
Sabiendo que es mi última voluntad, nada me haría más feliz que, después de muerto, este papel se convierta en una carta famosa, para que mucha gente la lea y entienda que la vida es más que eso que el sistema nos impuso desde pequeños. Eso no es vivir. No seas como yo, no seas cobarde, por favor. Sé valiente, haz todo lo que yo no hice, no esperes llegar a cierta edad y debatirte entre seguir mintiéndote o no. Estoy tan arrepentido que al escribir este texto no puedo contener mis lágrimas y golpear mi puño izquierdo contra la mesa.
Mi vida transcurrió la mayor parte del tiempo en la ciudad de Mar Del Plata, Provincia de Buenos Aires. Si me dan a elegir y piden una opinión, para mi, el lugar más bonito del mundo. No me importa, no me interesan los otros lugares, “La Feliz” fue, es y será mi lugar favorito. Pero nunca pude salir de allí, no tuve el valor, no encontré la valentía y el coraje para encontrar lo que el universo tenía preparado para mi. Me abandoné, me conformé con tan poco, que nunca pude abrazar a mis sueños. Si, los tuve, como todos, pero no los vi de cerca, siempre pensando en ellos, nunca concretándolos.
No puedo más, es el séptimo cigarrillo que enciendo en menos de diez minutos (que es el tiempo que llevo escribiendo esta porquería). Las pastillas me miran, el agua se calienta: necesitan y obligan entrar ya a mi organismo. Les tengo miedo y a la misma vez le doy las gracias. Me doy cuenta que son mis últimas pitadas y me acuerdo de cuando era joven y fumaba en la Avenida Colón. En Mar Del Plata existe esta Avenida, lamento que ustedes no la conozcan, me rio de ustedes si nunca caminaron por ella. Háganlo, por favor. Hagan todo lo que tengan en sus mentes y no sean como yo. No se conformen con su ciudad, no se fastidien con su trabajo: renuncien y manden al carajo a sus jefes. Ustedes son más que ellos, yo era más que ellos y nunca me animé a decirles nada. Trabajé como un desgraciado, cumplí sus órdenes, y mientras tanto mis poemas se preguntaban porque nunca los escribía, porque jamás los publicaba. Perdí el tiempo, vos no lo hagas. Abandoné mis sueños, no te permitas ese error. Me quiero morir y volver a nacer, es el peor sentimiento del ser humano y sin embargo a mi me esta pasando en este preciso momento.
También tuve amores, o tal vez solo uno, pero no pude quererla. Ella era una compañera de trabajo en el Banco Galicia, en una sucursal de la ciudad de Azul. Ahí viví dos años, pero mis únicos recuerdos son con Mariana. Cuando digo que no pude quererla es mentira: no la pude querer a mi manera. No la pude amar como quise. Ella entraba con su delicadeza de mujer sofisticada y yo, tímido por naturaleza, jamás pude decirle cuanto me gustaba, cuanto anhelaba tenerla en mi cama, lo que deseaba besarle esos labios carnosos, lo que me producía verla, y como me inhibía, tanto que hasta dejaba de ser yo mismo con tal de complacerla y que ella se riera de mis chistes.
Rosario nunca se enteró que Mariana me gustaba. Rosario fue mi novia dos años, el mismo tiempo que viví en Azul, ella era de ese lugar. Al poco tiempo de separarnos, un cáncer fulminante la mató y se llevó con ella una parte de mi. Algo se rompió, nunca volví a ser el mismo desde que la muerte pegó tan de cerca y fuerte a temprana edad. Yo tenía veinticuatro años, ella veintidós. Conservaba una foto de ella cabalgando un caballo en Chivilcoy pero los años hicieron que vaya perdiendo el tono y ya dejó de ser una foto para casi convertirse en un papel gris. Solo tengo su recuerdo en mi memoria, y en mi corazón, por supuesto. Fueron dos años intensos, amaba a ella y a la misma vez a Mariana. Tal vez Rosario murió sabiendo lo que yo sentía, pero nunca me lo quiso decir. O tal vez no, seguramente falleció sin presentir nada. Fue muy injusta su muerte.
Mariana me amó, me deseó, pero cuando todo podía concluir en un final feliz, yo me tuve que ir a Mar Del Plata nuevamente. Me estaba olvidando un pequeño e importantísimo detalle: ella estaba de novia con Martin, y faltaba muy poco para su casamiento. Esa boda fue consumada y por lo que me contaron, también tuvieron hijos y siguieron con sus mismos trabajos durante más de quince años. Eso me enteré por terceros pero también me lo contó Mariana cuando nos encontramos de casualidad en Mar Del Plata, en Playa Varese, un verano en el que yo salí a leer aproximadamente a las 19 horas de la tarde, y cuando observaba como el sol se iba, pude ver como una mujer de estatura pequeña, con ropa elegante, con una sonrisa grande y mirándome a los ojos, me gritaba que sí, que era ella, que dejara de mirar con cara de sospechoso porque lo que estaba viendo era real: volvía a contemplar a la chica que me gustaba desde hacia décadas.
Cerré el libro y decidimos ir a un café en la calle San Martín. En realidad elegía siempre ella. La charla duró lo que sobrevivió el café en la taza, ella se tenía que ir rápido hacia la terminal para volver a Azul, había estado solo dos días haciendo trámites en la ciudad. Ahí me enteré que seguía casada con el estúpido de Martin, y que permanecía en el Banco. De mi parte le conté que ya era un escritor resignado, que estaba casado con Florencia y que era lo que nunca había querido ser: una persona normal. Mariana sonrió y luego nos abrazamos. Yo llegué a casa y esa noche hice el amor pensando en ella. Fue la última vez que la vi. Si lees esto, Mariana, nunca te consideré una amiga, pero tampoco podías ser mi novia, ni mi mujer. No estaba a tu altura, eras mas de lo que merecía un cobarde como yo. Y Martin, siempre te envidié por poder dormir junto a esas piernas.
A mis amigos les agradezco salvarme la vida. Si hoy todavía estoy vivo es por ellos, por las noches de cerveza, fútbol, mujeres y boliches. Nada me pareció más interesante en esta vida que eso. Libros, si. Literatura, también. Arte, en el mayor de los casos. Pero amigos, gracias por todo lo que me dieron. Ustedes no son arte, no leen, no leyeron ni leerán en toda su vida. Me detengo, esta carta si estoy seguro que la van a leer y eso me pone feliz. Gracias por sus risas, alargaron mi aburrida vida por mucho tiempo. Gracias por emborracharse conmigo. Por fumar conmigo. Por la amistad sincera. Nunca me comprendieron y sin embargo jamás encontré respeto como el de ustedes. Como dijo Cerati: gracias totales. Los menciono porque son señores: Nicolás, Mateo, Facundo, Agustín y Diego. Perdonen también, por abandonarlos, pero hace tiempo que ya no estoy con ustedes y eso no lo merecen. Los abrazo siempre.
A mis nietos les pido un único favor: no sean personas comunes. Parece tonto decir que persigan sus sueños, pero si no quieren terminar como su abuelo, renuncien a algo si no les gusta, vuelvan a empezar, sean emprendedores, sueñen, vivan. No puedo darles mas consejos, solo hagan todo lo contrario a lo que hizo este hombre, si así me pueden llamar. Yo me voy con su abuela, que hace rato me está esperando. Ella sí me amó, y yo espero haber estado a su altura. No estoy seguro si haber tenido hijos contribuye con eso, pero quiero convencerme de que sí.
No busquen mis poemas, ni textos, ni novelas sin terminar porque está todo quemado. Lo hice ayer, y ahora esas cenizas, esas hojas que nunca serán publicadas, están en el mar, en la Playa Alfonsina. Casualidad o no, lo hice en forma de homenaje, y espero me perdone la queridísima Alfonsina Storni, creo estar simulando su muerte. Me parece poético, por eso también lo hago.
Hablando de cenizas, me gustaría que cremen mi cuerpo y los restos de él sean disueltos de alguna de estas dos formas: arrojarlas en cualquier playa de Mar Del Plata o disolverlas en plena Avenida Colón. Sé que esta última puede sonar algo bizarro pero no me importa. En realidad hagan lo que quieran, yo ya no voy a estar y el cuerpo nunca me importó. El alma es la única salvación a todo.
La decrepitud ha colmado mi paciencia en cierto punto. Y tengo miedos, muchos. No quiero estar bien mentalmente pero que las piernas no me respondan y que eso signifique recorrer las calles en una silla de rueda. No lo soportaría. Mis pulmones ya deben estar contaminados al igual que Chernóbil pero siempre me han respondido bien, de eso estoy muy sorprendido si tenemos en cuenta los dos atados de cigarrillos que me consumo por día. Pero no quiero, no tengo ganas de sufrir la vejez. Veo gente más grande que yo, y lo veía cuando era joven. Se sufre la vejez, es mentira que vas a poder viajar y disfrutar de la jubilación. Es una falsedad total que nos hace creer el sistema: nace, vive, trabaja y disfruta. Siempre supe que eso era mentira y aun así no pude escapar de ella. Quiero morir para volver a nacer y hacer todo lo contrario. No sean como yo, no seas como yo. Viví plenamente, amá y decí lo que sentís, no seas orgulloso ni tampoco mentiroso. La verdad va a doler pero ganará siempre.
Hasta siempre se despiden ya mis versos. Las pastillas y la muerte esperan por mi, ojalá que también mis amigos que se fueron primero. Allá voy.
Roberto Alzugaray
Marzo 1998
Mar Del Plata
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